“Fashion is a form of ugliness so intolerable that we have to alter it every six months”. (OSCAR WILDE)
Si me hubieran dicho hace años que un pantalón viejo, roto y desgastado iba a resultar más cool que un tejano saleroso, recién comprado y con olor a nuevo, no me lo habría creído. Ahora veo que sí. Unos pantalones usados, bien ajustados a la piel del falso vaquero en un entorno urbano no pasan desapercibidos. Es más, quienes visten de esta guisa dan la impresión de sentirse cómodos.
Hace años nadie podía pensar en los locos vuelcos de la moda. Actualmente, la moda raya el absurdo y se alimente como arpía de los vaivenes que nos acunan en nuestra vida. Nada ha de ser lo que fue. Esto es así. En otros tiempos, la ropa que no se descubría pertenecía al ámbito más personal de uno. Era la ropa interior, la ropa íntima. Esta parte no solíamos exhibirla nunca. La gente que te podía ver era gente muy cercana, familia o gente de confianza. Este pudor, o se ha entendido mal o se ha perdido. La escoba dio un giro de 180º y la bruja se vio del revés, boca abajo y patas arriba con la cabeza envuelta en la falda dejando a la vista sus enaguas blancas y sus bombachas. Las jóvenes inspiradas en ella, la maldita moda, convinieron en enseñar por detrás el borde de una pieza esencial de su intimidad. Los pantalones estrechos se deslizaban por caderas de mujer, eso sí, de manera controlada.
Los hombres, unos pocos, envidiaron la corriente obligada de los presos americanos que consistía en dejar caer sus pantalones sin cinturón hasta la zona más protuberante de su trasero. La consecuencia inmediata fue la exposición de la ropa interior de los internos. Artistas como Justin Bieber, cantantes de hip-hop y raperos copiaron esta tendencia que se volvió preferente entre algunos jóvenes y acabó siendo una moda.
En las ciudades ahora uno se cruza con chavales que apenas pueden dar dos pasos sin ajustarse el cinturón para evitar que los pantalones caigan hasta las rodillas. Los chicos presumen de ropa interior de marca que, casualmente es la misma C K para todos. Existe una moda oficial de pasarelas que solo se compra en boutiques y muy poca gente puede permitirse pagarla. Hay otra moda, sin embargo, que es la moda espontánea y urbana en la que uno observa y admira, aborrece o asimila.
Recientemente veía en redes sociales la grabación de un desfile de moda masculina. Los modelos caminaban despacio en fila india llevando pantalones de tiro bajo, enseñando el calzoncillo entero e intentando no caerse mientras peleaban con la parte superior del pantalón que se les enredaba en los tobillos. No entiendo ni el motivo estético ni la incomodidad de vestir así una prenda, a no ser que la moda consista siempre en dar otra vuelta de tuerca más. La moda, esa arpía caprichosa, consintió hacer visible lo invisible. Lo interior cruzó la frontera. De alguna manera, la moda rompió el hechizo. De alguna manera, esa bruja desveló el secreto de la intimidad.