Salta, ya aparecerá el piso…
Esas fueron unas palabras que le escuchó decir a un indio Navajo en uno de sus numerosos viajes por el mundo.
Esa lección le venía como sortija al dedo con esa vocación que desde niño le había hecho decantar por la música y la poesía como posibilidades de estarse en el mundo.
De buenas a primeras, el abuelo miró siempre aquella opción como cosa de loco. Siendo agricultor, no le cuadraba mucho esa vocación de su heredero. Pero el abuelo -y su compañera también- entendían que uno cría hijos, pero no condiciones y que, si la naturaleza del muchacho era esa, pues, había que hacerle caso a ese humor, a esa personalidad y acompañarlo ¡Porque lo importante es la personalidad!, decían recurrente y risueñamente esos abuelos queridos.
Como uno adopta lo que uno quiere, cantar y contar fueron entonces las maneras con que abrazó la vida para ganarse el pan, dignamente. Aprendió a tocar la guitarra y con ella hizo acompañar su voz de tenor encantador. Desde pequeño había logrado el don de volver tangible lo que contaba, lo que decía, lo que cantaba… se plenaban de imágenes los espacios de quienes le escuchaban…
Una vez conoció a una muchacha, tan linda como una flor amarilla, de la que se enamoró en un pestañeo. Entonces se le fue metiendo como aroma de café recién colado.
Él sabía que es posible, es loable y a veces hasta muy urgente lanzarse desde cualquier altura sabiendo que en la caída se encontrará donde llegar. Y, un día, durante una de las tantas meriendas que le preparó a la muchacha, le dijo:
-Lo que pasa, girasol, es que tus llaves magníficas despliegan los poemas ensortijados en mis palabras cotidianas…
Esa muchacha quedó prendada. Se enamoraron y se juntaron por años. Al tiempo vino un retoño aromado con ambrosías y néctares, un niño lindo, un príncipe, un muchachón quien creció rapidísimo siendo heredero de las virtudes de la mamá y, por supuesto, del papá.
Junto a las nanas y otros cantos de arrullo, junto a las poesías y los cuentos maravillosos para despertar o para dormir, lo otro que aprendió rapidito el muchacho fue aquella oración, aquellas palabras del indio Navajo:
Salta, ya aparecerá el piso…
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