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Al otro lado del miedo

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Muchos movimientos sociales y preferencias electorales en América Latina se consolidan sobre el carisma de un personaje, que toca y trastoca las fibras emocionales, para generar una identificación afectiva, pero sin tomar en cuenta si ese individuo tiene la formación y la capacidad de dirigir los designios de una nación. Por eso, aquellos que dejan de lado la megalomanía y se convierten en estadistas, son capaces de rodearse de asesores, que los aconsejan en áreas que no son de su experticia, para que puedan tomar las mejores decisiones ejecutivas, para el bien de los pueblos que representan. Eso debería ser, pero en muchos casos no es así, lamentablemente.

Más bien se enfrascan en un bucle repetitivo, reiterando una y otra y otra vez las mismas recetas, pero esperando resultados diferentes. Esa terquedad los conduce en no entender la realidad que tratan de cambiar y al mismo tiempo, buscar culpables en otros horizontes por sus reincidentes fracasos, ese es el caso del socialismo.

A pesar de que no aprenden de los errores y tratan con la repetición lograr ese éxito que nunca llega, buscan realizar las mutaciones necesarias, pero sin evitar inexorablemente caer en los errores anteriores que lo llevaron al fracaso en políticas públicas. Claro, para seguir a flote y engañar a la sociedad, no dejan de torpedear a la libertad, escudándose en la muletilla que ellos y sólo ellos, son el gobierno del pueblo y por ende, la única opción para garantizar la libertad.

Para muestra, los procesos de emancipación de las diferentes naciones de Latinoamérica, han sido tan mediocres, que no pueden evitar elegir representantes vanidosos y maniáticos, que conducen al fracaso cualquier intento de desarrollo del país que gobiernan. A esto hay que sumarle la falta de compromisos de los ciudadanos, porque hacen lo posible para ignorar su realidad y escurren el bulto para no asumir con determinación el ejercicio de sus derechos y deberes.

Lo dicho anteriormente se puede apreciar cuando las masas salen a apoyar cualquier locura del gobierno de turno, demostrando que su prioridad no es hacerse dueños de la verdad, sino aferrarse a los errores de sus falsos ídolos, sin aceptar ponderar lo verdadero de lo falso, porque aquel que ose criticar, es un traidor y un apátrida.

Pero volviendo al socialismo, no se puede negar que millones de personas vieron y aún ven en esta doctrina política, como la única y exclusiva alternativa para emancipar a los pueblos y poder ser abrazados por la justicia social. Lo anterior se sustenta en la historia, si realizamos un repaso a los últimos siglos, se podrá afirmar que en la cronología del desarrollo de las diferentes sociedades, siempre ha imperado la desigualdad, la instauración de la criminalidad, la dominación y discriminación de los más vulnerables de la humanidad.

Ejemplos para olvidar hay muchos, pero los más significativos son la época feudal, en el cual se destacaba la clasificación de la sociedad, es decir, en nobleza, clero y siervos. Y el más lamentable de todos fue la época en la cual se mercadeaba con seres humanos, con la única finalidad de ser vendidos como esclavos. En pocas palabras, el predominio de la barbarie sobre la humanidad. Y no hemos tocado el tema de la inquisición… Alabado sea el santísimo, sea por siempre bendito y alabado.

Ese ambiente de injusticia y desigualdad, que se vivió durante varios siglos, llevó a que se desencadenara la revolución industrial en 1789, motivado por el cual los obreros, campesinos, artesanos, demandaban mejores condiciones de vida para aquellos que en verdad producían, contra la burguesía, dueña absoluta de los medios de producción, quienes explotaban a sus empleados pagando sueldos de hambre. ¿Ha cambiado algo la realidad en estos días, específicamente en América Latina? Lo dejo para la reflexión.

Continuando con el cuento, en esos días, el movimiento reivindicativo para las mejoras exigidas por esos trabajadores llevó al nacimiento de los primeros sindicatos, como forma para garantizar la unificación de criterios, para las exigencias, presentes y futuras, para mejorar las condiciones laborales.

Tuvieron que pasar muchos años de luchas contra el absolutismo de la burguesía, para que en 1848, se hiciera público el manifiesto del partido comunista, elaborado por Karl Marx y Federico Engels. Para facilitar su comprensión y hacer un paralelismo con nuestra situación, trataré de realizar un cuadro comparativo de sus preceptos. Una advertencia, cualquier semejanza con la realidad, es mera coincidencia.

Volviendo sobre el manifiesto comunista, que a pesar de tener más de 170 años y fue concebido en una situación determinada, aún hay personas que creen poder extrapolar esa situación utópica al siglo XXI. No hay que negar, que siempre las sociedades en particular y los países en general, deben propiciar mejoras en las condiciones socioeconómicas, para optimizar la calidad de vida de sus ciudadanos. La desigualdad social, fue, es y será el gran problema para que muchas naciones puedan tener un crecimiento acorde a sus proyecciones. Pero, lo que sucede cuando un gobierno opta por ayudar a la población a través de subsidios, estos se convierten en parásitos del Estado en vez de ser ciudadanos emprendedores, en pocas palabras, vivir con el mínimo esfuerzo, eso es lo que ha ocasionado el socialismo.

No obstante el experimento social no ha cesado, porque la esencia del manifiesto comunista recorre América Latina. Veamos el siguiente cuadro comparativo con la realidad de Venezuela, otra vez:

Sin embargo, los gobiernos de izquierda, desarrollan su discurso alrededor de la redención de los desposeídos, los ataques del imperio y la opresión que ejerce la oligarquía junto con la conspiración de los golpistas. En esas idas y venidas, se le va toda la retórica para convencer y a la vez justificar sus ejecutorias.

Además, estos apóstoles del socialismo, una vez que logran alcanzar el poder, comienzan con la implantación de un sistema que dista mucho en el respeto a las libertades. Comienzan con el control de los medios de comunicación, no solo expropiando y nacionalizando, sino los someten a través de leyes que les da poco margen para seguir operando.

El siguiente paso es dividir a la sociedad, polarizándola de tal forma, que por el solo hecho de pensar diferente y defender otros colores, eres discriminado, execrado y encarcelado, etiquetando ese hecho como lucha de clases. No hay que olvidar la criminalización de los ricos, porque según su retórica, los pobres padecen su situación por culpa de ellos, que los tienen sometidos y explotados. Y por último, pero no menos importante, la incertidumbre que siembran en la sociedad con respecto al sistema electoral, sea cierto o no, la apreciación que tiene el ciudadano sobre los procesos comiciales, es que son poco fiables.

Sin embargo, a todo lo anteriormente descrito hay que sumar la avasallante maquinaria propagandística del Estado, profundizando en cada mensaje la supuesta lucha de clases, junto con información de políticas públicas que solucionan al instante problemas de la población, aunque en la mayoría de los casos no las cumplen; realizan comparaciones de forma burlona del socialismo con el capitalismo; utilizan operadores políticos que opinan sobre temas sin ningún tipo de conocimiento; se esmeran en el mal uso de la historia, con fines proselitistas.

En pocas palabras, ¿qué es lo busca el socialismo? Destruir el valor fundamental del ser humano, que no es otra cosa que la libertad. ¿Qué se puede hacer para evitarlo? Tener conciencia de la realidad que nos toca vivir, haciendo valer nuestra condición de ciudadanos, luchar por nuestros derechos, cumplir con nuestros deberes, para poder así defender la verdad y execrar la mentira. No hay que olvidar que la libertad está al otro lado del miedo.

 

 

 

 

 

 

 

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