COLUMNISTA

¿Alguna vez imaginaste??

por Fernando Rodríguez Fernando Rodríguez

Seguramente somos muchos los que hemos planteado el estado de cosas del país con la estructura de la pregunta con que titulo, que indica el desconcierto por el nivel de deterioro de nuestra vida colectiva que supera los escenarios más infames que alguna vez hemos concebido como posibles. La respuesta casi automática es casi siempre no, nunca. Y resulta que esos límites se han ido deslizando hacia el abismo, cada vez más, y el asombro de ayer ha pasado a ser cotidiano y topamos con parajes más desoladores y crueles. Y así, así. Hasta que llegamos a pensar que no habrá final para la pesadilla. Freud concebía la muerte como el escenario último de los sueños más oscuros.

Alguna vez nos asombró una cola interminable para comprar la harina de las arepas de todos los días. Luego, digamos, cómo los guardias nacionales y otros esbirros disparaban a mansalva contra ciudadanos que querían protestar, algunos adolescentes. O el desprecio de la raíz misma de la democracia con la ANC. O los precios criminales de la hiperinflación. O millones de venezolanos corriendo hacia cualquier parte, allende las fronteras, para salvar su vida y la de los suyos… en fin, no abundemos sobre lo sabido por vivido.

En general, detesto las reflexiones identitarias, las ingeniosidades sobre “lo venezolano”, pero creo que no sería demasiado estrafalario decir que esa limitación de nuestra imaginación histórica tiene mucho que ver con que nuestros pesares, que no han sido tampoco escasos, han sucedido con un tiempo y una intensidad muy paulatinos y poco explosivos, si miramos otras latitudes. Al fin y al cabo, los cuarenta años de la democracia, e incluso los del posgomecismo, tuvieron contexturas bastante parecidas en el fondo. Al son de los precios del petróleo, que se mueven como un trapecio que enferma o embriaga con cierta previsibilidad y secuencia. No hubo grandes tragedias prolongadas y agudas, en el manejo de nuestros logros y, sobre todo, nuestros fracasos por hacernos de la modernidad estable. De manera que no hay en la memoria de los venezolanos actuales vivencias similares a las que nos ha sometido el despotismo, la barbarie cruel y la insania moral de estas décadas que no terminan. Por lo tanto, deficiencias inmunológicas.

Pero si la imaginación tuvo que correr asfixiada detrás del desmoronamiento nacional, esta al menos aprendió que hay un futuro por recorrer que, junto con tenues esperanzas, obliga otra vez a preguntarse y a usar otra manera de inquirir. Y lo que ahora sí deberíamos poder imaginar, algo hemos aprendido, es bastante espeluznante. La guerra, por ejemplo, que ya anda en boca de personas o niveles de poder que no suelen, por su rango y significación, siquiera nombrarla, aunque sea de pasada, si no fuese probable. La guerra que tiene mil rostros, pero todos espantosos, voces de muerte. ¿Y por qué no?, pudiese ser esa manera más realista de inquirir. El mundo y la historia están plagados de estas, de todos los tamaños y modalidades. Nadie debería desearla, si acaso acatarla como un deslave o un sismo, por decirlo de alguna manera. Pero también podríamos imaginar otros escenarios tétricos, como esa muerte en el alma que podría ser la prolongación de la barbarie, una tiranía larga y cruel tutelada por las bayonetas y las mafias.

Claro quedan otras cosas. Una rebelión interior, militar o civil, o una combinación de ambas. Una negociación, un diálogo, no seamos pacatos. No hay mucho más sobre qué apostar en ese grado de generalidad, así seguramente haya muchos matices concretos.

Ah, y ya sabemos que, a estas alturas, que nos estamos jugando el país, al menos por mucho tiempo y con grandes costos. Algo muy sórdido sabemos ya de la condición humana que no habíamos experimentado como colectivo. Habrá que buscar la manera de reinventar la esperanza y no será fácil, acaso la primera pieza sea la firme voluntad de luchar, a cualquier precio. ¿El camino real? Simplemente no lo sé, imaginemos, en cambote.