Close de Lukas Dhont es una durísima revisión acerca del prejuicio, el dolor y el duelo desde la perspectiva de dos niños. Con un guion pleno de simbolismo y una conclusión desgarradora, es una obra extraordinaria con un incómodo mensaje al subtexto.
Léo (Eden Dambrine) y Rémi (Gustav De Waele) comparten el tipo de amistad que solo es posible en un momento de la infancia. Uno, lejos de todo tipo de juicio o señalamiento. O al menos, esa es la reflexión inmediata del director Lukas Dhont, durante los primeros diez minutos de Close. La película avanza con cuidado a través del guion firmado por el mismo Dhont y Angelo Tijssens para profundizar en una idea casi dolorosa. La inocencia es frágil, apenas soporta la presión externa y cualquier tipo peso — ya sea moral o tan cínico como la sospecha — puede hacerla pedazos.
De hecho, buena parte del argumento explora la idea de una edad de oro, antes de cualquier exigencia, señalamiento o violencia. En ese instante casi inexistente que suele transcurrir muy rápido, Léo y Rémi son inseparables. Amigos con una cercanía emocional y física profunda, una conexión total que el director retrata desde cierta óptica optimista y llena de energía. El primer tramo de la cinta, es una conexión naturalista y radiante con la alegría, con los sentimientos inexplorados y la sensibilidad.
La cámara sigue a sus personajes con cuidado y detalle, con la proximidad encantadora de una exploración en un tipo de intimidad irremediable. Se toman de las manos, se abrazan, duermen en la misma cama. Dhont deja claro de inmediato que el vínculo entre ambos es la posibilidad de un tipo de afecto profundo, marcado por la ausencia de límites. Pero que esa poderosa ternura está destinada a no tardar, a rozar la realidad del crecimiento, la adolescencia o el mundo adulto.
El dolor de crecer
No obstante, para su segundo tramo, Close muestra en realidad lo que se esconde detrás de lo que parece una historia sobre la moral heteronormativa y el prejuicio. Con mayor habilidad que otros argumentos parecidos, profundiza en cómo el entorno puede construir una barrera sobre las emociones, incluso las más sencillas.
El director y coguionista logra plasmar, con delicadeza amarga, la manera en que el vínculo entre Léo y Rémi termina por corromperse hasta volverse una rara mezcla entre resentimiento y añoranza. La película profundiza con habilidad en la idea de las emociones que se vuelven prohibidas debido al peso de una sociedad agobiante y claustrofóbica. Gradualmente, el argumento construye la sensación ambivalente que la amistad entre los niños, no traspasa los límites denigrantes de la burla y la brutalidad de una realidad pesarosa.
Close se aleja del moralismo con el recurso sencillo de elucubrar sobre lo que permitimos porque creemos inevitable. Su discurso –que migra de un espacio de exaltación de la dulzura infantil a la brutalidad de la primera adolescencia– tiene un asombroso cuidado para evitar ser obvio. Antes que eso, enlaza la tensión interior de su premisa con un suceso que anuncia con pequeños detalles sigilosos.
Pero, jamás rompe el delicado equilibrio entre un relato destinado a tener varios niveles de subtexto y una dimensión singular acerca del mal contemporáneo. Close no se prodiga en explicaciones innecesarias, tampoco en subrayados que puedan entorpecer la forma en que narra como Léo y Rémi terminan por distanciarse hasta que el rencor nace. El proceso es lento, azaroso y angustioso. A la vez, una historia de crecimiento durísima que se aleja de otras semejantes, a fuerza de matices y una violencia al margen que resulta abrumadora.
No obstante, es la forma en que Dhont narra el miedo y el sufrimiento invisible de los antiguos amigos, lo que brinda a la cinta varios de sus momentos más duros. En especial, cuando Léo finalmente refleja lo que la sociedad a su alrededor espera de él, le exige y le empuja a hacer. La película toma entonces un tono oscuro y pesimista, como si la realidad que desea mostrar se degradara en una perniciosa ponzoña sin nombre.
Las heridas abiertas y una tragedia en puertas
Para su impactante final, Close dejó un mensaje contundente y devastador. Una herida que convierte los últimos minutos en una habitación vacía y una colección de silencios alegóricos tan despiadados que la cámara capta con firmeza.
La cinta, que hasta entonces había conservado cierto aire de cuidadosa contención, deja escapar todo el horror del duelo y el miedo en una sofisticada versión de la crueldad. Quizás, el punto más duro de una obra perdurable que sorprende por su eficacia, elocuencia y, en especial, honestidad.
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