OPINIÓN

Ciudadanos útiles e inútiles

por Emilio de Diego García Emilio de Diego García

RAÚL

Cuando faltan pocas fechas para ir a las urnas, no cabe duda del entusiasmo que despiertan lemas tales como: «Es el momento» o «Adelante. España avanza». La movilización de un electorado tan vocacional, como el español, está asegurada; aunque convendrían algunas precisiones. Junto al primero de estos «mensajes» aparece la fotografía que aclara «para quién» es el momento. Sin embargo, tras lo ocurrido estas últimas semanas, no resulta tan evidente «para qué» es el momento. El segundo reclamo precisaría puntualizar dónde está «adelante», si se pretende que el presidente Sánchez, autoproclamado «veleta» o «catavientos», continúe marcando el rumbo de España; la cual avanza, según él, «como una moto», sin indicar la velocidad ni el punto de destino.

La campaña de los debates ha sido la representación, más o menos esperada, del histrionismo mendaz. Al concluir el primero de ellos, Sánchez vs Feijóo, un amigo me preguntó: «¿quién crees que ha ganado?». No lo sé, respondí, sí buscamos el menos malo creo que el presidente del PP, aunque quizás hemos perdido todos los españoles; pues un debate digno de tal nombre resulta imposible encerrado en la mentira. En otro episodio posterior, los actores de reparto, estuvieron mejor. Como fin de fiesta una función con el secretario general del PSOE, en busca de una segunda oportunidad, para «anunciar» la guía de sus futuros cambios de opinión. Además la musa de la aritmética, que promete Sumar. Y el enemigo público «número uno» y «único». Mientras Feijóo, contando sus votos útiles, se considera presidente del Gobierno, de una España a la gallega.

Las expresiones que acabamos de comentar, como lemas electorales, desprecian, una vez más, el nivel intelectual de los posibles votantes y la transparencia del mensaje. No es de extrañar pues que, para alcanzar sus propósitos, traten de explicarnos, con un afán didáctico encomiable, la utilidad de los votos. Si no quieres pasar por idiota deberás asegurarte que el tuyo coincidirá con otros, para superar el 3 por ciento, exigido como umbral mínimo por la normativa electoral y aprovechar el trasfondo estadístico de la ley de D’Hondt con sus cocientes decrecientes.

Atendiendo a la entronización de la mentira, como la única certeza en programas, debates, mensajes de todo tipo, … resuenan inevitablemente los ecos de Étienne de La Boétie en su Discurso sobre la servidumbre voluntaria. ¿Cómo puede ser que tantos hombres queden subyugados por el simple nombre de un sujeto que demuestra, de nuevo, sus contradicciones y su identificación permanente con el engaño? ¡Ah! la respuesta es demoledora: «El otro es peor».

A dos días de las votaciones, percibidas como las más decisivas de las últimas décadas, algunas cosas siguen resultando preocupantes. Los pronósticos de Tezanos, por ejemplo, han pasado de anécdota jocosa a despertar algunas interrogantes más serias. ¿Cómo puede explicarse que sus previsiones, casi siempre en sentido opuesto a la mayoría de las empresas demoscópicas, anuncien, por enésima vez, la victoria del PSOE? ¿Puede equivocarse un organismo como el CIS, reiteradamente, de forma tan grotesca? ¿Sonará la hora de su venganza con un «Ya os lo dije»? Pronto saldremos de dudas, pues en caso de otra pifia, no le quedarán más oportunidades.

Llegamos a las elecciones del próximo domingo entristecidos por la muerte de Francisco Ibáñez. Se ha ido el gran cronista de una España, ante el espejo, vista con los ojos de la inteligencia. El autor de un género que Pedro Sánchez no supo apreciar, sin darse cuenta que la historieta, no la historia, era el dominio natural de sus andanzas. Junto a él, un muestrario de personajes donde los españoles pueden ver a sus políticos perfectamente retratados. Estos parecen no caer en la cuenta, porque en Mortadelo y Filemón, su jefe el Superintendente Vicente, Pepe Gotera y Otilio, Rompetechos, el botones Sacarino, el profesor Bacterio, Ofelia, la familia Trapisonda, Chicha, Tato y Clodoveo, …, hemos ido viendo cada uno de nosotros a todo el Gobierno en la gestión de la pandemia, los juegos nocturnos de maletas en el aeropuerto, los viajes presidenciales, la resistencia a las políticas de empleo, …

Tengo para mí que la marcha de Francisco Ibáñez, a otros espacios, más allá del 13 Rue del Percebe y del 7 de Rebollino Street, son claros síntomas del final de una etapa política en la que Moncloa se convirtió en sede del Club de los negocios raros y el Congreso en base de la T.I.A. (Técnicos de Investigación Aeroterráquea). Sería un terrible sarcasmo su continuación y, a la vez, un desastre nacional. Seguramente vendrán tiempos nuevos, pero a la vista de la exigencia del voto útil, la descalificación de los partidos pequeños, un extravagante brindis al PSOE, o a sus taifas, y otras cuantas incongruencias graves, se abre campo a la duda.

Artículo publicado en el diario La Razón de España