Para los judíos la Pascua es el acontecimiento liberador constituyente como Pueblo de la Alianza. Se hace memoria de él en cada presente con mirada agradecida hacia el pasado y esperanzada hacia un futuro luminoso, fundado en la promesa firme de Dios.
La Iglesia, cuyos comienzos de fe y elección los encuentra ya en los patriarcas, en Moisés y en los profetas, celebra también la Pascua como acontecimiento fundamental, pero en una nueva perspectiva. Según ella “todos los cristianos, hijos de Abraham según la fe (cf. Ga 3, 7), están incluidos en la vocación del mismo patriarca” y su salvación “está místicamente prefigurada en la salida del pueblo elegido de la tierra de la esclavitud” (Concilio Vaticano II, Nostra Aetate 4). La Pascua es entonces Cristo mismo muerto y resucitado, que hace realidad ya el Reino de Dios y lo encamina a su plenitud en el final de los tiempos.
Actitud pascual es para cristianos y judíos abrir la mente, el corazón y los brazos hoy hacia el futuro con ánimo propositivo, constructivo, de confianza en el propio actuar libre, pero, sobre todo, con una gran esperanza fundada en la sabiduría, bondad y poder de Dios, fiel a sus promesas.
Personalmente, me gusta meditar y comunicar algo que expresa una actitud pascual y es el paso operativo del “a pesar de” al “precisamente por” en la respuesta a los desafíos de una situación problemática y a veces muy dramática, ante la cual la voluntad humana está exigida de actuar con coraje y espíritu decidido en la conquista de espacios de libertad y justicia, de fraternidad y paz.
Quien cree de verdad en Dios, cree en el ser humano y su potencial desarrollo personal-comunitario como vocación y don divinos. De un escritor cristiano bien antiguo es la afirmación de que la gloria de Dios es que el hombre viva, y vida de verdad. Dios no es celoso del progreso humano, sino generador de este al crear al hombre como ser consciente, libre, social, curioso y hacedor de progreso.
Para los cristianos Cristo resucitado es invitación a construir una sociedad realmente nueva, sobre la verdad y el amor. Una convivencia participativa, corresponsable, productiva y solidaria, como reflejo de Dios, que es Trinidad, dinamismo, compartir, comunión.
Una actitud pascual es realista; no escamotea la condición concreta del ser humano, su claroscuro histórico, con frustraciones y logros, enfermedades y muerte. Pero interpreta todo ello en la perspectiva de peregrino que camina por desiertos hacia una meta segura de plenitud; aborda así dificultades, pruebas, fracasos y hasta la muerte con fortaleza y ánimo. No es de extrañar que san Pablo hable de alegría sobre todo en una carta escrita a sus hermanos de Filipos desde la prisión y con la probabilidad de ser ejecutado; no quejándose a Dios por los trabajos que pasa, sino entendiéndolos como servicio a él y a su misión evangelizadora. No reclama al Altísimo la solución de los problemas, sino que los enfrenta como aporte a la construcción del Reino de Dios.
La situación actual del país requiere de quienes nos consideramos creyentes una actitud pascual. Así como también exige de los no creyentes una actitud positiva, proactiva, confiando en las potencialidades de la libertad humana como herramienta de bien, de fraternidad, progreso y paz.
Una actitud pascual no es revanchista, no se mueve por el odio y el espíritu de retaliación, sino que aprecia el amor como fuerza mayor que las tendencias oscuras del ser humano. Einstein concebía el amor como la energía más poderosa y el Señor Jesucristo lo estableció como principio normativo supremo de la acción humana.
Venezuela, en situación de desastre, urge un cambio económico, político y cultural. Los creyentes debemos producirlo con actitud pascual. Todos, por encima de cualquier credo o convicción, lo hemos de realizar con ánimo firme, generoso, positivo.