Las cosas han llegado a tal extremo y la situación es tan dramática que la desesperación se ha apoderado del país. La gente no cree en el régimen y sus promesas-propaganda, y cada medida nueva agrava la situación. El liderazgo opositor carece también de credibilidad por su falta de unidad y su impotencia frente a la dictadura y los urgentes problemas socioeconómicos. El desastre es tan grave que la reconstrucción parece imposible sin un gran acuerdo de salvación nacional concretado en un gobierno de transición que incluya a buena parte de los que fueron y de los que todavía hoy son chavistas. El régimen actual no tiene futuro, pero puede resistir con un alto costo de vidas, dignidad humana y libertad democrática de millones de venezolanos. No puede haber un gobierno nacional que entusiasme y tenga éxito si no lleva en el corazón de sus políticas concretas las razones que hace 20 tuvieron las mayorías chavistas. Si, según las encuestas más recientes, 85% de los venezolanos vive en pobreza, el nuevo gobierno solo cuajará si renace en la vida de esa inmensa muchedumbre que agoniza en la pobreza y el exilio, y fracasará si no toma en serio la vida digna de ellos. Esa esperanza no se puede nutrir solo de palabras y retórica, sino que necesita de entrada signos visibles de mejora socioeconómica, lo que no es posible sin un vigoroso florecimiento de miles y miles de empresas privadas, entendidas y vividas como esperanza de los pobres y la superación de la pobreza como esperanza de la empresa privada, de la democracia y la libertad. Por otra parte, nada de esto es posible sin un apoyo decidido de las democracias y organismos internacionales, concretado en recursos materiales cuantiosos. Sin ese apoyo, ni el gobierno actual, ni cualquier otro que venga, tendrá estabilidad ni éxito y la solución no es la desesperanzada agonía dictatorial cubana de más de medio siglo.
El gobierno de transición solo despertará entusiasmo nacional y concretará el apoyo externo si de inmediato enfrenta la hiperinflación (alimentada por el actual gobierno con enorme déficit fiscal y dinero inorgánico) y activa la producción económica que en cinco años se ha reducido a la mitad y que está matando a la gente, arrebatándole su salario y dignidad y bloqueando toda posibilidad de reactivación.
1-Para revertir de inmediato este despeñadero hay que combinar:
-No pago de la deuda externa (132.000.000.000 de dólares) en 2 o 3 años. Condonación de buena parte de ella, refinanciamiento de la otra parte y cuantioso préstamo (según los entendidos no menos de 40.000 millones de dólares).
-Reprivatización de las empresas estatizadas, hoy ruinas improductivas.
-Inversión extranjera (y nacional) con garantías jurídicas y economía social de mercado.
-Apertura petrolera (y gas) a las inversiones no estatales y recuperación productiva.
-Financiamiento de importación de bienes básicos de consumo (alimentos, medicinas…) e insumos para reactivar la producción.
2- Al mismo tiempo se requiere inmediata ayuda humanitaria internacional con activación nacional de los canales de distribución y también de un inmenso voluntariado de solidaridad con efectos en la regeneración moral y de reconciliación. Rescate del Estado y del caos, corrupción e ineptitud de los servicios públicos de agua, electricidad, transporte, seguridad… Rescate de la Constitución: libertad de presos políticos y exiliados, legalización de todos los partidos y de los candidatos vetados; separación de poderes públicos; eliminación de la ANC (supraconstitucional, es decir, dictatorial); Fuerza Armada reconstitucionalizada; nuevo CNE; elecciones justas, libres y transparentes, una vez restablecidas las condiciones democráticas para ello.
No se trata de medidas sueltas ni de que cada grupo político pretenda instaurar en esta transición el modelo de su preferencia, sino de lo imprescindible para salir de esta dramática agonía. Sería fatal enredarse en debates ideológicos sin entender que la extrema emergencia exige un pragmatismo sanador previo a elecciones democráticas en las que la población escogerá al candidato de su preferencia entre alternativas que incluyan las que vienen del chavismo y también las que parecen más opuestas a él. Por ahora la negociación no puede ser maximalista, sino realista con la necesaria unidad nacional y el apoyo internacional imprescindibles.
3- La salida del gobierno actual tiene que ser pronta y negociada con espíritu de reconciliación, no de venganza sino de perdón, con una nueva primavera de reencuentro venezolano combinada con una acción serena y equilibrada de la justicia, en los casos que se requiera para evitar la impunidad.
4- Los militares (hoy unos cómplices y represores y otros reprimidos) y las democracias del mundo y de las Américas deben formar parte de diversa manera de esta negociación y reconstrucción.
5-La Asamblea Nacional ha de ser la legítima pieza central de esta transición y quien la encabece debe excluirse de la contienda electoral democrática, que tendrá lugar tan pronto se restablezcan las condiciones básicas constitucionales para una elección libre, transparente y con garantías.
Ese acuerdo que incluya al chavismo democrático puede escandalizar a algunos, pero no será más chocante que el abrazo –en medio de tantos cadáveres y odios– de Bolívar y el jefe español Morillo en Santa Ana de Trujillo, como importante paso desagradable para salir de la guerra.