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¿Agotados y vencidos?

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Pareciera que en Venezuela experimentamos una sensación de parálisis, una imposibilidad de analizar los problemas para topar con las soluciones. No abundan las ideas, es decir, planteamientos en lo que se pueda confiar con relativa tranquilidad para esperar tiempos mejores. Las personas que los pueden ofrecer, y las que son capaces de llevarlos a cabo, brillan por su ausencia o no se ven por ninguna parte, ni siquiera en forma esporádica. Se trata de un panorama sin promesas, de un largo callejón sin desenlace que nos envuelve en pesimismo.

La situación puede obedecer a la magnitud del rompecabezas, que parece único en la historia de la sociedad y, en consecuencia, cargado de enigmas intrincados. La memoria del pasado reciente ayuda poco, debido a que no puede ofrecer analogías que se conviertan en luz. La trascendencia de los entuertos obliga a proponer soluciones insólitas, es decir, salidas pocas veces intentadas o cabriolas hechas sin la protección de una red. Uno puede imaginar que la escalofriante novedad de los entuertos debe conducir a la aparición de actores también flamantes que sintonicen su aparición con los desafíos en los cuales se han formado o en cuyas espinas han comenzado a crecer, pero no terminan de aparecer. Se perfilan de pronto, hacen apariciones fugaces, salen prometedores del cascarón, pero en breve todo deviene desesperanza y desconcierto. Es como estar de espectadores en un teatro de puertas clausuradas, en cuyas tablas no se escribe el libreto correspondiente mientras los fatigados actores machacan las mismas líneas desabridas.

Pero meter a toda la sociedad en el mismo marasmo puede ser exagerado. Lo adecuado es introducir el dedo en la llaga de la clase política, no en balde se ha ofrecido como brújula para llevarnos por mejor sendero y apenas ha diseñado bocetos de itinerarios que abren agujeros en lugar de proponer orientaciones solventes. Los líderes del gobierno forman, sin posibilidad de duda, uno de los equipos más incompetentes de que se tenga recuerdo en Venezuela. La orfandad de su pensamiento, unida al predominante interés por los negocios sucios, hace que los sintamos, sin alternativa de error, como una pandilla de aventureros sin nociones solventes sobre los asuntos públicos. Los líderes de la oposición, pese a las precariedades y a las vergüenzas del enemigo, tampoco merecen cuadro de honor. Ellos también son los constructores del barranco, los apoderados de un revés generalizado. Desde luego que en el inventario de la decepción también tenemos espacio los opinadores y los analistas habituales, tan fracasados y perplejos como los que cada día reciben los dardos de una colectividad en estado de coma.

Los testimonios del país que sale de la Independencia son parecidos. La sociedad vive entonces la tragedia de la sangre derramada y el desierto de la tierra arrasada por los ejércitos en pugna. Parece que se está ante un primer fin de la historia patria. Lo mismo sucede con la colectividad después de la matanza de la Guerra Federal. Los destrozos de la actividad económica, la acumulación de los resentimientos y la mediocridad de los liderazgos multiplican las sensaciones pesimistas y la impresión de que, ahora sí, hay que bajar la santamaría para ponerse a llorar mientras un cortejo multitudinario se dirige al cementerio. Un pensador de los nuevos principios republicanos, Domingo Briceño, afirmaba que dos décadas de cruel guerra contra los españoles no dejaban espacio para las soluciones. Un crítico de la federación, Ricardo Becerra, lamentaba que no se pudiera retroceder el tiempo para detenerse en las horas de cohabitación pacífica que desaparecieron sin remedio después de cinco años terroríficos que conducían al apocalipsis.

Pero esos dos apocalipsis no sucedieron. Los mencionados Briceño y Becerra, junto con muchos otros venezolanos dispuestos a no dejarse dominar por la derrota, se pusieron a trabajar para salir del atolladero. El agotamiento fue reemplazado por el dinamismo. A la falta de ideas sucedieron controversias constructivas y planes que no se quedaron en el aire. Los viejos fueron cambiados por los jóvenes en edad y pensamiento para que la vida se fabricara otra vez, casi desde el principio. La historia continuó, por consiguiente. No sé si hoy contamos con árboles parecidos, pero su madera es la nuestra.

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