“Cuando la dictadura es un hecho, la revolución es un derecho”. (Iósif Stalin)
Cuando hace apenas un año, a pesar de ya peinar canas, me decidí a leer 1984, de George Orwell, tenía claro que no me adentraba en una obra literaria que fuera a entretenerme, sino todo lo contrario. Es cierto que, desde que me muevo en este mundo bello y peligroso de la escritura, tiendo a buscar ciertas rarezas literarias que, de algún modo, puedan enseñarme a moverme por caminos que no haya pisado antes, a explorar aquellos estilos que, por placer u ocio, no hubiera leído jamás.
La impresión, cuando uno se adentra en esta historia es que nos movemos en el ámbito de la ciencia ficción. El mundo distópico que plantea Orwell, en un principio, parece muy alejado de una posible realidad. A fin de cuentas, Eric Arthur Blair, que así se llamaba en realidad, fue, a mi modo de ver, un novelista ocasional, proveniente del periodismo, como tantos otros, del columnismo, del ensayo y de la crítica. Alguien que, como todos los que nos movemos en el ámbito de la opinión, dejó sus impresiones sobre el mundo en su obra literaria, por el poso que el columnismo deja en aquellos que nos dedicamos a ello.
Es curioso, sin embargo, que en este año orwelliano, si me permiten el término, de mi existencia, haya ido descubriendo que la distopía puede invadir la realidad, del mismo modo que las malas hierbas invaden un jardín, a nada que el jardinero se descuida en sus funciones, o es incapaz o inepto para la labor que debería afrontar. Este año 2023 hemos tenido que ver cómo lo blanco se transformaba en negro, por obra y arte de la doctrina y de la ceguera que acompaña a aquel que no quiere ver, que es sin duda el peor de los ciegos. Este año 2023 ha demostrado que la realidad es tan volátil que lo que hoy es impensable, mañana es deseable. Que lo que hoy es ilegal, mañana es legal y que nuestra democracia no es sino el pueblo del oeste del desierto de Almería, escenario ficticio para mostrar una realidad inexistente, que se dirime en otros foros que se encuentran tras las bambalinas.
Este año, por ejemplo, hemos podido ver cómo Pedro Sánchez, sin duda el mayor mentiroso y el más hipócrita de los políticos que han pisado España, junto con Rodríguez Zapatero, convertía a los delincuentes en honrados ciudadanos, merced a una amnistía que venía negando por activa y por pasiva, con el único fin de obtener el crédito de sus votos para ser investido presidente. Este sociópata, capaz de esconder en la manga el cuchillo con el que te va a apuñalar, mientras te estrecha la mano, es sin duda el mayor conspirador que ha pisado los pasillos del congreso. Además, muy a mi pesar, he de reconocer que al contrario de Zapatero, que era imbécil, en el sentido literal del término, este tipo, Sánchez, es listo. Listo, que no inteligente, pues no es muy inteligente ofrecer humo a aquellos que piden pan. Que no se olviden los independentistas y los cómplices de los asesinos que le han prestado su apoyo de que a ellos también les traicionará.
Supongo que una vez se dan la vuelta se limpiará la mano en la chaqueta, como hizo en aquel célebre video en el que le da la mano a un niño de color, de color negro, para ser exactos y luego se la mira con pudor, por si el niño le ha manchado y se la pasa por la americana, por si acaso quedan restos. Si no han visto ese video, búsquenlo. La videoteca y la hemeroteca son el peor castigo de los mentirosos.
Y mientras tanto, el rey Felipe mira para otro lado, viendo pasar a su padre en el Bribón, mientras la brisa marinera se lleva el olor a podredumbre hacia otros horizontes.
Este año distópico 2023, hemos tenido que ver cómo a ciertos periodistas se les niegan las respuestas en el congreso por parte de miembros del ejecutivo y sus socios, rompiendo así la pluralidad que ha de presidir la información. No es eso, sin embargo, lo lamentable, sino que el resto de periodistas sigan a lo suyo y no se levanten de sus sillas y abandonen la sala de prensa. Eso sí, cuando el presidente ha vetado a ABC en su avión presidencial, haciendo un alarde ya evidente de que no le importa que salte a la vista su sectarismo, entonces han venido los editoriales y los golpes de pecho por parte de los medios que ven peligrar su aguinaldo, que es lo único que realmente importa, quedando la información relegada a actriz secundaria en esta tragicomedia.
Y mientras, el rey mira pasar al noviete de su hija, haciendo un guiño muy aplaudido por el respetable.
Este año del absurdo 2023, hemos tenido que ver cómo la policía, otrora respetable y respetada, a las órdenes del ministro al que Dolores Delgado definió como “el maricón”, detiene a ciudadanos católicos por rezar en la calle, mientras los musulmanes hacen sus rezos en lugares públicos sin ninguna cortapisa. Mientras se permite el exhibicionismo en nuestras calles y la falta de respeto más absoluta a nuestros estandartes nacionales y a nuestra simbología religiosa, con socios de Sánchez apartando la bandera en las ruedas de prensa o enseñando las tetas en las iglesias. Tratando de impedir la legítima protesta de los ciudadanos que no nos sentimos representados por esta España, que ya no es ni la caricatura de lo que fue y debía ser.
Y mientras, el rey mira los restos humeantes de la nación que un día fuimos, desde un Chinook, en vuelo táctico por si mañana tiene que salir por patas, mientras los independentistas saquean la Zarzuela ondeando la estelada.
Cabría preguntarse si el rey Felipe VI está dispuesto a ser el ciudadano Felipe, con su maleta de cartón y su abrigo de lana, esperando en Chamartín al tren que lo ha de sacar de España, o por el contrario va a tomar las riendas de esta situación; y no me vengan con que el rey no puede hacer nada. Si nuestro presidente puede coger una ley y limpiarse el culo con ella, antes de redactar otra que le favorece sentado en el inodoro, nuestro rey puede dar un puñetazo en la mesa y demostrar, por sus santos cojones, que somos una monarquía y tenemos rey por algo. En defensa de un país que se desvanece ante sus ojos, mientras mira hacia otro lado.
Si no es capaz de ello, vayan despejando una pared para colgar en ella la pantalla del ministerio del pensamiento, mientras quienes creemos que aún existe o debería existir la libertad nos pudrimos en algún calabozo, del ministerio de la verdad.
“El lenguaje político está diseñado para hacer que las mentiras suenen veraces y el homicidio respetable”. (George Orwell).
@elvillano1970