La falsa oposición en Venezuela sigue dinamitando las opciones reales para derrocar y destruir el régimen chavista presidido por Nicolás Maduro. Esta amorfa y antinatural alianza de franquicias partidistas y aspirantes presidenciales ha agenciado toda suerte de emprendimientos dentro y fuera de Venezuela, para debilitar la lucha contra el narcoestado chavista y lanzarla por el abismal barranco de elecciones, negociaciones y desesperanza.
Dentro de Venezuela, esta falsa oposición ha sido la propagadora de la lógica según la cual solo mediante elecciones es posible sacar al chavismo del poder. Han fracasado durante casi dos décadas en este empeño entreguista que ha sido el mejor obsequio legitimador para el régimen. Pero aún así insisten en tratar a un régimen indiscutiblemente mafioso y criminal como si fuese una democracia.
Cada vez que el régimen necesita el favor de la oposición, usa la vieja táctica de “la zanahoria y el garrote”. Para unos funciona por la vía de prebendas, concesiones burocráticas y contratos; para otros operadores de la falsa oposición, hay que usar el dolor físico y hasta la muerte para que entren en razón. Así ha sido como de una forma u otra el régimen siempre termina llevando a estos opositores a la mesa de negociaciones o a unas elecciones.
En el ámbito internacional, esta falsa oposición hace turismo por países y se toma selfies con líderes de otros Estados, pidiendo solo sanciones contra el régimen de Maduro. Esto, alineado con la lógica de tratar al Estado mafioso chavista como si fuese una entidad de derecho internacional, que eventualmente cederá a sanciones penales o financieras que le apliquen otros países.
Allí también se anida la falacia de pedir una supuesta ayuda humanitaria internacional, como una especie de blandengue y mal disimulada forma de solicitar una intervención militar en Venezuela. Estos operadores de la falsa oposición se cuidan muy bien de usar un lenguaje educado en lo políticamente correcto, que no es otra cosa que la hipocresía política. Lo que en realidad intentan desconocer, sin éxito, es que apuestan por una supuesta renuncia del régimen de Maduro al poder, como resultado de esta política equivocada de sanciones que solo ha servido para alargar la vida a la agónica tiranía.
El gobierno de Donald Trump sigue evaluando la intervención militar en Venezuela y eventualmente también agregar a Cuba, un Estado patrocinante del narcoestado venezolano, a la lista de regímenes que habría que derrocar. Es lo que el propio Trump ha dicho en varias oportunidades. Al mismo tiempo, algunos funcionarios de su administración han señalado que deben agotarse las formas pacíficas con estos regímenes antes de implementar otras opciones. Esto tiene sentido, y es que Estados Unidos no va a confirmar una intervención militar en Venezuela o en ningún otro país hasta el mismo día en que ocurra. Sin embargo, en su infinita miopía e ignorancia los operadores de la falsa opción saltan de alegría y felicidad a celebrar una supuesta contradicción o retroceso en la política de la administración de Trump, como si esto significara una invitación a negociar la paz en una mesa con el régimen asesino de Maduro.
La intervención militar en Venezuela es una delicada decisión política para Estados Unidos, que debe ser calibrada por todos los entes que asesoran a Donald Trump en la materia. Es algo que, de ocurrir, será más por su alineamiento estratégico con los intereses geopolíticos de Estados Unidos, que por defender a la agónica República de Venezuela. Es una dramática realidad pero, aun siendo dramática, podría trabajar a nuestro favor.
En ese contexto, el papel de la verdadera oposición que busca derrocar la tiranía en Venezuela no debe ser el de la ambivalencia y la blandenguería. Por el contrario, es necesario persuadir al gobierno de Trump y sus aliados en el congreso de Estados Unidos, sobre la necesidad de una salida de fuerza inmediata para derrocar al régimen de Maduro, pues este atenta contra su propia población civil como cualquier Estado fallido y, por esa misma condición, es igualmente una amenaza para los intereses de Estados Unidos.