Popularizada como princesa rusa de cuya misteriosa historia han surgido novelas, leyendas, investigaciones y películas, en realidad la gran duquesa Anastasia Nikoláyevna Románova, nacida el 18 de junio de 1901, fue la hija más joven del emperador Nicolás II, el último zar de la Rusia imperial, y de su esposa Alejandra Fiódorovna.
La recién nacida recibiría el nombre de Anastasia, denominación cristiana muy usada por los ortodoxos que significa «resurrección». Se alega que su designación apuntaba a la liberación (desaparición de una situación de dependencia, limitación) concedida por su padre, el zar, a un grupo de estudiantes que habían provocado disturbios en San Petersburgo y Moscú el invierno anterior.
Este caso es mucho más real, princesa nuestra, nueva bandera de la familia, que en vez de nacer en Venezuela, como debió haber sucedido, lo hizo en Panamá, donde crecerá y vivirá su propio cuento y experiencia.
Se hará niña, adolescente, adulta y profesional en el país que la recibió con impecable profesionalismo médico y el cariño de encontrarse con una nueva hija. De origen venezolano, sin duda, pero panameña de formación y proyectos porque es su lugar de nacimiento, donde viven sus padres, ellos sí, venezolanos, jóvenes y bien preparados que se vieron en la necesidad y casi obligación de abandonar su país para vivir, progresar en paz, con expectativas ciertas y posibles.
Es otro ejemplo de esa gran y perniciosa tragedia que ha traído a Venezuela este socialismo de comiquita patética, equivocado en sus percepciones, terco en sus aplicaciones, asombrosamente incompetente en sus ejecuciones, y brutalmente torpe en sus demostraciones.
Detalles ignominiosos típicos del comunismo castrista madurista, sus alardes de dinero mal habido, signos exteriores de riqueza súbita, impunidad en la sustracción del dinero público, camionetas blindadas y pedantes ocupantes, escoltas en motos de alta cilindrada, desplazándose nerviosos, bloqueando conductores que regresan de sus trabajos; exhibiendo con desparpajo y sirenas la carencia de compromiso con las necesidades reales de los ciudadanos, que ponen al descubierto la cruda realidad del inmenso tamaño de la crisis de un socialismo bolivariano de la boca para afuera pero no del bolsillo revolucionario hacia adentro.
Mientras los padres de Anastasia dedican su talento y capacitación en hacerse la vida que Venezuela les impide y negó; altos funcionarios oficialistas y enchufados se encierran resguardados por cuerpos policiales de la nación mal remunerados aproximándose al esclavismo. Mientras la extensa ciudadanía debe hacer largas, humillantes y agotadoras colas para lograr subir a un transporte popular cada día más inservible y menos accesible a sus vacíos bolsillos, el gobierno hace promesas que nunca ha cumplido ni sabe cómo cumplir, diseñadas entre la protección de sus amplios, lujosos y confortables aposentos y oficinas, pagados con los dólares que no se destinan a establecer al menos un sistema digno y eficiente para ese pueblo, presente en sus discursos pero no en sus soluciones.
Como tampoco a servicios razonablemente confiables de agua, electricidad y telefonía, mantenimiento de vías, comida y medicamentos, atención al bienestar social, familiar, de la salud pública, ni en convertir la atención a los ciudadanos en las dependencias del Estado en trato respetuoso y eficaz.
Los padres de Anastasia, y ella misma, viven en vivienda propia –con hipoteca al banco– no lujosa pero cómoda, decente, digna, meritoria, y tienen su propio vehículo que, no necesita el costo adicional de blindaje o guardaespaldas que, a juzgar por el espectáculo de comedia bufa en la avenida Bolívar de Caracas, tampoco parecen ser medianamente eficientes, porque hasta el dron que derribaron, por milagro no causó una tragedia ciudadana.
Como Anastasia, son miles de príncipes y princesas del diario vivir venezolano a quienes el socialismo de corrupción, terquedades necias, perversidades sociales y económicas, de increíbles incompetencias y la más arrasadora manera de manejar un país, les han arrebatado la patria de nacimiento, sueños y posibilidades de desarrollo, los ha transformado, no por el gusto y decisiones propias de la mayoría, en extranjeros en busca de una calidad de vida razonable.
Al igual que Anastasia, la mayoría –quizás– no regresará al país que cada día es una potencia roída por la ineptitud y nulidad, una nación que alarga un presente que no es el futuro esperado y prometido. Por eso, como muchos, sus padres se han ido y poco probable retornarán al país del gobierno desorganizado, parlanchín, derrochador y violador de los derechos humanos más elementales y cierta oposición cómplice, que culebrea y desconoce el honor de cumplir la palabra empeñada, llena de estúpidos egos y superioridades, dos incompetencias que se muerden mutuamente mientras la nación se va pudriendo frente a sus narices sin olfato ni responsabilidad social.
@ArmandoMartini