En plena visita del primer ministro de Canadá a México, y al arrancar la cuarta ronda de negociaciones sobre el TLC en Washington, proliferan las versiones de que el Acuerdo de Libre Comercio está a punto de derrumbarse. Medios estadounidenses como The Wall Street Journal y The New York Times publican filtraciones procedentes de los negociadores de Estados Unidos sobre una serie de propuestas sustantivas claramente inaceptables para México y para Canadá. Altos funcionarios mexicanos y canadienses afirman que el fin del Nafta no es el fin del mundo, o que México puede vivir sin el acuerdo, o que Canadá y Estados Unidos podrán ponerse de acuerdo sin México.
Es difícil saber qué parte de todo esto es cierto, y qué tanto es postura negociadora del método marrullero de Trump. Pero la situación es lo suficientemente grave para hacerse varias preguntas sobre lo que México debe decidir, y quizás también para insistir de nuevo en tres ideas falsas o ilusas que circulan en México y en Estados Unidos sobre lo que a México le conviene.
En primer lugar, se ha dicho repetidamente que le conviene más esperar a que sea Estados Unidos el que se levante de la mesa, para que sea Trump y su equipo quienes asuman el costo político de derogar un convenio que le ha beneficiado enormemente a Estados Unidos y a sus dos socios comerciales. No me parece para nada evidente la tesis. Para empezar, no veo cuál costo político para Trump: las grandes empresas norteamericanas, que pudieran resultar afectadas negativamente –y en escasa medida– por una decisión de este tipo, no contribuyeron a la campaña de Trump y por tanto él no les debe nada. Y para su base –40% de los norteamericanos que votó por él– sacar a Estados Unidos del Nafta no solo no entraña un costo político, sino todo lo contrario. En cambio, para México, dejar en manos del gobierno de Estados Unidos el cómo, el cuándo y el por qué levantarse de la mesa puede ser temerario. Quizá convenga más que sea México el que decida en qué momento, lugar y con qué motivos es deseable acabar con una negociación que evidentemente no va a ningún lado.
Segunda tesis endeble: México puede sobrevivir fácilmente sin el Nafta. De tratarse de un acuerdo fundamentalmente comercial, la hipótesis es absolutamente correcta: seguiremos exportando más o menos lo mismo a Estados Unidos y Estados Unidos a México, y con precios muy parecidos para los consumidores mexicanos. Pero algunos siempre hemos pensado que el TLCAN no era primordialmente un asunto comercial, sino de seguridad jurídica y de inversión extranjera. Salinas de Gortari se lanzó a esa aventura no para lograr mayor acceso para productos mexicanos al mercado de Estados Unidos y de Canadá, sino para garantizarles a los inversionistas extranjeros la seguridad jurídica que el Estado de Derecho mexicano no les brindaba. En mi opinión, de eso se trató siempre, no de un asunto de aranceles o de mercados. Quedarnos sin el TLCAN significa dejar de brindarles a esos inversionistas esa seguridad jurídica. No es un tema menor, y sí es grave.
Tercera falacia: México debe recurrir a las otras armas que posee, o invocar la integralidad de la relación bilateral con Estados Unidos solo cuando hayan fracasado o claramente concluido sin éxito las negociaciones comerciales. Utilizar las armas de la migración por la frontera sur, de no aceptar a deportados procedentes de Estados Unidos sin comprobar su nacionalidad, de cesar de dedicar recursos humanos y financieros a la guerra contra el narco, y en particular a impedir que la cocaína de Colombia, la heroína de Guerrero y la marihuana del norte del país lleguen a Estados Unidos, y por último, la cooperación en materia de terrorismo e inseguridad no debe ser empleada sino hasta que sea patente la mala voluntad del gobierno de Trump en lo que se refiere al TLCAN. Probablemente sea al revés, para que no fracasen las negociaciones comerciales, a México no le basta amenazar a Estados Unidos con el recurso a estos instrumentos. Si no estamos dispuestos a poner en práctica estas amenazas, Estados Unidos no va a creer que son reales porque, efectivamente, el riesgo o costo para México es muy grande. Pensar que los norteamericanos van a espantarse con nuestras amenazas migratorias, del narco o de seguridad, y por tanto portarse bien en materia comercial, es ingenuo.
Ojalá no tengamos que llegar a comprobar si las tres tesis del gobierno y de los empresarios mexicanos y norteamericanos son ciertas o no. Pero cada día que pasa resulta más probable que en el fondo lo que Trump está haciendo al ampliar el número de demandas inaceptables para México y Canadá es simplemente sabotear el acuerdo. Si ese es el caso, no tiene sentido ni esperar a que él se vaya ni decir que no importa ni guardar las únicas armas que tenemos para un futuro cuando ya no servirán.
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