Con una importante obra iniciada ya antes de la Primera Guerra Mundial, la narrativa francesa de la época de la posguerra del siglo XX prosiguió su ascenso vertiginoso de innovación y creación literaria, y así como el unanimismo en poesía originó el surrealismo al buscar expresar los estados del alma colectivos, la búsqueda de un arte de vivir dio paso a la narrativa realista, al existencialismo y a la figura que propuso una rebelión histórica a la que llamó “rebelión metafísica”.
A esta figura a la que me refiero es al filósofo francés Albert Camus (1913-1960), quien a mediados del siglo XX escribió sus más representativas novelas, obras de teatro, adaptaciones de obras españolas e importantes ensayos, en los cuales nos expresa que a pesar del supuesto progreso y de los grandes avances tecnológicos y científicos de la humanidad, el hombre, en su vida cotidiana, sigue siendo presa de un destino que lo limita y lo asfixia en las mismas contradicciones de siempre.
En la visión de Camus, el hombre común se enfrenta a su destino, pero a un destino desposeído en el que se sufre enfrentando no solo la muerte o los fenómenos naturales, sino además la pobreza, la soledad, el dolor, la angustia, el odio, la violencia, la injusticia social, la frustración y, en general, todo aquello que en la vida no tiene sentido; a eso Camus le llama el absurdo.
A este absurdo es al que hay que buscarle sentido y encontrar el deseo por seguir viviendo a pesar de él, y no seguir evadiendo el destino al que nos enfrentamos por el solo hecho de existir buscando explicaciones absurdas y racionales de nuestro destino, que lo único que hacen son menospreciar el alma humana para la vida presente, según Camus.
En esta gran interrogante que se plantea Albert Camus lo único que le interesa es saber si hay una forma concreta de encarar el destino (de manera psíquica y social), que valga la pena para el ser humano en la vida que tenemos que vivir aquí y ahora, y no en una vida post mortem, que de esa la religión se deberá encargar y que, a Camus, como buen ateo, no le interesaba en lo más mínimo.
De 1940 a 1960, y en los años posteriores a la muerte del filósofo francés, premio Nobel de Literatura, este “humanismo camusiano” despertó un gran interés dentro del mundo intelectual, aunque no todos lo han llegado a comprender y lo han terminado por asociar a otras corrientes filosóficas que han impuesto un hito en el mundo de las letras.
La rebelión metafísica no propone una evasión o resignación ante lo inevitable de la vida que hay que vivir, como sí lo propone el estoicismo aceptando la derrota y adquiriendo una posición de inactividad física y mental que únicamente beneficia a las oligarquías.
En este rubro las ideologías socialistas, escatológicas o teologales solo le interesaron en su juventud, pero al darse cuenta de que estas no dudaban en sacrificar la libertad, la igualdad y sobre todo la vida se apartó rápidamente de estas prácticas que ilusionan en el presente con una esperanza futura condenando a los hombres y mujeres a la servidumbre actual y también para el resto de sus vidas.
Para Camus no hay razón para el suicidio, ni el fatalismo, porque el deseo de vivir es más fuerte que el destino mismo; el deseo de vivir aquí y ahora tiene como propósito crear una visión positiva de la vida, rebelar al hombre en contra de su destino natural, social o intelectual; es una propuesta permanente contra la condición humana y contra la totalidad de la creación, y una afirmación de la vida que tenemos, como el bien más radical de todos.
A través de dos ensayos pináculos de su pensamiento, Albert Camus describió progresivamente su propia identidad en algo que yo llamaría un examen minucioso de su propio absurdo, me refiero a El mito de Sísifo y El hombre rebelde; obras expresivas que definieron el nuevo espíritu humanista del hombre ulterior a la Segunda Guerra Mundial, un pensamiento que atrae la atención en el ser humano en sí mismo, considerado como un ente de razón capaz de sustraerse a la providencia paradisíaca y situarse en el centro de la creación divina.
En esta nueva manera de conducir el pensamiento, Camus pretendió acercarse tentativamente al conocimiento mismo, en busca de nuevos valores que la rebelión metafísica camusiana imputaba a la condición humana, ilustrando de manera filosófica cómo el ser humano desafía su destino con la finalidad de mejorar la situación humana nutriéndose de la esperanza.
En El mito de Sísifo, Camus solo logra describir la experiencia del absurdo cuando Sísifo se rebela diciendo “¡no!” a su destino, sin embargo, no nos persuade con sus argumentos, o no al menos de forma convincente, de cómo es que debemos de vivir la vida en este mundo absurdo en lugar de escoger el camino del suicidio –al que Camus califica como un argumento ontológico y legítimo, pero no decisivo–, pero al final de todo su discurso solo termina por dejar solo a Sísifo al pie de la montaña y nos aconseja que nos imaginemos a un Sísifo feliz.
El mito de Sísifo es el retrato mítico de un hombre por intentar cambiar el presente para mejorar su futuro, una rebelión dionisiaca que pretende negar la existencia de fuerzas divinas a partir de la rebelión humana, en definitiva, un eco estridente de lo que imaginaron los persas con Zoroastro y que fundamentó la base nietzscheana de la muerte de un dios irracional.
En El hombre rebelde, Albert Camus pasa de la mera experiencia del absurdo que desarrolló en El mito de Sísifo a señalarnos caminos mediante los cuales el ser humano desafía su destino partiendo de la esperanza por un deseo de vivir, intentando cambiar o eliminar todas aquellas formas que impiden un mundo justo y positivo para las aspiraciones humanas.
Camus desarrolla un discurso filosófico muy ambicioso, sin embargo, en lo que él denomina “rebelión metafísica” y “rebelión histórica”, nunca logra una homogeneidad fiel a sus propósitos primigenios.
El primero propone una protesta permanente contra la condición humana y contra la creación; la segunda es el intento humano de sujetar la historia universal a una norma universal, eliminando todo lo que le disgusta en el mundo con el objeto de convertirlo en lo que uno pretende, lamentablemente ese fin se logra muy contadas veces y en la mayoría se termina desviando de sus principios; a esto le llama Albert Camus “terror irracional” y “terrorismo racional”.
Albert Camus, un escritor que poseyó una mente brillante, que buscó nuevos caminos y formas para entender la existencia del ser humano, a lo que denominó como un absurdo existencialista; al no tener todas las respuestas que él hubiese deseado, encontró su dicha al hacer posible la construcción de un mundo sin dioses donde lo que importa es la pasión por la vida.