Han pasado 100 días de la elección de Andrés Manuel López Obrador en México. Como el nombre es muy largo le place que lo llamen AMLO. La costumbre de pasar un primer balance a los 100 días surgió con F.D. Roosevelt y su New Deal. El presidente de Estados Unidos planeaba sacar al país de la Gran Depresión del 29 y en ese breve periodo presentó sus más urgentes medidas de gobierno.
En realidad, es demasiado pronto para sacar conclusiones sobre la popularidad de AMLO. Hoy cuenta con 80% de respaldo, pero en los primeros cien días los mexicanos apoyaban masivamente a Enrique Peña Nieto, lo que no impidió que terminara con 17% de apoyo popular y el debilitamiento casi total del PRI. En sus primeros 100 días Vicente Fox era el dios de los mexicanos.
La revista Proceso le dedica a AMLO su portada y consigna algo muy inquietante que nos había advertido unos días antes el politólogo cubano-mexicano Armando Chaguaceda, profesor universitario en Ciudad México: AMLO aprovechará este glorioso período de respaldo incondicional para variar las reglas de juego. Tratará de reelegirse.
En cierta medida, es lo que hicieron Hugo Chávez, Daniel Ortega, Evo Morales y Rafael Correa, los gobernantes del “socialismo del siglo XXI”: cambiaron la Constitución para permitir la reelección inmediata. La dictadura es mucho más fácil de establecer cuando el dictador puede continuar al mando de la nave. El momento idóneo para hacerlo es al principio. Las ilusiones están a flor de piel y todavía los agravios son mínimos.
Después es muy difícil. Evo Morales, cuando se le agotaron los dos mandatos que él mismo había sugerido en la nueva ley electoral, convocó a un referéndum para preguntarles a los bolivianos si podía continuar en el poder. Se celebró en febrero de 2016, hace tres años. Pensaba ganar sí o sí, pero la sociedad civil le impidió hacer trampas y perdió la consulta.
Faltaba la magia inicial. Entonces invocó sus Derechos Humanos (supuestamente conculcados por la voluntad soberana del pueblo) y ganó ante jueces obsecuentes designados por él mismo. Según estos magistrados existía, como uno de los Derechos Humanos, el de ser dictador a perpetuidad.
AMLO, aparentemente, no quiere pasar por el trámite judicial. Sus partidarios prefieren hacer una nueva Constitución. La de Querétaro, de 1917, enmendada y remendada, no les sirve. Todavía resuena en la sociedad mexicana el lema de Francisco Madero con el que derrotó a Porfirio Díaz: “Sufragio efectivo y no reelección”. Tras algo más de un siglo hay que sustituir ese viejo texto por algo más acorde con los nuevos tiempos de crisis de la democracia representativa.
¿A dónde va AMLO? Según el profesor Chaguaceda, no intentará subvertir el orden económico. Como hombre procedente del PRI, tiene (y tendrá) un lenguaje de izquierda, pero una conducta de derecha en lo tocante a la propiedad privada y a lo que los mexicanos llaman “capitalismo de cuates”. Enriquecerá a sus amiguetes y dejará el mercado para los emprendedores independientes. Como suelen decir algunos españoles: “A los amigos hay que darles todo; a los enemigos nada; a los indiferentes: la legislación vigente”.
Dentro de ese esquema, tratará de llevarse muy bien con Donald Trump. Para AMLO las relaciones con Estados Unidos son prioritarias. Además, comparte con el vecino del norte algunos rasgos, como acusar a la prensa de confabulaciones fantasiosas, como acaba de hacer con el historiador Enrique Krauze, uno de los escritores más prestigiosos de México.
Los efectos más perniciosos de AMLO ocurrirán en la dimensión internacional. Le entregará la política exterior a la señora Yeidckol Polevnsky de 61 años, secretaria general de Morena, su partido (Movimiento de Regeneración Nacional), una empresaria muy radical, simpatizante de Chávez y de la Cuba de los Castro, quien deberá domar a los díscolos diplomáticos de Relaciones Exteriores, mucho más felices con la moderación que con el extremismo.
No me gusta jugar al psicoanálisis periodístico, pero la biografía de esta dama da mucho que pensar. Nació y la inscribieron como Citlali Ibáñez, pero le cambiaron el nombre cuando era una niña de 12 años y salió embarazada de su primer hijo, Larry, debido a un caso (no explicado) de “violencia”. Esta historia, por cierto, no me la contó el profesor Chaguaceda. Está en Internet.