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AMLO, Trump y los migrantes centroamericanos

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La carta de López Obrador a Trump encierra muchas características y, sobre todo, un gran número de lugares comunes. Propone como algo nuevo la cooperación de México y Estados Unidos con Centroamérica, que bajo una variante u otra, ha sido una constante –fallida– de la política exterior de México por lo menos desde 1979. Volver a intentar lo que se pretendió con el Acuerdo de San José de 1980, el Mecanismo de Tuxtla de 1998, el Plan Puebla-Panamá de 2001, la Alianza para la Prosperidad de 2015 y todos los componentes económicos de las distintas negociaciones de paz en la zona, es un proyecto meritorio. Ojalá no fracase por los mismos motivos que los demás: la falta de dinero mexicano y/o de Estados Unidos.

La carta contiene un detalle llamativo e innovador: la identificación de AMLO con Trump como líderes antiestablishment. No es lo mismo verse obligado a tratar con los malos de la película, poniendo la mejor cara posible, que identificarse con ellos y vanagloriarse de las supuestas o verdaderas afinidades. Nos sirve de consuelo que ahora Andrés Manuel nos concede razón a quienes subrayamos desde hace tiempo las semejanzas entre Trump y él. A confesión de parte…

Lo más interesante, y para mí lo más reprobable del texto, involucra la postura de AMLO sobre el tema migratorio. Dejo a un lado su silencio sobre la migración mexicana, es decir, a propósito de los 6 millones de compatriotas sin papeles en Estados Unidos, y los 100.000 a 150.000 que parten cada año careciendo de documentos. Quisiera referirme a lo que sí afirma la carta en relación con los migrantes centroamericanos. Dice el próximo presidente: “Debe atenderse de manera integral y de fondo el problema migratorio, mediante un plan de desarrollo que incluya a los países centroamericanos, donde millones de habitantes no tienen oportunidades de trabajo y se ven obligados a salir de sus pueblos para buscarse la vida y mitigar su hambre y su pobreza… De esta manera, reitero, estaríamos atendiendo las causas que originan el fenómeno migratorio. Al mismo tiempo, cada gobierno, desde Panamá hasta el río Bravo, trabajaría para hacer económicamente innecesaria la migración de sus ciudadanos…”. Esta es, justamente, la tesis de Trump y de su equipo: Jeff Sessions, el procurador; John Kelly, el jefe de la oficina de la Casa Blanca; Stephen Miller, el redactor de discursos y principal asesor en materia migratoria, y los jefes de las agencias policiacas: ICE, CBP y la Patrulla Fronteriza.

Según todos ellos, los migrantes –niños acompañados o no; mujeres solas; jóvenes; familias enteras– no tienen derecho de solicitar asilo en Estados Unidos porque su motivación es estrictamente… económica. Son personas que no huyen temiendo por sus vidas, sino migrantes buscando empleo, mejores salarios y, en su caso, los servicios del Estado asistencial norteamericano. Por lo tanto, deben ser impedidos de ingresar a Estados Unidos o, cuando lo logran y son detenidos, deben ser deportados de inmediato, sin derecho a una audiencia donde puedan solicitar asilo.

En cambio, los migrantes, todos los grupos de derechos humanos y de abogados en Estados Unidos, la Iglesia Católica, muchos demócratas, los medios y, sobre todo, las organizaciones de la sociedad civil en Guatemala, Honduras y El Salvador sostienen exactamente lo contrario de lo que plantean Trump y… López Obrador. La gran mayoría de los padres de los niños enjaulados, ahora separados de dichos padres, huyen con ellos porque poseen un temor fundado por sus vidas.

Los tres países del Triángulo del Norte son quizás los más violentos del mundo a excepción de aquellos que se encuentran inmersos en una guerra. Las “maras” –MS-13–, Barrio 18, el narco, el crimen organizado, los han convertido en verdaderos infiernos, de los cuales mucha gente desea huir. Las jóvenes temen ser violadas; los jóvenes, ser reclutados; los padres, ser amenazados si no entregan a sus hijos o sus hijas; los niños, obligados a llevar a cabo tareas delictivas menores y a servir de moneda de cambio para los adultos. El peligro de muerte es real, es individual, comprobable y evitable, al trasladarse, incluso a un costo altísimo, a otro país. Puede haber excepciones, engaños, gente entrenada por los polleros para presentarse de esta manera sin que sea su caso. Pero el debate en Estados Unidos, en México y en Centroamérica es ese, fundamentalmente: migrantes económicos huyendo de la pobreza y buscando oportunidades, o gente pobre y perseguida huyendo de la violencia, buscando seguridad y asilo. AMLO acaba de colocar a México de un lado de ese debate, con su simplismo e ignorancia, comprensible en un candidato en campaña, inadmisible para quien ya cuenta con toda la asesoría necesaria.

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