COLUMNISTA

Un año más con los bárbaros

por Juan Carlos Pérez-Toribio Juan Carlos Pérez-Toribio

Se acerca otro 31 de diciembre y nuevamente se nos están vendiendo ilusiones y esperanzas –especie de espejitos de conquistadores– de que el próximo año será el definitivo. Año tras año se apuesta por una carta diferente. Cuando se saca el conejo de la chistera, unos se suman sin reservas a la estrategia y otros la revelan como inútil. Así han pasado ya dos décadas. Esta vez se apela al período vencido del presidente y al hecho de que los comicios de mayo, donde Nicolás Maduro se impuso a Henri Falcón, fueron fraudulentos y han sido desconocidos literalmente por medio mundo. Esperemos a ver los resultados, pero nada indica que esta vez será diferente, y así entraremos a otro mes de enero de manos de unos seres balbucientes a quienes unos atribuyen intencionalidad en el hecho de llevarnos a la más pura ruina y otros desconocimiento, inexperiencia y brutalidad.

Es bueno saber que “bárbaro” es una palabra que utilizaban los antiguos griegos para señalar a los pueblos fronterizos, y que significaba “el que balbucea”. Los antiguos helenos la popularizaron cuando en sus intercambios con los extranjeros vieron que estos no pronunciaban bien su lengua. Lo mismo hicieron los romanos con los pueblos que conquistaron y que no hablaban bien el latín. Se dice que en el asedio a Roma del año 410 llevado a cabo por las huestes visigodas de Alarico, fue tan fuerte que cuando finalmente entraron a la ciudad no quedaba mucho qué saquear, lo que los llevó incluso a respetar a muchas mujeres y no violarlas debido a lo famélicas que estaban. Sin querer despreciar los aportes a nuestra evolución como especie que han hecho los pueblos germanos –a los cuales pertenecían las tribus que se apoderaron de la península romana–, es evidente que con el tiempo este vocablo ha asumido un sentido peyorativo para referirse a los que atentan contra los bienes culturales de una civilización.

Y todo esto viene a cuento porque el acoso a que hemos sido sometidos los ciudadanos de este país desde hace veinte años por unos seres que apenas saben hilvanar una frase sin cometer un error, ha sido tan bárbaro que han llevado al país a situaciones que no se vivían desde principios del siglo XX, cuando, gracias a la llegada del petróleo, se erradicaron una serie de enfermedades endémicas, se construyeron numerosas universidades y se urbanizaron las ciudades. Nunca nuestro pueblo había sido sometido con tanta inquina como en estos años. No solo se nos han privado de nuestros alimentos más básicos, sino que también se nos ha condenado al ostracismo, echándonos de nuestras tierras y despojándonos de propiedades y servicios elementales, como la salud, el transporte, la luz, el agua y la electricidad. Se nos ha arrebatado también nuestra forma de hablar y se nos ha impuesto un supuesto lenguaje inclusivo, que ha derivado en algo relamido y ridículo. En todo este tiempo se han desconocido igualmente nuestras costumbres, así como nuestra religión y nuestra cultura, importando modos de ser e idiosincrasias de unos pueblos caribeños que nos son ajenos. Como si todo esto fuera poco, nuestros artistas han sido repudiados y no se ha permitido homenajear a nuestros difuntos. Los cementerios han sido profanados y la delincuencia se ha apoderado de nuestras ciudades y medios de comunicación. Por último, se han inventado nuevos héroes y caciques que nada tienen que ver con nosotros.

Vivir en nuestro país se ha convertido por todo ello en un infierno, lo que ha obligado a nuestros jóvenes a marcharse a otros continentes y países en busca de un futuro más prometedor. Las universidades donde se habían preparado, y que eran tan respetadas en el mundo académico internacional también han sido acorraladas y sus estudios menospreciados. De igual forma, nuestros médicos han tenido que emigrar porque han sido sustituidos por chamanes de toda laya, graduados en recintos que se autodenominan casas de estudios.

Y aquí estamos, amigo lector, a la espera de que el próximo año sea mejor para nuestro pueblo, y que se retiren estos balbuceantes de nuevo cuño al lugar de donde nunca debieron haber salido.

Felices fiestas.