Siempre que escribo de Colombia o vuelo a Bogotá, en las diferentes conexiones aéreas, lo primero que invade mi pensamiento, inmediatamente, es la figura de mi padre, Santos Gómez Hoyos, quien a finales de 1969-1970 estuvo residiendo en ese bello país, tomando cursos de especialización. El aroma a café, la bandeja paisa, el sombrero “vueltiao”, el vallenato y el acordeón (tan utilizado, también, en mis “pagos” en la cálida región del sureste el Chaco boliviano), o escuchar a Maluma, Carlos Vives, Feid, la bella Shak o Karol G me traen siempre gratas imágenes de Colombia, bendita tierra gigante.
Sin duda, Colombia necesita, entrando en materia, ajustar su política energética y hacerla más abierta y atractiva para capitales privados nacionales e internacionales para permitir inversiones y obviamente la remodelación de su actual sistema.
No olvidemos una frase que escribo hasta el cansancio: sin energía no hay economía; la energía es base del desarrollo. Sin electricidad a bajo coste, de flujo permanente e ininterrumpido no habrá comercio, industria ni hogares iluminados o refrigerados.
En 2023 la demanda de energía fue de 79.985 GWh (incrementó casi 5% con relación a 2022) y fue el gas el que “le puso el hombro” a la generación. Nadie puede dudar.
El mercado energético de Colombia para el período 2025/2030 enfrenta varias falencias y desafíos significativos, el principal de ellos es que necesita restar de su ecuación al socialismo y dar paso a la libre empresa. La energía no admite ideología. Vean ustedes los ejemplos más notorios de que ideología sobre la industria energética resultan en terribles consecuencias: Venezuela o Bolivia.
Concretamente: Colombia necesita una NPE, Nueva Política Energética, cuya regulación sea atractiva a agentes privados del mercado, dejando de lado regulación pro estatista del sector que dificulte la transición hacia energías más sostenibles y la integración de nuevas tecnologías.
Esta NPE podría contener algunos pilares básicos:
a) Establecer nuevos paradigmas de inversiones en generación, transmisión, distribución y el creciente interés en proyectos de hidrógeno,
b) Diversificar nuevas inversiones para que la matriz energética de Colombia deje de ser altamente dependiente de la hidroeléctrica, lo que la hace vulnerable a fenómenos climáticos afectando la estabilidad del suministro;
c) Motivar inversiones privadas en nueva infraestructura para actualización y expansión de la infraestructura de transmisión y distribución debido al envejecimiento de las redes, que no están a la altura de la creciente demanda de electricidad;
d) Definitivamente no desperdiciar la oportunidad de utilizar gas. El gas natural, como siempre manifiesto es puente, es el mejor elemento de transición entre fósiles y renovables y Colombia, ni nadie en Latinoamérica puede darse el “lujo” de autoimponerse normas que solamente se perjudique. El gas debe ser objeto de inversiones en exploración/explotación en su perfil convencional, offshore, shale y otros y ser parte de la matriz eléctrica nacional. Aquí coincido específicamente con Camilo Sánchez (@camilosanchezo @andesco) en que Colombia no puede hacer una transición energética directo de fósiles a renovables desperdiciando la oportunidad de utilizar el gas. En todo caso, que se exija más a China comunista en su uso indiscriminado de carbón;
f) Continuar promoviendo iniciativas privadas en parques eólicos (La Guajira, el clúster eólico más grande del país) y en nuevas iniciativas que superen los 3.000 MW de capacidad instalada;
g) Obviamente, en esa línea de pensamiento, el Estado necesita abrir normativa para permitir inversión privada en desarrollo de industrias de Hidrógeno verde, cuya tecnología y volumen aún no son suficientes para capturar un nuevo mercado de usuarios.
Colombia va a necesitar mucha electricidad para su demanda interna y, para en algún momento, implementar centros de datos para Inteligencia Artificial (IA).