El domingo pasado México celebró una megaelección que implicaba la escogencia del presidente del país, de senadores y diputados, de legislaturas estatales, de 9 gobernaciones y de autoridades municipales, sumando más de 20.000 cargos. Participaron casi alrededor de 55 millones de ciudadanos y se abstuvo el 40% de ellos.
Resulto electa presidenta por primera vez una mujer, Claudia Sheinbaum, lo cual no es ni mucho menos un dato menor, aun en estos tiempos en los que, a pesar de los importantes avances con respecto a la igualdad de género, el machismo sigue tratando de imponer su “superioridad”, alegando simplemente su mayor nivel de testosterona.
Se trata de una universitaria graduada en Física, de madre y padre científicos, que desde hace unos cuantos años decidió abandonar el apacible espacio del laboratorio y transitar el espinoso, por decir lo menos, camino de la política.
¿Cheque en blanco?
Los sufragios depositados revelaron un amplio triunfo del partido Morena, fundado por Andrés Manuel López Obrador (AMLO), sobre la heterogénea coalición integrada por el Partido Acción Nacional (PAN), el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y el Partido Democrático (PRD), que apoyó a Xóchilt López. Los números hablaron con claridad, no solo con relación a la disputa presidencial, que le dio a la candidata de Morena el mayor margen de ventaja en décadas (30 puntos porcentuales), sino igualmente fueron contundentes en la inmensa mayoría de los eventos disputados ese día. Al momento de escribir estas líneas caben pocas dudas respecto a los resultados arrojados desde los centros electorales, aunque abundan las evidencias de que configuraron un desmedido ventajismo oficial a lo largo de todo proceso comicial.
En un somero examen de lo ocurrido en el evento del 2 de junio, cabe resaltar, sobre todo, la magnitud de la representación lograda en el Congreso, que habilitaría a la nueva presidenta para adoptar medidas sin la necesidad de tener que negociar y bregar consensos. Preocupa, en especial, que se introduzcan ciertos cambios en la Constitución y se desaparezcan los indispensables controles que delimitan el ejercicio del poder presidencial.
En el mismo sentido, perturba la posible aprobación de ciertas iniciativas que no pudo llevar a cabo el mandatario saliente, entre los que vale la pena destacar la eliminación de muchos organismos reguladores independientes, la escogencia de los magistrados de la Corte Suprema y del Instituto Nacional Electoral por votación popular, así como otras disposiciones que causaron preocupación en el ámbito económico. En fin, no hay que ser adivino para señalar que, de ser adoptadas tales propuestas y otras de semejante índole por la nueva presidenta, se resquebrajarían aún más los cimientos de la democracia.
Por último, pero no de último, a ella le toca asumir el cargo en un país dividido, polarizado como nunca antes, secuela en buena medida, del relato político, de la gestión y del carisma de AMLO.
¿A La Chingada?
Estas elecciones pueden entenderse como un referéndum aprobatorio del sexenio del actual presidente. Ciertamente, durante su período de gobierno, crecieron algunos sectores productivos y, a través de ciertas medidas (empaquetadas dentro clientelismo político, hay que subrayarlo), millones de mexicanos salieron de la pobreza. Pero tales resultados no se observaron en áreas como la educación, la salud o el cambio climático, cuyo deterioro fue sustancial.
Por otro lado, bajo su administración la sociedad mexicana fue azotada por el crimen organizado, el narcotráfico y sus pactos con agentes estatales, haciendo que la violencia fuera aumentando, como se constató, incluso, en el proceso electoral. Es este, desde luego, un problema harto complejo (no exclusivo de México, dicho sea de paso) que no se ha logrado enfrentar con eficacia. La militarización del territorio nacional, asomada como remedio, se ha convertido, por el contrario, en parte crucial de este terrible rompecabezas.
Analistas mexicanos han llamado la atención sobre el papel que desempeñará AMLO al salir del gobierno. Algunos suponen que seguirá siendo una figura esencial en la política a partir de la idea de que, como ya dije, las pasadas votaciones pueden leerse como la aprobación tanto de su mandato, como de su proyecto político. Sin embargo, en reiteradas ocasiones él ha afirmado, casi jurado, que se irá a su hacienda, llamada La Chingada, expresión mexicana de múltiples usos (todos groseros), que está ubicada en Chiapas, un estado situado en el sureste del país. ¿Se lo permitirá su ego?
El futuro de la democracia
México no es la primera democracia deshilachada con sus propios instrumentos, utilizados para debilitar los equilibrios y contrapesos inherentes a ella, ni la única que le ha abierto la puerta a un régimen trazado por la hegemonía política. Nuestro ejemplo más cercano es la propia Venezuela.
En efecto, varios informes vienen advirtiendo desde hace unos cuantos años, el progresivo descalabro de la democracia a lo largo y ancho del planeta. Uno de ellos, el Índice de Democracia de The Economist (2023), indica que menos de la mitad de la población del mundo (46%) vive en algún tipo de democracia, mientras que solo 8% lo hace en alguna de las 24 democracias que se describen como “plenas”. Además, existen 59 regímenes manifiestamente autoritarios, dentro de los que transcurre la vida de casi 40% de la población mundial.
En los estudios disponibles se denuncia el desencanto de los terrícolas con la democracia. Han tenido lugar procesos de polarización, populismo, nacionalismo, corrupción, desinformación y erosión de las normas e instituciones, que han alejado a los ciudadanos de la participación en el sistema político.
Por otro lado, se advierte que hoy en día la democracia enfrenta nuevas preguntas que requieren nuevas respuestas, con referencia a temas tales como el cambio climático, la desigualdad social, la migración, el terrorismo, la ciberseguridad, la inteligencia artificial, las neurociencias, la biotecnología y un largo etcétera de factores que están modificando radical y rápidamente todos los escenarios de la vida humana. Se habla, así pues, de la necesidad de reinventar la democracia y la política, así como sus mecanismos de gobierno, con el propósito de encarar nuevos dilemas éticos, morales y legales que exigen una mayor cooperación entre las naciones, lo que implica, por supuesto, modificar a fondo los instrumentos actualmente disponibles para ordenar y guiar al planeta.
Esperemos que Claudia Sheinbaum esté a la altura de las circunstancias que le han tocado, en beneficio de México y de toda la América Latina. Su primer discurso abre una rendija a la esperanza. Ojalá, pues no podemos resignarnos a seguir creyendo que antes el futuro era mejor.