A Danny Glover le concedieron 18 millones de dólares para producir una biografía de François Dominique Toussaint, el precursor de la independencia de Haití. El dinero se evaporó y nadie rindió cuentas a la justicia por ello. El proyecto tentó a la revolución en su época de vacas gordas, cuando desfilaron las estrellas de Hollywood por los pasillos de Miraflores en busca de financiamiento, dádivas y recompensas. Ministros organizaron visitas guiadas de los progresistas de la meca en la tierra de los nuevos barbudos del Caribe.
La operación quería lavar la imagen de la quinta República, copiando el formato del Fidel Castro en Cuba al ser glorificado por la intelectualidad orgánica y socialista de los años de la guerra fría. Por tanto, a Chávez le vendieron la idea de conseguir una galería de fotos con los chicos malos de la industria del espectáculo. Las imágenes brindarían sustento a su culto de la personalidad, vampirizando el aura de los protagonistas de series de televisión y de películas de alto impacto en taquilla.
A tal efecto, los burócratas complacieron el deseo del militar acomplejado de Sabaneta, retratándolo con Naomi Campbell y Sean Penn, entre otros oportunistas de la comunidad internacional. El golpista estaba de moda en los corrillos de los certámenes y los festivales. Hasta una rastrera biografía de encargo le dedicaron y proyectaron en la pantalla de Venecia.
El ego del comandante desfilaba por las alfombras rojas de un mundo colaboracionista y cegado ante el poder de seducción de un rey desnudo. El populista engañó a medio planeta con un discurso de redención de los pobres. Actualmente, la demagogia del caudillo provoca la estampida de miles de compatriotas por la frontera. Su película terminó mal, inspirando títulos como La peste del siglo XXI.
Los críticos denunciaron la trampa en su momento. Un público ingenuo y fácil de embaucar cayó preso del mensaje manipulado, generando un caos de proporciones bíblicas.
La irresponsabilidad de un pueblo dócil debe sumarse a la culpa histórica de un gobierno ineficiente e incapaz de garantizar la máxima felicidad posible. La tristeza, por ende, se adueñó de la cartelera, de las marquesinas, de los espectadores.
Oliver Stone filmó con su amigo Hugo un par de documentales de propaganda, no solo horrendos y planos en su estética, sino beneficiados con las partidas secretas del Estado mágico. El botín de Pdvsa fue saqueado por estafadores y parásitos de las “venas abiertas de América Latina”. Por menos, destituyeron a Carlos Andrés Pérez en su segundo mandato.
50 millones de dólares derrocharon en la empresa fracasada de Libertador, al gusto de los funcionarios de la dictadura. La cinta de Alberto Arvelo tampoco dio la talla y menos recuperó la inversión, sembrando innumerables dudas sobre el manejo de su presupuesto. El tema requiere de una investigación seria, de un cambio de horizonte y de actitud. De lo contrario, seguiremos cohonestando prácticas nocivas, deshonestas y perjudiciales para el futuro de la nación.
¿Cuántos directores y actores se enriquecieron a costa de los contratos de la tiranía? ¿Qué pasó con los dólares que se le entregaron a Danny Glover en la Asamblea Nacional presidida por Diosdado Cabello? ¿Cuándo estrenarán Abril, una película de la Villa del Cine que han engavetado porque les resulta irónicamente incómoda? ¿Chalbaud continuará rodando catástrofes sin audiencia? A los autores de tales agravios se les exige una explicación de sus actos frustrados, para empezar.
Sirva la memoria del cine para constatar el fiasco administrativo de los 20 años del chavismo.
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