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Cleptocracia y otras formas de desviación

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El vicio de la corrupción mantenido como ejercicio del poder, constituye una desviación en el ejercicio del poder que se inicia con la urdimbre de imbricaciones que establece el clientelismo como elemento de extravío en el poder, cuyos efectos son mucho más graves y engendran riesgos sociales que pueden destruir el funcionamiento elemental de la sociedad. Repetir que la multifactorialidad de la crisis en el país además se expande al espectro moral y ético, y conforma un cuadro de expolio de valores y virtudes, y de mutaciones regresivas hacia vicios que sustituyen los desiderátum de estabilidad social e imperio de las buenas formas y virtudes, para que la calidad del sistema político trascienda hacia la funcionalidad del sistema económico y social, con la meta de producir bienestar y contar con la garantía de   disfrutar de una gobernabilidad cifrada en gestores con cualidades éticas y ciudadanas que le impidan no implicarse en los hechos comunes de corrupción, los cuales parten de la inflexión en el manejo moral de la cosa pública.

Quiero explicar que la corrupción no se limita al manejo discrecional, con fines inconfesables de los recursos públicos, la corrupción inicia con la aceptación de cargos públicos para los cuales no se cuenta con la formación adecuada, se inicia con el indeseable nepotismo y el deterioro de los marcos institucionales, al reducirlos al manejo del personalismo, haciendo a las instituciones una suerte de propiedades prediales de quienes los manejan y emplean sus recursos para fines personales.

Hace veintinueve años unos caudillos carapintadas dieron una intentona golpista, así la democracia más longeva del continente recibía una artera puñalada, y la sociedad adoleció de pulso democrático y moral para condenar aquel asalto a la institucionalidad. En los espacios de los métodos goebbelianos, una coalición que condena centenares de conjuras celebra con vítores y loas, un cruento golpe de Estado que los rentabilizó políticamente, al cual laxificaron e hicieron inocuo, hasta el punto de clasificarlo como rebelión popular y libertadora. En lugar de un golpe de Estado, las razones para atentar hace veintinueve años contra el orden constitucional residían, “por ahora”, en  la corrupción del  gobierno de Carlos Andrés Pérez, en los insoportables índices de pobreza, en la alta inflación y en la represión; el discurso del chavismo siempre apeló a esta narrativa para  sustentar el levantamiento de las formas institucionales, Hugo Chávez en sus maratónicos programas de proselitismo político, en los cuales hacía gala de sus extravíos de cordura, presentando los síntomas de locura social, erigiéndose en una suerte de conciencia nacional, de corrector de la conducta y de juez supremo de la sociedad, condenaba las gestiones precedentes en términos de su incapacidad para producir estabilidad, bienestar y justicia.

El relato chavista hacía alusión a la inflación de cien puntos porcentuales, a la pobreza y la exclusión y sobre todo a la corrupción. Como modelo ideológico, el chavismo replicó y extralimitó los vicios de una envilecida cuarta república, desde el relato del poder oficial, los proyectos faraónicos de Chávez jamás se hicieron realidad, de aquel ferrocarril que conectaría a todo el país, para que en 2021, siendo una potencia productiva, lográsemos transportar mercaderías a todo el territorio y conectar los puertos de Venezuela, solo quedan las desnudas torres de concreto que son los tótems de la ineficiencia y corrupción del chavismo. Luego de percibir 1 billón de dólares, hoy el chavismo exhibe una infraestructura sanitaria destruida, el colapso en todos los servicios públicos, el naufragio de la escuela y desde luego un nivel de corrupción absorbido por el Estado y trocado en cleptocracia, el ejercicio del poder para el expolio del erario público. Convertir el erario público en botín es la característica más evidente de esta hegemonía. Quien de manera inmisericorde y desprovista de otredad y alteridad elemental exhibe de manera absolutamente imprudente y viciada, un estándar de vida propio de sultanes.

El chavismo como modelo de corte político, empleó los recursos de la bonanza para sustituir la producción nacional por importaciones, y hacernos una sociedad de “pobres tontos y felices”, los mecanismos de control de precios y procesos de toma de inventario, cual suerte de saqueos organizados, sembraron las bases para este desastre, luego una hegemonía con vicios sultánicos decidieron asumir los mecanismos de acceso a divisas y la sustitución monetaria, para establecer un mercado que expolia a los pobres, la economía de los bodegones es el resultado comercial de la acción absolutamente viciada de una coalición perversa en el poder, los mercados negros y el arbitraje, son los grandes logros del chavismo, los vasos comunicantes para obtener una fuente casi infinita de recursos y desde luego lucrarse con el desplome de los servicios públicos, así los mercados de la gasolina a precios internacionales y el último escándalo en torno a los cilindros de gas, en el cual está incurso el presidente de Gas Comunal, demuestran la eclosión de los vicios impuestos por el chavismo, la cleptocracia es una forma de soportar y hasta hacer tolerable la corrupción.

En cadena nacional, Nicolás Maduro reconoció la corrupción del presidente de Gas Comunal, una portentosa “empresa socialista”, basada en la planificación macilenta planificada del Estado, la cual se emplea como gozne para la corrupción, empleando el derrumbe de los servicios públicos para establecer una red de corrupción, que tal vez falló en la capacidad de distribuir lo ilícitamente obtenido, y de allí el espasmo correctivo de la administración de justicia del régimen. ¿Cómo se metió a ladrón?, esa fue la pregunta de Maduro. La respuesta debe ser contundente quizás para satisfacer un deseo ciudadano y además para hacer justicia con la necesaria reacción de repudio, al ser defenestrados a una existencia incompatible con la dignidad, por el hecho de coexistir con una coalición gansteril en el poder. En tal sentido, la respuesta a Maduro sobre el extravío moral y el latrocinio en Gas Comunal, subyace en la ausencia absoluta de consecuencias, en el acento perverso de los vicios; todas las virtudes ciudadanas han sido desterradas o secuestradas en las ergástulas de la tiranía.

El orden ha sido trocado por el caos, la prudencia por el exceso en la demostración de la obscena riqueza, al haber hecho del erario público un botín personal, lo justo es defenestrado, la justicia es sustituida por la inestabilidad propia de la justicia, la templanza es deconstruida por la desesperación y la estética de la desesperanza. Finalmente, la fortaleza o valentía, han sido demolidas por la capacidad infinita de atropellar, perseguir y aplastar cualquier intento por disentir, la honradez en el ejercicio de la vida cotidiana paso a formar parte de un vestigio que condena a la imposibilidad de movilidad social, pues el vicio y la corrupción son las vías para el ascenso en medio de una crisis atroz en el marco institucional, en el cual los gestores de políticas públicas, no tienen capacidad de diferenciar los recursos públicos de los propios, y la posibilidad de robar es una realidad fáctica, que se burla de la honradez.

Vivimos una suerte de cacicazgo de acuerdo con lo propuesto por el filósofo y economista español Joaquín Costa Martínez, un estado en el manejo de lo publico en el cual la vergüenza por el accionar ajeno, es una cosa cotidiana, en efecto entramos en formas retorcidas de desviación que van desde la kakistocracia o gobierno de los peores, cuyo germen reside en el grosero nepotismo y en la búsqueda de un pseudohablante, a quien se logra controlar por la vía de permitirle excesos y vicios en función a su desmontaje ético, desde el cual se pudo mutar hasta este estado de degeneración de las relaciones humanas en la cual las organizaciones del poder  pueden estar controladas  por una suerte de fauna degenerada de ignaros, criminales electorales y camarillas o bandas de elementos sin escrúpulos. Esta definición de Michelangelo Bovero, encuentra un gradiente de gravedad en la propuesta del filósofo argentino García Venturini. La kakocracia, cuya raíz etimológica supone malo o contrahecho todo lo innoble, perverso y nocivo, encuentra marco de enlace con esta forma de gobierno, el objetivo es embrutecer, acotar a planos biológicos la existencia, generar estados de conmoción multidimensional que les permitan perpetuarse en el poder. La confusión de la gnosis se acompaña con la brutal represión contra aquellos que asumen el habla con talante democrático, de allí que el daño antropológico inoculado comporta la destrucción de la educación, para evitar que la escuela en su sentido universal, sea el sitio de significación y debate, haciéndola naufragar. También se ahogan los instintos democráticos y libertarios, haciendo infinita la capacidad de seguir expoliando por la vía del latrocinio a esta casi extinta nación.

La respuesta a Maduro sobre ¿cómo se puede llegar a ser ladrón?, en relación con el caso de Gas Comunal, subyace en la metamorfosis que ha sufrido su socialismo del siglo XXI, el cual al igual que sus ideologías precedentes, basadas en el culto a la servidumbre, han supuesto inflación, desabastecimiento, hambre, terror, represión y corrupción, la respuesta a la pregunta de quien hoy asume que conducir los destinos del país es un equivalente a conducir un colectivo, y humilla a las capas más preparadas de la nación, subyace en los párrafos precedentes y en la palmaria respuesta, de que la corrupción es una suerte de gangrena política, que corrompe a quienes al participar de ella, no reciben un justo castigo por sus fechorías; el presidente de Gas Comunal, aprendió a ser ladrón en el teatro de la crueldad artaudiano, en el cual la hegemonía de quien se hace llamar vástago de Chávez, han sumido a la cuna de Bolívar, Miranda y Ayacucho.

Nuestro país es una suerte de Emesa contemporánea, la corte de los excesos de la anarquía coronada de Heliogábalo, la cuna de semen que dio rienda suelta a esta orgía de indignidades y vicios, en la cual fenece la capacidad de coexistencia de los valores y virtudes cívicas, la sorpresa de Maduro frente a la desenfrenada corrupción evidenciada, cual punta de iceberg en esta pléyade de corruptelas, es una demostración abierta y cínica, frente a la imposibilidad de la población por demandar niveles de eticidad. Ahora el espectáculo de un castigo para el corrupto, más y mejor posverdad.

La crisis de la verdad nos envuelve a todos y el crédito político por la construcción del seudohablante y el vaciamiento del lenguaje, sigue permitiéndole a Nicolás Maduro plantearse conflictos de una ética ad hoc y a la medida, sobre los hechos de corrupción que se dan en torno a la tan plausible moneda verde, la válvula de escape, que instrumentaliza absolutamente todo, en medio de este atolladero generacional en el cual nos sumieron las mentiras, el populismo y la entrega de los derechos políticos a un orate moral, quien construyó su culto a la personalidad y legó el poder sin duda alguna en las peores manos, no nos cabe la menor duda de que Chávez es el progenitor de esta herencia de herrumbre y vergüenza.

Finalmente, el Estado o la mutación kafkiana, que hoy simula ser un Estado, se preparó a conciencia para reprimir a una escala creciente a la población, hasta doblegar su espíritu de lucha, logrando deconstruir una virtud o areté como la fortaleza o el valor, en racional miedo, instrumentalizando así, la crisis económica desde la perversión y expolio de las progresividades civiles, trocándola en una oportunidad formidable para lograr el control e incremento de la sujeción desde el poder. Al acotarnos en entornos biológicos, nos encasilló en la necesidad de sobrevivir a la hiperinflación, el proceso de soportar cual Sísifo tan pesada carga nos roba tiempo, tiempo que no emplearemos para exigir los derechos políticos entregados al clientelismo. La violencia pasó a ser parte de nuestras vidas corrientes, hasta el punto de que el Estado mutó, se escindió y creo un Estado gansteril, que se desarrolla a la sombra de la institucionalidad pervertida, este estado gansteril que se corrompe bajo el pacto de protección mutua, nos condena a una existencia primitiva que termina por desbordarse, afectando la propia integridad de la república, compitiendo con el Estado y ocupándose de actividades delictivas e ilícitas.

Entonces, es en esos entornos, señor Maduro, en los cuales el presidente de Gas Comunal aprendió y aprehendió a robar, nos encantaría que el llamado por ustedes “profe”, en referencia a la forma cercana con la cual los miembros de las comunidades educativas se referían a quienes hacíamos vida en la destruida escuela, le explicase a usted y a todo su tren ministerial, como por la vía de la educación el “hombre solo puede llegar a ser hombre”, una máxima de Inmanuel Kant, que deja en preeminencia el rol transformador de la educación para forjar conciencias y conductas y evitar descalabros morales, pero obviamente estoy seguro de que el profesor  Aristóbulo Isturiz es incapaz también de explicar cómo sustenta el estándar obsceno de vida propio de un faraón, frente al hambre, miseria y agobios de sus colegas a quienes les dio la espalda.

Sencillamente el chavismo y el madurismo son la concentración hiperbólica de las malas praxis, el exceso intolerable de los vicios y el desconocimiento y repulsa a las virtudes, mientras sigamos contando con los cada vez más derruidos espacios para el conocimiento y la formación de ideas y aun por encima de la necesidad y la angustia, la pluma, la oratoria, el aula y la docencia deben de seguir planteando la posibilidad de denunciar y construir un contradiscurso, que se imponga a los neologismos opresores, ser docente y no actuar en consecuencia formando con y para la libertad se constituye en una incoherencia pedagógica.

“Lo único que aprendemos de la historia es que no aprendemos nada de la historia”. Frederich Hegel     

 

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