“La modestia no aplaca a un enemigo jamás”
Nicola Maquiavelo
La Iglesia encara estas horas oscuras que vive el país, con tantas dificultades como el común. Se expresa por intermedio de su jerarquía buscando respuestas y respetando los discernimientos emergentes; lo que no le impide sentar criterios, como el que reiteradamente viene haciendo de, crítico cuestionamiento y reclamo de esas políticas públicas y acota, un llamado a la concienciación de la ciudadanía para que, asuma su rol y no se malogre en la enajenación a ella misma y, a esa complejidad de vocación trascendente que denominamos la patria.
Algunos de los voceros de la comunidad orgánica de la Iglesia, son genuinos faros que en la borrasca muestran el peligro y, advierten del susodicho, incluso con desesperación que destila de su agitación pero, siempre pretendiendo comunicar y liderar para el bien común.
Puedo citar una lista de nombres que encajan en la descripción pero, cada cual que me lee los tropieza a diario, batiéndose en el terreno movedizo, avieso, angustioso en el que concurrimos todos, aunque no siempre estemos en sincronía con los demás conciudadanos. La Iglesia se ha expuesto y participa innegablemente, como el colectivo ciudadano que de suyo es genuina representante. Alza su voz cuando constata que el sufrimiento hace empresa y se coloca al lado del necesitado.
Votar o no votar, no exime del deber y del derecho que acuerda la membresía del cuerpo político. Es menester más, ha dicho en su arenga ciudadana la Iglesia. La presencia en el espacio público para comenzar; exhibiendo al hacerlo, la naturaleza libérrima que nos caracteriza, destinatarios como somos de una república que, como un trazo de nuestro fenotipo, nos acompaña desde el inicio de los siglos XIX y en todo el siglo XX y que en mala hora se ha comprometido, como resultado del gravísimo accidente histórico que se produjo, precisamente desde 1998 y hasta esta aciaga fecha del día de hoy. Allí se encuentra el yerro que nos pierde, ¡admitámoslo!
El ejercicio chavista, militarista, ideologizado, despótico ha vaciado de contenido la república y ha maculado al Libertador, llamando al experimento, bolivariano. Adulteró las instituciones y los valores de la república y nos ató, a los vicios de una suerte oclocrática, cleptocrática y cinicocrática que desangra y desfigura a la nación.
Nos legan las mortajas de una república que perdió su libertad, su moral, su ética ciudadana, remeda la justicia y abjura de nuestra independencia y soberanía, asociado para ello con iraníes, chinos, rusos y cubanos. ¡Eso es traición!
El venezolano, entretanto, batalló en estos años con su clase media como vanguardia, al tiempo que se marchaban en la vorágine centrífuga sus vástagos y, también se fue agregando a la estampida que, por cierto, ni el covid-19 ha detenido, sectores populares, hasta hacerse entonces la diáspora un torrente multisocial y tal vez incluso, más popular de lo advertido y reconocido.
Si pudieran irse de la Venezuela del desastre, la ruindad, las variadas morbilidades, la desatención, la inseguridad de todo tipo que se arrostra a la sociedad, los compatriotas que permanecen todavía, pienso y lo digo sin temor a equivocarme que, se marcharían más de los que se quedarían. Es lo que oímos en las tertulias familiares y sociales que se pueden aún tener.
El legado chavista es, pues, en términos psicosociales y como efecto del profundo daño antropológico que nos despiritualiza, nos hunde en la mediocridad, nos seca, nos deshumaniza, el desarraigo, la frustración y el extravío nihilista.
Poco a poco el concepto de patria se va diluyendo ante el drama cotidiano de la pobreza extrema y la desesperanza. Dejamos de sentirnos de aquí y pretendemos otro destino y los que se quedan, lo hacen a menudo para vivir, sin tomar en cuenta los parámetros de dignificación, propios de la persona humana o acaso, confusos o resignados la mayoría de esa minoría fragmentada, atomizada, desmembrada.
Todos somos responsables en alguna medida del descalabro pero; toca al liderazgo político, social, espiritual, institucional, universitario y educativo e incluso familiar, asumir la carga del error reiterado por acciones o carencias que nuestra conducta evidencia. No pensamos, entendimos, apreciamos lo que pasó y peor aún, tampoco hemos sabido diagnosticar certeros y menos aún, proponer una ruta de emancipación y liberación efectiva porque, de eso se trata el asunto.
Cabe convocar el artículo del obispo Mario Moronta en El Nacional del pasado sábado 14 de noviembre y titulado, “Algunas reflexiones ante lo que nos viene…” y se pueden compartir o no sus afirmaciones, pero se percibe y se anota como legítimo el reclamo que subyace en sus letras, dolorosas a ratos y en todo caso contentivas de un contencioso ciudadano hacia la clase dirigente toda.
Ha fallado el juicio director; el político, el social, el ciudadano. La conducción no persuadió a la masa equivocada y si lo intentó como en efecto puede creerse, lo hizo, patéticamente torpe como luego de la elección de la Asamblea Nacional en diciembre del 2015 se demostró. No fue capaz de atinar para que se corrigiera el rumbo. ¡Urge francamente ese mea culpa!
¿Cuál es el escenario de esta hora? No abundaré con lo sabido. El diagnóstico es compartido por la aplastante mayoría de los compatriotas que sabemos que el país conoce una catástrofe generalizada y extendida a todos los espacios sociales, económicos, políticos e institucionales. Otra asunción vital para avanzar es aquella que reconoce dónde estamos y fuerza es entender que Venezuela confronta la muerte a cada paso. No exagero. Se nos muere la patria que conocimos y disfrutamos y añoramos. Luce lisiada, postrada, catatónica.
Siendo así, urge una reacción antes de que se consuma la vela y se cimente el final que, por cierto, no consiste literalmente en dejar de respirar, sino en dejar de ser. Venezuela está tan desfigurada que no se le reconoce, esto que hay, esto que queda, es otra cosa, ¿un fantasma tal vez?
Anticipar el futuro partiendo del presente es, en nuestro caso, inconveniente y negativo. Sería como extender lo que hay y sabemos que no es bueno. Por eso, me propongo imaginar que podemos hacerlo distinto, pero partiendo de algunas certezas que sean más que de Perogrullo. No basta entonces afirmar que el régimen quiere permanecer en el poder, sino que las cosas se han movido en la dirección de no dejarle otra salida y si la hubiere, su vileza no les permite aprovecharla.
Pero tenemos que estar preparados para que cambien las orientaciones y las situaciones. El poeta nos enseña que “…el que busca la verdad corre el riesgo de encontrarla” y los hallazgos son eso, lo que nos proporciona la búsqueda que puede no ser lo esperado pero, puede servirnos eventualmente.
No obstante lo afirmado, debo dejar claro al menos tres variables. Dialogar es propio de la política; lo contrario es la guerra. También ha de ponderarse que sin acciones concretas y sin coherencia entre ellas, no se cambiará nada y que la estrategia cuando no está clara la estrategia posible y verosímil, va surgiendo, se va alumbrando connatural al parto, regado de sangre y lágrimas. Si hay que cambiar se cambiará; lo importante en ese caso es mantener la intención, la consciencia, la convicción, el compromiso, no solo de desmontar eso que hay sino de, sustituirlo.
Acuden a mí; dos frases entresacadas de figuras extraordinarias de su tiempo y de la historia misma. El primero Saint Simon y el segundo Marco Aurelio que rezan respectivamente como sigue. “Solo se destruye lo que se sustituye”. Y aquella otra es pertinentísima, “ El verdadero modo de vengarse de un enemigo es no asemejársele”.
Me declaro rebelde. Quiero decir que mi ejercicio ciudadano expresará mi inconformidad con lo que significa el orden indigno en el que mi país vive. No lo validaré. Si me someten por la fuerza no será porque me convencieron sino porque para la ocasión me derribaron y encadenaron. Para los que sojuzgan a mi patria solo tengo una respuesta estratégica y es no. Si hablo con ellos es para negociar su salida y no para, en ningún caso, facilitar su permanencia en el poder que no me representa ni me sirve sino que me perjudica, humilla y demanda mi pleitesía.
No dejarán de ser mis compatriotas los que nos obligan pero, tampoco serán mis conciudadanos. No haré política con ellos si no me respetan y si no están dispuestos a buscar auténticas soluciones a los problemas de nuestra gente, y a asumir responsabilidades por sus actos y sus ineluctables consecuencias. Como tengo razón y soy pacífico, tomo el camino de la persuasión y que sigan, si a bien lo tienen, con la violencia como argumento.
Ciudadanía es participación; militancia, crítica o asentimiento, pero libre y aceptado en mi rol como parte de una corporación que detenta la soberanía como una unidad indivisible. De allí que no soy más que nadie en la sociedad política, pero menos tampoco y mi ejercicio es leal a la Constitución y a la ley y a la legitimidad de origen y desempeño. En lo estratégico y en lo inmediato, me comporto y me comportaré como el que tiene intereses en la cosa común.
¿Para qué es la consulta?, me pregunta una hija. ¿No será más bien otro motivo de decepción porque no signifique nada tampoco? ¿Otro esfuerzo vano en qué nos puede ayudar? Me interroga desde un chat familiar y me alcanza, mientras participo de otro evento virtual, sobre las preguntas que serían objeto de la consulta… Le respondo con otra cuestión: ¿prefieres acaso quedarte sin hacer nada? ¿Vas a votar el 6D? Respeto lo que desees, pero no te quedes apoltronada renunciando a tu ciudadanía. Piénsalo y luego dime.
La consulta no cambiará al mundo, pero tiene el valor de renovar en este momento mi compromiso ciudadano a lo interno y hacia afuera, mostrará a la comunidad internacional que seguimos dispuestos a luchar por la libertad y la democracia, y le anunciamos al mundo nuestra voluntad de rechazo a la usurpación y al secuestro de nuestros derechos y especialmente ratificaremos, enfatizaremos que ¡no nos hemos rendido ni lo haremos nunca!
El camino de la liberación es el que transitaremos. No sé cuánto tiempo llevará ni si veré el destino feliz que corona, como en el ajedrez y conquista, la libertad y la soberanía, pero aunque algunos me crean quijote, caminaré en ese sendero, con mi orgullo ciudadano como avío y la fe en Dios inquebrantable.
Dije antes que el juicio conductor de la sociedad se estrelló en fracasos sucesivos contra las piedras. Tal vez tácticamente, además, así pasó; pero hay que insistir, resistir, persistir. “Dios concede la victoria a la constancia”, como dijo el más grande de los hijos de esta patria.