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La anomia venezolana

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Las elecciones de alcaldes celebradas el pasado domingo 10 de diciembre han dejado al descubierto la lacerante enfermedad de nuestra sociedad. La anomia se ha apoderado de nuestra Venezuela.

Cuando Émile Durkheim introduce el concepto en la sociología moderna ofrece una contribución significativa a la comprensión del proceso complejo al que se ven sometidas las sociedades cuando queriendo lograr metas y objetivos trascendentes no puede concretarlos, y por el contrario se producen fenómenos disolventes. Surge la crisis severa en el orden político, económico y ético de una sociedad, generándose una frustración colectiva de tal magnitud que las lleva a situaciones catastróficas de mayor profundidad y alcance que las dificultades presentes en el origen de la patología social. El concepto ha tomado mayor importancia cuando es asumido en el campo de la ciencia política, pues permite comprender mejor los fenómenos en ese campo.

Entre nosotros José Rodríguez Iturbe estudió el fenómeno de forma científica y lo desarrolló a plenitud en su obra Repensar la política, publicada en Caracas en 1997 por la editorial de José Agustín Catalá.

En esa obra Pepe Rodríguez cita al sociólogo escocés y profesor de la Universidad de Columbia en Nueva York Robert MorrisonMacIver, de quien nos ofrece un concepto subjetivo de esta patología social. En efecto, MacvIver explica: “Anomia implica el estado de ánimo de quien ha perdido sus raíces morales, de quien ya no tiene pautas, sino solamente unos estímulos sin conexión alguna, de quien carece de todo sentimiento de continuidad, de los grupos propios y de las obligaciones. El hombre anómico es espiritualmente estéril, concentrado sobre sí mismo, no responsable ante nadie. Se burla de los valores de otras personas. Su única fe es la filosofía de la negación. Vive sobre la tenue línea de la sensibilidad entre un pasado que falta y un futuro que también falta…La anomia es una situación de ánimo en la que se ha quebrado, o se ha debilitado mortalmente, el sentido del individuo para la correspondencia social, que constituye la fuente fundamental de su actitud moral”.

Esta formidable conceptualización de MacIver la complementa Rodríguez Iturbe con las siguientes ideas: “El hombre resulta entonces atrapado en la camisa de fuerza de su propia finitud por su aniquilante decisión de cerrarse a toda trascendencia, pretendiendo el imposible de encontrar y reconocer la plenitud de su ser en su limitada mismidad. Es el estallido de los individualismos, de los materialismos, de los egoísmos. Es el tiempo de las envidias y de las frustraciones. Es la iracundia ante el reclamo de la solidaridad. Es el protagonismo de los ácratas”. (Páginas 71 y 72. Ob.cit.) (negrillas mías).

Hoy nuestro pueblo se siente desconcertado, frustrado, irritado, desmoralizado y angustiado. Hoy quiere conseguir culpables a la catástrofe política y social en la que estamos inmersos.

Y obviamente los políticos y la política son los primeros señalados por el estado de descomposición social al que hemos llegado. No dejan de haber razones poderosas para llegar a esa conclusión.

Cuando se asiste a un cuadro tan complejo como el que padecemos en la sociedad venezolana, es evidente que hay una dramática falla en la conducción de la política.

La enfermedad que padece la sociedad venezolana tiene su causa fundamental en la política. No en vano la política es la ciencia y el arte de conducción de la vida social. Si hay un grave desorden en la vida social es porque la política ha fracasado. Y la política ha fracasado porque carece de ética, sin ella no hay política que rescate la fe y la esperanza.

¿Y ante el fracaso de la política qué solución hay? La respuesta es muy sencilla, y por sencilla se vuelve compleja la solución y la respuesta. La solución es la política.

Sí, ante su fracaso, urge otra política. No la antipolítica, ni mucho menos la guerra.

Ha fracasado la política. La del gobierno porque ha creado un caos, una tragedia sin precedentes en el presente siglo. La de la oposición porque no ha podido ser alternativa. Porque en ella ha privado el egoísmo, el pragmatismo, el individualismo, la falta de aliento de nación.  Nos ha faltado grandeza, desprendimiento, amor a nuestro sufrido y vapuleado pueblo. El desastre del pasado domingo no podemos imputárselo a los ciudadanos. Es nuestra  responsabilidad. Es responsabilidad de la dirigencia. Este desastre no es solo  del proceso del pasado fin de semana. Ese desastre empezó el 5 de enero de 2016 cuando instalamos la recién elegida Asamblea Nacional. Allí se desataron los demonios políticos que nos han traído hasta esta situación de hoy.

Y he aquí el desafío de nuestra sociedad. Construir una política que renueve la esperanza, la fe en el país, que movilice a la sociedad, que regenere la confianza.

Eso solo es posible si quienes han estado protagonizando el liderazgo de la oposición entienden que deben contribuir con desprendimiento a recomponer la unidad y cambiar la estrategia.

Un empeño en pretender seguir al frente de manera exclusiva de la oposición va a profundizar la división, y en consecuencia va a agravar la anomia severa padecida por nuestra sociedad.

Ha llegado la hora del diálogo entre quienes queremos salir de la dictadura. Más urgente que una mesa de diálogo con el gobierno es la mesa de diálogo entre nosotros, los venezolanos que luchamos por el cambio.

No hacerlo es renunciar a la política. Es enfermar aún más a nuestra sufrida sociedad. Es profundizar la anomia y llevarnos al holocausto.

Sigo apostando a la política como la terapéutica necesaria para superar la más grave patología social que hemos padecido como nación.

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