I
Hay viejitos que por su condición no pueden salir a hacer la cola de la pensión en los días precisos en los que se paga, a pesar de la necesidad, porque no pueden mantenerse de pie por mucho tiempo. Pero es parte del castigo que este régimen infame les ha impuesto a los ancianos.
Lo cierto es que el nieto lleva al viejito a sacar dinero de su pensión a un banco que maneja el desgobierno. Llega a la taquilla con su libreta de ahorros y lo que le da el cajero es un billetico de 100 bolívares y un caramelo. ¿Cómo no indignarse? Ese billetico no alcanza ni para el pasaje de los dos. Y el caramelo es el peor cinismo. Es como si se lo diera el rey de los cínicos, cierto psiquiatra al que lo mueve la pura venganza.
La mujer va a poner gasolina y para pagar saca un billete de 2 bolívares. El empleado de la estación de servicio se lo devuelve con desgano y le dice: “Siga, señora, me paga la próxima vez”. Al instante, ella sonríe, pero luego entiende: ¿qué quería? ¿Que le pagara con uno de 50? Si la gasolina no la han aumentado. Van dos molestos más.
La muchacha quiere darle una propina al anciano que para ganarse la vida ayuda a la gente a estacionar su vehículo, pero no tiene idea de cuánto darle. Los billetes son tan escasos desde hace tiempo que la joven se da cuenta de que no los conoce ni entiende su valor. Por eso y porque la inflación es criminal y los bolívares son ya historia. Al final, le da lo que se le ocurre, pero la indignación crece.
II
La desesperanza se transformó en rabia. Y no hay nada que encienda más que cuando uno siente la ira por dentro como un volcán. Ese empuje es indetenible porque dentro de cada uno la decepción se ha alimentado diariamente con pequeñas cosas.
Maduro y sus secuaces no pueden con la arrechera cotidiana, la que ellos han implantado como célula cancerosa en todos los quehaceres de los ciudadanos. Así que difícilmente podrán escaparse. Sobre todo ahora que llegó alguien que recogió esas pequeñas rabietas y las canalizó hacia una lista de tareas claras y concisas: cese de la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres. ¿Vieron que pude hablar de él sin nombrarlo?, así de poderoso es un mensaje directo y diáfano.
Por lo tanto, yo le recomiendo a los rojos rojitos que dejen de tenerle miedo a los marines, que no van a venir. A lo que tienen que tenerle miedo es a la rabia de su propia gente, la que tienen 20 años dejando morir de mengua por hambre o por falta de medicamento.
III
La tragedia es tan grande que abarca todo. Pero quizás lo que más indigna es que los rojitos del régimen insisten en quedarse para hacernos sufrir más. No se conforman con haber destruido todo hasta los cimientos. El ejemplo del billetico de bolívar es elocuente. Eso no puede tener otro nombre que exterminio, y el Estatuto de Roma lo establece claramente.
Quizás se salven ahora, porque lo que queremos es que se vayan. Hoy más que nunca tenemos la ruta clara y estamos dispuestos a conseguirlo.
No apelo a que su conciencia los castigue con remordimiento porque hace tiempo entendí que los sociópatas no tienen eso. Lo que espero es que la justicia llegue, incluso cuando ellos estén durmiendo tranquilos en cualquier paraíso que se compren, porque sé que aunque tarde, llegará.