A finales de 1924, viviendo el destierro en París, don Miguel de Unamuno, uno de los grandes pensadores y escritores españoles del siglo XX, escribió su obra La agonía del cristianismo. Su edición en español, el original fue escrito en francés, fue publicada seis años más tarde, en 1930. A pesar de estar cerca de cumplirse un siglo de su creación, esta obra de don Miguel sigue siendo importante para comprender la dimensión trascendente de la persona humana y el aporte fundamental del cristianismo a la cultura universal en la construcción de los valores occidentales.
En estos días, en los que la tragedia venezolana ha elevado su intensidad, he vuelto sobre las amarillas páginas de mis libros unamusenses: Del sentimiento trágico de la vida y de La agonía del cristianismo, buscando lecciones en esta hora amarga de la vida venezolana.
Permítame, amigo lector, valerme del concepto de “agonía”, que don Miguel trabaja en su obra, para trasladarme a la patria que a veces sentimos, muere cada día, ante nuestros impotentes ojos.
“Agonía, quiere decir lucha. Agoniza el que vive luchando, luchando contra la vida misma. Y contra la muerte. Es la jaculatoria de Santa Teresa de Jesús: “Muero porque no muero”.
Lo que voy a exponer aquí, lector, es mi agonía, mi lucha por el cristianismo, la agonía del cristianismo en mí, su muerte y su resurrección en cada momento de mi vida íntima. (La agonía del cristianismo. Pagina 25. Edición Alianza Editorial, 1986. Madrid. España).
Como podemos apreciar, la visión unamantina de la agonía es la de la lucha, no la del moribundo. Es la permanente búsqueda del hombre para realizarse como persona. En muchos casos la agonía termina en la muerte, pero también en muchos casos la agonía abre paso a la vida, a mejor vida, a nueva vida. No solo en la dimensión física que ella conlleva, sino también en la vida espiritual, cuya esencia rescata con fuerza don Miguel en sus páginas.
Y lo reafirma más adelante, en el mismo capítulo, cuando nos dice: “La vida es lucha, y la solidaridad para la vida es lucha y se hace en la lucha. No me cansaré de repetir que lo que más nos une a los hombres unos con otros son nuestras discordias. Y lo que más le une a cada uno consigo mismo, lo que hace la unidad intima de nuestra vida, son nuestras discordias íntimas, las contradicciones interiores de nuestras discordias. Solo se pone uno en paz consigo mismo, como Don Quijote, para morir.” (Obra citada. Página 27).
En este sentido, la agonía de Venezuela es sostenida, larga, tenaz, emocional, fluctuante en su intensidad, y aún pendiente de desarrollar. Si bien la agonía está presente en esta hora de nuestra patria, no podemos aceptar que ella se nos muera de manera irremediable. Es menester que esta agonía se convierta en vida, en vida nueva.
La Venezuela decente, democrática, civil, humana, moderna, agoniza cada día frente a la barbarie, la devastación, la ruina material y moral. Frente al militarismo y la mentira. Frente al ideologismo obsoleto y a la ausencia del sentido de Dios en segmentos de nuestra sociedad, pero sobre todo en la cúpula que secuestra nuestro destino.
Agonizamos en cada voluntad de permanecer firmes en nuestros valores de civilidad, libertad y democracia. Agonizamos, es decir luchamos, en cada hermano que busca en otros confines del continente y del planeta una oportunidad para vivir, trabajar y poder ayudar a los que aquí quedan, resistiendo tanta miseria humana, hecha poder, solo por la tenencia de las armas de la república.
Una parte de nuestra Venezuela pasa de la agonía a la muerte. Si a la muerte cierta del cuerpo, porque no pueden resistir las dolencias de la tortura que la casta política y militar ha restablecido, cuando pensábamos que era capitulo superado.
Así fue como conocimos la infausta noticia del crimen contra el concejal de Caracas Fernando Albán. No hubo un espíritu humano, ciertamente humano, que no aborreciera desde el fondo de su existencia tan abominable crimen. Pero más aún hemos aborrecido el empeño de la camarilla de ocultar la verdad y colocar sobre los hombros del distinguido munícipe la responsabilidad de su propia muerte. Creer que se nos puede manipular y engañar, muestra en toda su dimensión a estos infelices seres que ofrecen contradictorias versiones de la forma como terminó la vida de quien jamás ha debido ser secuestrado, y menos asesinado. Cuando asistimos a un acto de barbarie como este pensamos que la patria se nos muere.
Igual sentimos cuando vemos cómo la tragedia se hace presente, cada día, en todos los hospitales, y en miles de hogares, porque no hay medicinas ni personal para atender a una multitud de pacientes que agonizan, sin que para nada se perturben los burócratas de la dictadura.
Pero cuando vemos a los trabajadores en la protesta contra la miserabilización del salario, sentimos que la agonía, que la lucha, tiene sentido de vida. Igual ocurre con la protesta ciudadana, esparcida en todo el país demandando reivindicaciones.
Cuando el reclamo del mundo, de las organizaciones civiles, políticas, gremiales, medios de comunicación e individualidades no descansan de exigir el respeto de los derechos humanos, sentimos que nuestra agonía es esperanza.
Es entonces cuando vemos a la dictadura acorralada por su propia brutalidad, y no tiene de otra que lanzar al exilio a un joven luchador de la resistencia: Lorent Saleh, víctima de más de cuatro años de torturas y prisión, contrarios a todo precepto legal y constitucional.
Es cierto que lo largo de esta pesadilla hace que de momento sintamos que la camarilla triunfa. Que nuestras contradicciones y divisiones no nos ofrecen un camino. Pero es un triunfo transitorio, ya que la barbarie carece de razón.
Apelo nuevamente a don Miguel de Unamuno para decirlo en sus propias palabras, hace precisamente 82 años: “Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenes sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis, porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta en esta lucha, razón y derecho:” (Discurso en la Universidad de Salamanca el 12 de octubre de 1936).
Esa fuerza bruta se agota, o surge otra fuerza de mayor dimensión que la desplaza. Entretanto, sumergen a las naciones en la tragedia. Al final la agonía se hace vida. Como aquella España de Unamuno logró convertir la agonía en vida, esta Venezuela luchadora de nuestro amor también triunfará. Y habrá vida en abundancia.