El triunfo de Andrés Manuel López Obrador es la comprobación de que los mexicanos están hartos del régimen priista, hay un enojo social que exige a gritos un cambio. El hombre de 64 años de edad, que en dos ocasiones había intentado llegar a la silla presidencial (2006, 2012) sin obtenerla, ahora, como líder del Movimiento de Regeneración Social (Morena), una suerte de partido político y movimiento social, promete una transformación a la altura de la Independencia, la Reforma y la Revolución, asegurando que quiere pasar a la historia de México como su mejor presidente.
Enfrente tiene grandes retos. Tiene AMLO que concretar cómo acabará con la corrupción más allá de la honestidad que promulga, y tendrá que definir un plan para reducir los niveles de violencia, que se ha extendido por todo el territorio mexicano, que ha dejado decenas de candidatos asesinados de todos los partidos políticos.
Asimismo, deberá reconciliar a la nación tendiendo puentes, a fin de superar la polarización generada durante una campaña repleta de crispación, ya que sigue teniendo furibundos detractores, que no confían en él, y continúan creyendo fervientemente que representa un “peligro para México”.
A partir de ahora, deberá dejar más que claro que no es un autoritario y que gobernará para todos los mexicanos. De ahí que, en su primera oportunidad al hablar ante sus bases políticas, López Obrador llamó «a la reconciliación de todos los mexicanos», al tiempo que lanzó un mensaje de tranquilidad para los inversores y el sector empresarial.
Rápidamente los ex presidentes de México, emanados del sistema político actual, le ofrecieron cada quien su respaldo pese a las diferencias tan marcadas en el pasado reciente: Felipe Calderón Hinojosa, Vicente Fox Quesada, Enrique Peña Nieto, e incluso Carlos Salinas de Gortari, y qué decir de gobernadores, empresarios y sus adversarios políticos en esta elección, Ricardo Anaya, José Antonio Meade y Jaime Rodríguez Calderón, el llamado “Bronco”, todos a una voz, reconocieron el apabullante triunfo de AMLO.
El triunfo de Morena, y su coalición Juntos haremos historia, pone a la izquierda como la principal fuerza política en el Congreso, pero también sube a un partido de reciente formación, Encuentro Social, a un escenario que nunca imaginaron: que la ideología evangélica tenga peso en el Congreso mexicano.
México le dio en las urnas la espalda a su presidente Enrique Peña Nieto, quien veía en José Antonio Meade, su legado, que por más que fuera una cara nueva, un tipo con fama de burócrata bonachón y eficiente, libre de escándalos en primera persona, entendió el pueblo que de una u otra manera fue testigo de todos los escándalos priistas, e incluso, panistas, porque perteneció a dos administraciones en áreas estratégicas, ante lo cual no movió una pestaña, y nunca supo nada.
Un sexenio plagado de violencia y corrupción. Quien fuera en 2012 un candidato presidencial fuera de serie, es hoy el responsable no solo de la peor derrota en la historia del partido hegemónico de México, sino además de que las bases políticas del PRI pudieran ser incluso absorbidas por el ascenso de Morena.
Por su parte, el PAN también está en crisis, su alianza con la izquierda no fue nada buena, y políticamente lo han pagado a un precio alto, dejando al partido en números extremadamente rojos, al grado que su representación política es similar al Partido del Trabajo, un partido que hace tres años estaba en la línea de perder su registro político, y ahora ha revivido gracias a su alianza con López Obrador.
Ricardo Anaya entregó el poder político del PAN por su ambición de ser el que liderara a su partido en busca de la presidencia, por lo que sus deudas políticas son enormes al día de hoy.
Andrés Manuel López Obrador será el próximo presidente de México. Un líder político, social y conectado con las masas, que mira hacia la izquierda, y que afirma que “por el bien de todos, primero los pobres”, él es quien gobernará el país de habla hispana más grande del mundo, la segunda economía de Latinoamérica, y vecino de Estados Unidos.
Un hombre que tiene ante él un compromiso de proporciones épicas.
Tiempo al tiempo.