Hace pocos días, los trágicos eventos del 11 de septiembre de 2001 cumplieron más de dos décadas de edad. Ya nos separan 21 años de aquel día negro, en el cual, según los historiadores, entramos en el siglo XXI.
En aquella fecha, Estados Unidos perdió a casi 3.000 de sus ciudadanos en un certero y aterrador ataque. Pero, de inmediato, puso en marcha su propia reconstrucción en medio del más desgarrador dolor que una nación pueda padecer.
Aquel nefasto septiembre fue un ejemplo de cómo un país puede sobrellevar el luto, el duelo y la adversidad, mientras simultáneamente toda su gente coloca el mayor empeño posible en salir adelante.
Esa mañana de martes, poco antes de las 9:00 am, un avión lleno de pasajeros fue dirigido a modo de proyectil contra las 110 plantas de la Torre Norte del Centro Mundial de Comercio o World Trade Center de Nueva York. Alcanzó los pisos 96 a 99 a unos 760 kilómetros por hora, atravesando el edificio y estallando en una bola de fuego con el impacto.
El desconcierto recorrió al planeta en minutos. No se conocía el tamaño de la aeronave y todos dieron por sentado que había sido un accidente. Era imposible pensar en otra posibilidad.
Pero el horror –ahora sí- se apoderó del mundo, que presenció en vivo por televisión cuando, quince minutos después –a las 9:03 am- un segundo avión se estrelló contra la torre gemela, la sur. Allí se hizo evidente que la ciudad estaba bajo un ataque planificado.
El pánico recorrió al país: ¿cuál sería el próximo blanco? ¿Cuántos eran los aviones asesinos?
Los aeropuertos fueron inmediatamente cerrados a nivel nacional, ningún otro avión pudo despegar; pero ya era tarde: muchas aeronaves surcaban ya el espacio aéreo estadounidense. Poco después, una tercera impactó contra el Pentágono en Washington D.C., la capital del país.
El cuarto y último avión fue objeto de un emotivo acto de heroísmo de los pasajeros, quienes, enterados de lo que estaba sucediendo, enfrentaron y sometieron a los secuestradores. Una refriega interna, de la que no se sabe mayores detalles logró que la aeronave se estrellara en un campo despoblado del estado de Pensilvania.
Los ciudadanos a bordo sacrificaron sus vidas para evitar que la nave se precipitara contra algún otro edificio significativo de la nación. Algunos dicen que iba dirigido al Capitolio. Otros, a la Casa Blanca.
El primer ejemplo conmovedor que se derivó de la tragedia fue la inmediata y enorme movilización de servidores públicos. Bomberos, policías, médicos y enfermeras respondieron simultáneamente y de manera masiva al llamado de emergencia.
Un gran número de ellos perdió la vida, porque habían acudido de manera inmediata a auxiliar tras el choque del primer avión, cuando estrellaron el segundo. A pesar de eso, siguieron trabajando en el lugar, sin percatarse del peligro de que las estructuras colapsaran.
Y así sucedió. Sometidas al fuego de miles de litros de combustible ardiendo, las moles de acero sucumbieron, llevándose con ellas no solamente a los civiles que se encontraban adentro, sino a todos los cuerpos de rescate que habían acudido a socorrer. Ha sido la tragedia que ha cobrado más vidas de bomberos y policías en la historia del mundo. 343 de los primeros y 72 de los segundos.
Si alguna imagen quedó para la historia en los días posteriores, fueron los dos potentes rayos de luz dirigidos al cielo desde el lugar donde se encontraban las dos torres desplomadas.
Es necesario destacar que el terror no logró que el espíritu de la ciudadanía sucumbiera. La reconstrucción se puso en marcha de inmediato. Y quizá esa es la mayor lección de la primera gran tragedia que sufriera la humanidad en el entonces naciente nuevo siglo.
El lugar está siendo reconstruido con seis nuevos rascacielos, cuatro de los cuales ya han sido terminados; un monumento y un museo en memoria de los fallecidos en los atentados.
Entre ellos destaca el One World Trade Center, con 94 pisos, ocupando en el cielo el espacio de los colapsados. También está el Parque de la Libertad, adyacente al lugar.
Destacan el Monumento Nacional y el Museo al 11-S en la misma ubicación de las Torres Gemelas destruidas, para recordar a las víctimas y a los héroes caídos durante el atentado. Hay dos piscinas gemelas en los cimientos donde alguna vez estuvieron las Torres Gemelas.
Hoy el lugar es de homenaje y de recogimiento; pero también de trabajo y de prosperidad. Los fallecidos son honrados en sus cumpleaños con rosas blancas en sus nombres presentes en el monumento.
Hoy el recuerdo de aquella fecha es una muestra de cómo un país unido, trabajando en la misma dirección, puede sobreponerse a las heridas más crueles y dar un significado a los sacrificios para convertirlos en un futuro prometedor.