COLUMNISTA

Aceptando lo inaceptable

por Leopoldo López Gil Leopoldo López Gil

La palabra ilusión es probablemente la más adecuada para calificar el esperpento ideológico y la chifladura del desgobierno que ha representado esta farsa de interpretación de teoría política con praxis gansteril que hace 4 lustros, 20 años, han dominado con mano dictatorial y costumbres tiránicas los juramentados del samán de Güere, los trasnochados bolivarianos que, sin aprender y adecuar las vivencias de nuestro Libertador y su tutor don Simón Rodríguez, se lanzaron a una aventura que pretendía retrotraer al país al siglo XIX e inventar una guerra contra algún imperio y declarar una especie de guerra a muerte a sus adversarios.

Lamentablemente, esta perorata que intentó ser discurso fue asimilada por una población fundamentalmente ignorante y mal educada que, dicho sea de paso, ya era una realidad que nada tuvieron que cambiar, que solo lograron sublimar, y la prédica caló profundamente en un población cansada de ineficiencia de los servicios públicos, corrupción y picardía en todos los niveles de la burocracia, desaparición del orgullo nacional, irrespeto a las reglas fundamentales de la sociedad como a la familia, nepotismo desbordado y geriatricocracia tanto en los partidos como en el gobierno.

Era un país cansado de los bueyes cansados y pedía nueva y renovada energía.

Apareció, gracias al indulto o, mejor dicho, perdón presidencial, ya que nunca fue juzgado, la macoya del Movimiento Bolivariano, un grupo cerrado de vocación conspiradora que aprendió los discursos que le prepararon intelectuales marxista-leninistas desde los Andes venezolanos y los vomitaban sin rumiar un solo párrafo, es decir, sin pensar en la aplicación práctica de sus propuestas.

Llegaron luego de haberse comprobado ineptos para administrar un golpe, pero bien asistidos por muchos Judas y otros que sin serlo vieron muy claro el camino más directo a las fortunas producto de desvíos de los fondos públicos y la sabia conducción que hasta ese momento signaba nuestra industria petrolera. Una nueva tribu asaltaría a Miraflores, otra vez los macacos como Cipriano Castro y los bagres como Gómez se armarían del poder de la fuerza y acapararían la riqueza de nuestros tesoros. Solo que la comparsa ahora era mucho más grande y sin control de los cabecillas.

Pero lo más preocupante no es que sucedió, ni por qué sucedió; lo más preocupante es, en palabras de Primo Levy, que “los monstruos existen, pero demasiado pocos para ser realmente peligrosos; los más peligrosos son los hombres corrientes, los funcionarios dispuestos a creer y obedecer sin rechistar”.

Por eso podemos concluir que el problema venezolano se centra en la obediencia, o como proponía Wilhelm Reich: “La verdadera cuestión no es saber por qué se rebela la gente, sino por qué no se rebelan”.

¿Por qué no pasa nada y nadie se subleva?

Tal vez allí encontremos la verdadera respuesta al triunfo de la miseria y la injusticia en Venezuela. Mientras se consolida una nueva y poderosísima élite riquísima y corrupta se va hundiendo a la población general en la total dependencia del Leviatán rojo.

Lo único que queda sin responder es si esta situación es irreversible o hemos sucumbido al ahogo en el estiércol de la podredumbre de los gerifaltes bolivarianos.