Hace 6 años, en agosto de 2017, el capitán Juan Carlos Caguaripano Scott durante una incursión operacional al fuerte Paramacay, sede de la 41 Brigada Blindada en Valencia, estado Carabobo, con una veintena de hombres en la ejecución de una operación llamada David se apodera de la instalación militar y de un numeroso parque. Desde allí hizo un pronunciamiento solicitando la rebelión de otras unidades militares, pidiendo el apoyo de la población civil en la calle y exigiendo la conformación inmediata de un gobierno provisional. La rebelión tuvo una corta duración; no hubo un eco en la calle, y los lideres de la rebelión encabezados por el capitán Caguaripano fueron detenidos hasta la fecha en que escribe esta nota.
Muchísimo antes, el 11 de abril de 2002, una gigantesca manifestación en la calle y posteriormente un pronunciamiento en serie de todos los componentes militares de la Fuerza Armada Nacional (FAN) forzaron la renuncia del entonces presidente de la republica el teniente coronel Hugo Chávez Frías. Mención aparte de los errores políticos y militares que devolvieron al comandante al poder posteriormente, ha sido la única derrota política y militar que se le ha asestado a la revolución bolivariana desde su llegada al poder en 1998. Y es a ese vector a lo que le temen desde ese entonces. Gente en la calle manifestando contra el régimen y una seguidilla de reacciones militares desde los cuarteles. Por esos eventos ocurridos hace 21 años, los únicos presos que hay hasta la fecha son los policías metropolitanos Héctor Rovaín, Luis Molina y Erasmo Bolívar quienes están cumpliendo una pena de 30 años de los cuales han cumplido más de la mitad y pueden ser favorecidos de beneficios procesales.
Caguaripano y los otros profesionales detenidos, y los policías metropolitanos forman parte entre otros, de los segmentos de fuerza del principal temor revolucionario que puede poner en peligro la permanencia del régimen en el poder: militares y policías. A sabiendas de eso es en ellos donde más se afinca la justicia roja para enviar un claro mensaje a sus colegas en los cuarteles y los destacamentos de policía.
Estos tiempos de crisis políticas, de negociaciones, de fiestas navideñas y despeje del camino de las candidaturas de la oposición para las elecciones presidenciales del próximo año 2024, el tema de la liberación de los presos que encajan en la categoría de políticos se coloca en la agenda de la opinión publica y de las negociaciones entre Nicolás Maduro y Joe Biden. Entre Venezuela y Estados Unidos. Desde esta tribuna delimitamos el trato así en el nivel de los dos presidentes y de los países con lo que representan cada uno desde su lado con los intereses de sus respectivas administraciones y las necesidades de sus gobiernos frente a las coyunturas propias. Realpolitik y geopolítica en combinación y dosis adecuadas desde cada lado para ofrecer en la mezcla del cóctel el sabor más conveniente de sus políticas internas y externas en la subregión. El Daiquiri de Biden ha sido saboreado muy bien en el territorio continental y en los predios de la Casa Blanca y Washington. Entre Castillete y Punta Playa, la Isla de Aves y las cataratas de Hua parece que no, y aun se anda buscando los ingredientes y el sabor. Igual para el Mojito de Maduro, en toda la revolución bolivariana la mezcla ha sido ampliamente saboreada y disfrutada; tanto como para ofrecerlo oficialmente como bebida formal cada vez que se haga una ronda de negociación entre gobierno y oposición. Con eso del tema de los presos da para todo.
Y es por eso por lo que no es aventurado señalar que hay presos políticos de primera, los hay de segunda y así en unas escalas hasta llegar a la ultima clasificación: la del olvido. En ese juego macabro de poner entre los primeros de la larga fila de detenidos que atiborran las cárceles del régimen con la etiqueta de la persecución política y la aplicación de la justicia revolucionaria, en todo el desarrollo que hay en esa puerta giratoria que tienen las cárceles rojas, quienes están en la punta tienen la condición de premium. Entran con su maletica con una muda de ropa, dos interiores, el cepillo de dientes, un paño, un par de chancletas y una jabonera y se quedan en la prevención de la penitenciaría a la espera de la próxima crisis política del país, de la elección presidencial más inmediata, de la más cercana ronda de negociaciones en una islita del Caribe, en México, en Oslo; en una mesa de negociaciones donde se despliegan como barajitas a la espera de este si, este no, este vamos a dejarlo de lado y aquel vamos a ponerlo de ultimo; a sabiendas de que el nombre del preso de la petaquita saldrá de los primeros en ese canje que cada cierto tiempo se hace entre el régimen y un sector de la oposición. ¡Aguanta! ¡Tranquilo! Eso viene. Hasta que los trances de la coyuntura política empiezan a presionar y el gobierno que sabe muy bien que tuercas apretar dice: esto es lo que pido. Y descubre su carta donde aparece la cara de la ficha por la que está dispuesto a hacer un intercambio (como acaba de ocurrir con Alex Saab) y del otro lado de la mesa sacan una carpetica muy bien clasificada desde donde tiran a la mesa las barajitas previamente seleccionadas. Los premium encabezan.
Presos premium con la maletica ya organizada desde que se quedan en la sala de banderas del correccional, de segunda y así en unas escalas hasta llegar a la última clasificación: la del olvido. En esta se ubican el capitán Caguaripano, los policías metropolitanos, los hermanos Guevara, el coronel Gámez, el teniente coronel Igber Marín y otros detenidos cuya mención es inconveniente, para los que solo hay una ocasional banderita tímida de protesta, una voz asordinada de la denuncia, y alguna publicación esporádica dentro del liderazgo de la oposición solo como para cumplir con el requisito de la solidaridad y del apoyo. Esta lista con nombres inconvenientes ¿Se habrá mencionado en algún momento en Barbados, en Las Bahamas, en México, en Oslo para que se incluyan en las próximas listas de libertad?
Ya saldrán los alabarderos de guardia con altas dosis de fanatismo y voluntarismo a justificar que la lucha es por la libertad de todos los venezolanos, que es para abrirle las puertas del calabozo en que se ha convertido Venezuela a los treinta y tantos millones de compatriotas. Que tranquilos, que la libertad viene; Quizás en la próxima ronda cuando quien sea el responsable por la oposición de llevar los nombres a la mesa donde estarán servidos el Daiquirí Biden o el Mojito Maduro, se llevará el apellido de este o el nombre de aquel como prioridad. Como retórica de la alcahuetería puede encajar perfectamente dentro de ese onanismo de justificación para llevarle ese argumento a los colegas militares y policías que casi alcanzan una generación detrás de los barrotes. Un reto que pudieran asumir estas vanguardias de la interpretación es a que lleven ese discurso de descargo de quienes negocian con la libertad de todos los venezolanos y se lo presenten cándidamente a los afectados en el penal. Probablemente se les cargue a estos otro expediente por asesinato.
En fin, ya saben que en esa escala, en ese orden de mérito, militares y policías no van a tener ningún tipo de prioridad en ese canje de presos. Ya deben de saber quiénes manejan esos esquemas en el liderazgo de la oposición para empujar la puerta giratoria de las cárceles venezolanas, que así como el régimen usurpador envía un mensaje muy claro a los cuarteles y destacamentos afincándose con militares y policías presos, también desde la otra acera se envía un recado más rotundo en términos de ausencia de solidaridad y de fuga irresponsable en el apoyo. Como un capitán Araña cualquiera. No es necesario señalar que solo con militares y policías venezolanos en el mismo camino se puede llegar hasta el final.
¡Salud! No importa si es Daiquirí o Mojito.