Nadie tiene bola de cristal para adivinar los precios futuros del barril de petróleo, que son, sin dudas, referentes para el crecimiento económico global.
Petróleo, gas natural y energías renovables van a configurar en 2018 un nuevo escenario dominado por precios, mercados, tecnologías de explotación y transporte y principalmente visiones de su uso eficiente.
No se puede despilfarrar más ingresos por venta de petróleo, gas y energía, conceptualmente hablando, en programas estatales que no sean sostenibles. Venezuela y Bolivia, países productores de petróleo y gas, respectivamente, se niegan a tomar el modelo de Emiratos Árabes Unidos o el modelo noruego de aprovechamiento de recursos y de diversificación de economías.
El año 2018 va a ser interesante para el mercado petrolero. Desde 2015 no se tenía un precio a 65 dólares/barril. Las últimas semanas de 2017 marcaron mejores precios, entre otros, por el cierre temporal de un gran oleoducto de Inglaterra que mercadea la producción del mar del Norte, cayendo precios del referencial Brent y haciendo que el mercado reaccione subiendo precios de otros suplidores de petróleo –árabe, principalmente– reacomodando así las cifras de los precios y poniéndolos en positivo.
El Shale (petróleo y gas no-convencional) producido por el pujante capitalismo privado norteamericano seguirá haciendo buena letra. Hay un auge indiscutible. Podría haber, incluso, variación de precios entre los referentes Brent y WTI para precios del barril/petróleo.
Con una banda de entre 60-80 dólares/barril la predicción de producción de petróleo vía shale se amplía notablemente: mayores proyectos generarán mejor rentabilidad e introducirán al mercado entre 700.000 a 1,1 millones de barril/día de petróleo dejando a los “recortes” de producción del cártel de la Organización de Países Productores de Petróleo un poco desfasados. La reunión de noviembre último de la OPEP –y Rusia– fue clave, aunque no se haya fijado un “calendario” de recortes de producción que permitió la recuperación de los precios desde el mínimo de 30 dólares/barril de enero 2016, cifra a la que ninguno de los productores desea volver. Con la estabilización de precios –generado por recortes de producción– desde 2014 la media de consumo de petróleo/día en el mundo se incrementó, casi 1,5 millón barril/día por el impulso del bajo precio.
El caso venezolano me genera particular preocupación, como latinoamericano. Resulta penoso ver que Venezuela, otrora fuerte miembro OPEP, por culpa del socialismo del siglo XXI –que también tiene atormentado a Bolivia y Cuba– haya reducido su producción: de 2,5 millón b/d en 2016 a los magros 1,8 millones b/d en 2017.
Problemas tecnológicos, obsolescencia, corrupción y otros han afectado el proceso productivo petrolero venezolano, amén de poquísima inversión de capitales. Por ello es que en 2016, en junio, dediqué un análisis y me alegré muchísimo de que el candidato a secretario general de la OPEP del régimen de Nicolás Maduro haya perdido esa elección.
Por segundo año la OPEP tendrá que recortar sus cuotas de producción de oferta a fin de reducir un exceso mundial de suministro, aunque algunos analistas ven que el cártel pareciera que se encuentra “cómodo” en el mercado con ese equilibrio artificial y generó que la volatilidad de precios esté relativamente controlada, pese a incrementos de petróleo desde Estados Unidos. “La decisión de la OPEP de manejar proactivamente el mercado mantendrá la volatilidad plana como un panqueque”, indicó Amrita Sen, jefa de análisis petrolero de Energy Aspects Ltd.
Volvamos a Venezuela: Infortunadamente, además de la baja producción, Venezuela tiene una carga de pago por deuda pública externa de más de 91.000 millones de dólares –si confiamos en cifras oficiales de portales estatales– y en 2018 debe pagar casi 10.000 millones de dólares apelando a su única fuente de ingresos: la venta de petróleo a Estados Unidos, adonde exportaba cerca de 1,1 millones b/d a apenas 600.000 b/d (cerca de 2.500 millones de dólares). A China hace envíos a escala únicamente para pagar la abultada cuenta que tiene de deuda.
Venezuela tiene el mismo problema de Bolivia, guardando proporciones y escalas: la producción petrolera venezolana no es suficiente para que un incremento de precios del barril le favorezca, igual que Bolivia, los volúmenes de producción de gas no son alentadores ni suficientes para consolidar un hub gasífero en Mercosur que le permita mejorar sus ingresos vía venta de gas.
El mercado de renovables, por otro lado, va viento en popa: hubo mejoras tecnológicas a las ofertas solar y eólica que van a poner a la vanguardia a China (en generación eléctrica eólica), cuya capacidad instalada es de más de 168,7 giga watts (GW) y en América Latina está como ejemplo México, que ya alcanzó 4 GW y gracias a las subastas de largo plazo superará los 12 GW en 2020.
Resulta interesante ver el progreso mexicano en renovables: tras la conclusión de subastas eléctricas de largo plazo (incrementarán 7.500 MW) se acercarán a la meta nacional de alcanzar 35% de generación proveniente de fuentes energéticas verdes en 2024. México está convirtiéndose en una potencia solar y eólica mundial.
Urge, nuevamente, volver a insistir en 2018 en una reforma energética integral en Venezuela y en Bolivia. Deben acomodar su paso al paso del mercado, atraer inversiones en climas de estabilidad y de despolitización de la regulación energética; y definitivamente buscar fórmulas de diversificación. No debe ser tarde, pero ya van atrasadas. ¡Dios quiera que 2018 sea bueno y próspero!
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