La explosiva mezcla de narcotráfico, corrupción, violencia, pobreza rampante, inexistencia de asistencia en salud, despilfarro, incapacidad en la planificación y en el manejo de la economía, arrogancia, vulgaridad y desatino en las relaciones externas, la gravitación absurda y protuberante de lo militar en la conducción nacional y la aceptación de la injerencia cubana en este vital terreno, además de la incapacidad de manejo del complejísimo drama social emergente y la fractura evidente que ya se observa en los cuadros de la cúpula civil y militar imperante, terminarán llevando a Venezuela a un trágico colapso, y con ella a quienes gobiernan al país. Es cuestión meramente de tiempo. Ni siquiera el engendro de colectivos paramilitares concebidos como un elemento de disuasión a la protesta ha surtido un efecto desestimulante en la ciudadanía.
Bajo la égida de sus camaradas cubanos, el chavismo y el madurismo corren desenfrenados hacia adelante en un intento por escapar, utilizando cuanto subterfugio encuentran en el camino para detener lo indetenible o diseñando cada día una atajo más bárbaro para cerrarle el paso a un país efervescente que clama por cambio. En medio de su desesperación, han sido capaces de parir el peor adefesio que es el de la convocatoria a una asamblea constituyente para diseñar un nuevo estado de cosas, para desencamar un país diferente con el cual enamorar –ahora sí– a los muy pocos apegos que le vienen quedando dentro de la población y para salirle al paso a las ansias libertarias y de justicia que llevan ya más de 60 días en las calles del país.
Pero el país enojado no se deja. ¿Cuánto más puede la comparsa que gobierna al país ignorar no solo el desesperado clamor nacional sino la creciente voluntad de cambio de los maltratados gobernados?
El país rueda indetenible en una cuesta inclinada hacia a un precipicio aún no alcanzado, pero cada día más cercano. La inmensidad de los recursos de que han dispuesto les ha permitido dilatar el fin que se avecina y, aunque han destrozado deliberadamente nuestras fuentes de recursos, empezando por la gallina de los huevos de oro que es Pdvsa, la que aún provee dinero para sus satrapías, su olvido de las necesidades de los individuos, unido a su incapacidad de manejar nuestra economía en tiempos de turbulencias internacionales, ha ubicado al país al borde de su quiebra. Tampoco tal situación durará mucho porque el principal castigado por tal descalabro hambreador es aquel que ya no tiene miedo de salir a la calle a reclamar lo que le deben.
Quienes aseguran que Venezuela sigue, como calcado al carbón, el modelo cubano, tienen razón solo en parte. En un mundo donde las comunicaciones son fluidas a pesar de los esfuerzos que se hacen por asfixiar la información y la opinión, no es posible ocultar ni las tropelías, ni los desaciertos y mucho menos las injusticias y las muertes de inocentes. Si bien es cierto que el gobierno se esmera en trastocar la información y en tratar de impedirla, las armas de que la oposición dispone en estos terrenos también han permitido catapultar nuestra desgracia a escala planetaria sin que desde Miraflores hayan sido capaces de impedirlo.
Ya las fracturas en las filas del oficialismo se están manifestando con una crudeza inesperada. Poco importa si sus protagonistas están queriendo salvar el propio pellejo o si al fin se percataron del desastroso rumbo que este género de perversa ideología le ha impreso al país. La debacle generalizada en lo económico y en lo social también se está instalando en medio de las gorras y de los soles así como, por igual, está ocurriendo en el seno de los poderes del Estado secuestrados por el gobierno.
Ya no les resulta posible contar cuántas son las disidencias que hay presentes en cada uno de estos ambientes del Ejecutivo, ni tampoco en el seno de lo militar de alta o baja gradación. Le tienen miedo al vecino, al de la puerta de enfrente, al que le lustra las botas, al que le archiva los documentos, a la esposa y a los hijos, a los colaboradores y empleados y a todos los que cada día más los observan con desprecio.
De esta anarquía que se ha decretado por la fuerza del desgobierno, de la corrupción, del despilfarro y de la maldad al colapso completo, no queda sino un paso, aunque el garrote que se le muestre a la disidencia opositora sea el más vil.
La historia lo ha mostrado consistentemente. En ese terreno, la victoria la tiene quien hace gala del carácter más indómito. En nuestro caso, el pueblo en la calle.