Las nuevas realidades están planteando cambios sustantivos en la organización del espacio habitado por el hombre, tanto en el ámbito planetario como en el local y regional. Una de las tendencias que se aprecian es el reforzamiento de las llamadas ciudades locales, junto a un cambio profundo en la conformación de las grandes aglomeraciones metropolitanas.
El largo confinamiento provocado por la pandemia puso de manifiesto las falencias del sistema económico mundial, su exagerada dependencia de flujos de información, datos y mercancías, de tráfico de bienes y personas a largas distancias, pero también la debilidad que significa la subordinación a unos pocos monopolios que dominan las posibilidades de esos movimientos.
También puso de manifiesto que la exagerada separación entre la vida familiar, la comunitaria y el trabajo es causante no solo de enormes costos de tiempo y movilización, sino de carencias en las relaciones afectivas entre los seres humanos.
De allí que la gente busque las ventajas que tienen las comunidades locales, pero sin perder las ventajas de las conexiones globales, dos asuntos que es menester conciliar adecuadamente. Un camino es el desarrollo de comunidades locales muy activas y dinámicas, la descentralización del poder y de la economía, la promoción de medios alternativos de conectividad y de producción de servicios informáticos.
La ciudad local es aquella que le presta servicios a sus propios habitantes y a su entorno, la ciudad global son las especializadas en bienes y servicios planetarios o que les sirven a grandes extensiones del mundo. Hoy los problemas de la globalización ponen las cosas difíciles a estas últimas y ofrecen oportunidades a las primeras que deben saber aprovechar.
Las ciudades locales, más pequeñas, son más autónomas y gobernables. Las ciudades globales en cambio son dependientes de mercados externos, de redes de proveedores y clientes lejanos. Aunque ahora todas estén entrampadas en las redes financieras e informáticas globales, que son monopólicas y especulativas, razón por la cual es importante saber cómo surfear las fuerzas hegemónicas mundiales y tratar de traducirlas a lo local. Algo que se puede hacer con base en identidad e innovación, tradición y vanguardia, conocimiento y sabiduría y vigorosos procesos de construcción de capital social, es decir, redes de confianza en el lugar.
Las ciudades locales, o comunidades locales, caracterizadas por esta vocación vecinal, se pueden reproducir a lo interno de las grandes ciudades, incluso en esas urbanizaciones o fraccionamientos exclusivos, herméticos y que reúnen las características de no-lugares, transformándolos en verdaderas comunidades humanas, donde la gente pueda vivir en armonía con las familias cercanas, con servicios vecinales y espacios públicos compartidos.
El mundo tiene hoy la oportunidad de rectificar los caminos que condujeron a este modelo donde predomina la codicia, la concentración, la competencia, la contaminación, el desperdicio, el consumo, la inequidad y otros males, para ir por senderos de mayor solidaridad, diversidad y armonía. De conexiones respetuosas con los demás y con el medio natural.
El lugar es el espacio por excelencia de la gente y su vivir en comunidad. Es el territorio propio del convivir y por ello es diverso y heterogéneo, como la vida y la naturaleza. El lugar, como síntesis de espacio y tiempo, expresa la cultura propia que emerge de las múltiples y complejas relaciones que se dan entre los seres humanos, los demás seres vivos y el territorio, con sus climas, sus relieves, sus aguas y sus prodigiosas dinámicas.
De los lugares proviene la maravilla de un mundo diverso y heterogéneo, no esos sitios aburridos de tanto parecerse unos a otros, como las modas que acaban uniformando a todos con la pretensión de ser distintos. El lugar es propio de la gente y la familia, del ciudadano y la sociedad civil. Es el espacio para la participación en la forja de un mejor planeta.
La ciudad local es una alternativa en estas nuevas realidades tan apremiantes. Una opción para que se multipliquen y revivan a lo largo y ancho del mundo. También al interior de esas ciudades que parecieran hechas para los carros y no para los seres humanos. Multiplicar el espíritu de las ciudades locales en el seno de las metrópolis para volverlas más humanas.