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Sí, ya sé que para contar una cosa suelo referirme a tantas otras. Hay relatos vívidos que justifican ir tirando del hilo conductor para que desemboquen en el verdadero leit motiv. En este caso los sujetos claves son Montalbán y Montalbano; uno, que lo fue de carne y hueso, escritor barcelonés portentoso. El otro, personaje salido de la costilla del creador de Carvalho, detective de moralidad entredicha, bon vivant de medio pelo y gastrónomo de altos vuelos, sin olvidar las ensoñaciones eróticas de toda una generación casi castrada en sus deseos amorosos por el régimen franquista, y la curia casposa del dopo guerra civil española.
Hablo de Andrea Camilleri, quien está en coma en el hospital Santo Spirito de Roma y a sus 93 años sigue luchando por su vida, dejando sin aliento a cientos de miles de seguidores preocupados. Es un Cavallo di Razza, como dirían los italianos cuando destacan similitudes con estirpes gloriosas, como las que unen a dos de los más grandes escritores europeos que han incursionado en las infamias del crimen y castigo literario, para elevar el género de novela negra a tratados morales de uso cotidiano. Y todo ello, sin descuidar un estilo magistral y un manejo de su lengua donde lo prosaico no omite lo poético.
Si estoy dando giros de este tipo, un tanto retóricos, es porque llevo varios días angustiado con el destino de esa figura formidable que en su reto “de vida o vida” forma ya parte de mi imaginario individual -y en modo ocupacional, en el deleite de sus tramas y desenlaces-. Me refiero no solo a la saga libresca de Camilleri, sino también a la serie del Comisario Montalbano que difunde la Radio Televisión Italiana y que revela estampas arquitectónicas maravillosas en burgos y playas sicilianas. El trasfondo de escenografía, ecos de romanzas musicales y paisajes marinos mediterráneos es un complemento exquisito a la producción cinematográfica de una serie que promete nuevos episodios con duración de más de hora y media. Además, a mediados de julio se espera, con enorme expectativa también, la difusión de otra vertiente de Camilleri, ahora como dramaturgo, con su obra Autodefensa de Caín, representada nada menos que en el milenario enclave de las Termas de Caracalla.
A Andrea Camilleri, narrador, guionista y director de teatro con una carga humanista notable, quien es un firme defensor de los derechos humanos de los migrantes, y figura de gran estatura moral, no tuve la ocasión de conocerle en mis tiempos romanos. Al gran Manolo Vázquez Montalbán, novelista y periodista famoso por la velocidad y pertinencia de su escritura, sí. Y ese encuentro es parte de una historia en la que las casualidades y coincidencias han marcado un destino que bien podría pasar por cierta dimensión esotérica.
Al autor de la serie del detective Carvalho lo encontré durante mi primer viaje a Europa, a mis 20 años, en la redacción de una revista catalana a la que llevé un poema mío cargado de indignación y de rabia por el golpe de Estado del verdugo traidor que fue Pinochet, y la muerte sospechosa de Neruda. En esa mítica redacción el poeta Batlló quiso saber a quién había leído yo de los autores españoles de aquella época. Cuando respondí que conocía el libro de Vazquez Montalbán, Manifiesto Subnormal, me dijo: “Mira, allí está el autor y te lo voy a presentar; la semana que viene se irá de vacaciones a conocer tu país”. El encuentro terminó con recomendaciones para que fuera ciceroneado por amigos míos en la capital mexicana.
Ese vínculo tan accidental y pasajero se renovó 20 años después, cuando fui designado cónsul general en Barcelona y el reencuentro pasó por momentos memorables: comilonas ofrecidas por Carmen Balcells; su cumpleaños sesenta, celebrado entre la comunidad literaria representada por Juan Marsé y Eduardo Mendoza en su chalet de Valvidriera; algunas cenas en mi torre de San Cugat, y las visitas de urgencia al Clínic donde fue intervenido del corazón.
Destacables, con mucho, fueron los almuerzos en el bar y casa de pescados del Amaya, al final de las Ramblas. Después de escuchar sus recomendaciones gastronómicas paseábamos por las orillas del barrio chino y Vázquez Montalbán se daba el lujo de decirme: “Mira, este rincón es uno de los frecuentados por Carvalho”, su lúcido y pícaro personaje.
Así que cuando un intelectual de la talla tan sensible y rigurosa como Andrea Camilleri decidió hacerle un homenaje, lo hizo por todo lo alto, no solo bautizando a su comisario con el nombre del su colega oportunamente italianizado, si no dotando también a Montalbano con los rasgos de carácter de apego ético y talante generoso que caracterizaron a Manolo. A ello se agrega la esmerada supervisión de Camilleri sobre la dirección de arte de la célebre serie televisiva, con cuidadosas actuaciones y una dispendiosa producción en locaciones que singularizan una de las ficciones con rango de largometraje cinematográfico de gran valía como comedia dramática del género negro.
Al momento de cerrar estas líneas los médicos romanos seguían confiando en que la fortaleza física -y yo diría la espiritual- de ese genio literario e ideólogo de nobles causas sociales logre sacarlo adelante para que siga dictando, como Borges, ese otro gran invidente, un mundo celebratorio de palabras bellas, justas, y hondas, que echamos tanto en falta.
Manolo Vázquez Montalbán, a quien Camilleri rindió homenaje dando su apellido a su entrañable personaje, el comisario Montalbano