OPINIÓN

Cine Cittá o la crónica de una catástrofe anunciada

por Sergio Monsalve Sergio Monsalve
incendio

Foto: @foreveryinni Twitter

La de Cine Cittá ha sido la consumación de una catástrofe anunciada, como de película de los setenta, en modo Infierno en la torre.

Como todo desastre de su categoría y género, cuenta con unos antecedentes, unas causas, unas víctimas y unos victimarios.

Hoy los expondremos a la lupa en el siguiente artículo.

Cine Cittá, el local quemado de Bello Monte, tiene en su haber el infame récord de ser uno de los primeros bodegones, como concepto, de la era moderna de la supuesta “Venezuela que se arregló”, donde los productos que se venden y prometen un paraíso, pues nos llevan literalmente por un destino apocalíptico, por uno de los anillos concéntricos del averno del Dante.

Irónicamente, Cine Cittá procede, como espejismo, del puerto libre de Margarita, erigiéndose en un primer restaurante temático con afiches, ambiente y una carta de una pretendida influencia de Hollywood, pero trucha, cutre y fotocopiada del concepto de franquicias como Planet Hollywood, propio de la imaginería de grado cero de los no lugares de Norteamérica.

Por ende, la Cine Cittá de Venezuela era una experiencia aún más degradada, para una clase media a la que se le dotaba de una reproducción de la estética kitsch de los malls estadounidenses, por su obvia incapacidad de acceder como antes al “Mayami nuestro”.

Margarita y Cine Cittá compensaban y consolaban las ansias de consumo, de la época del ta’ barato, de una población crecida en la crisis y subdesarrollada en la nostalgia perpetua, que impide el crecimiento.

Fui una sola vez al restaurante, en unas vacaciones, y más nunca volví, por lo predecible y simple de su decorado de cartón piedra, por no hablar de su carta.

Cine Cittá llega, entonces, a Caracas para inaugurar la fase de los bodegones, en 2015, que luce premonitorio del accidente de 2022.

El sitio, con el tiempo, se ganó la animadversión de sus vecinos, por su impacto en el tránsito, la actividad social e incluso por problemas de discriminación, nunca del todo resueltos.

Típico del impacto de una política de gentrificación de los espacios y las urbanizaciones de clase media de Caracas, tendientes a garantizar una clientela de pagadores seguros de impuestos, para las arcas de las alcaldías correspondientes.

Así que son responsables las mismas municipalidades que actualmente creen limpiar su imagen y maquillar su desatino con videos demagógicos o escenitas de TikTokers, tal como menciona Naky Soto.

Semejante círculo vicioso no es exclusivo de Baruta, porque también se expande por toda la Gran Caracas, a merced de las necesidades económicas de los partidos que controlan cada feudo, en una economía que concede permisos sin chistar, a cambio de jugosas recompensas o sencillamente por la condescendencia de los clásicos conflictos de interés de la nación de los peces gordos y cómplices.

Un caldo de cultivo maravilloso para el surgimiento de negocios opacos y de las próximas catástrofes al estilo Cine Cittá.

Para rematar la historia metalingüística y multivérsica del mal, el nombre tampoco es original y nació en Italia de un pecado original.

En efecto, Cine Cittá es el título de un estudio que fundó el fascista de Mussolini, para competir con Hollywood, tal como lo hizo Chávez con la Villa del Cine.

Hay parecidos razonables.

Tras el fiasco del Duce y el pasar de los años, Cine Cittá fue privatizada y acondicionada para recrear superproducciones de la talla de Pandillas de Nueva York con Leonardo Di Caprio.

En Venezuela, por lo pronto, la Villa del Cine no termina de arreglarse y sus películas siguen siendo un conjunto de catástrofes financieras, sin mayor control de daños.

No es casualidad que en una república así de distópica haya ocurrido el incendio de Cine Cittá por la acumulación de sus combustibles en una zona residencial.

Todas las autoridades se hicieron la vista gorda ante las denuncias, hasta que la fantasía explotó, llevándose consigo los sueños de muchos vecinos y de familias afectadas por el siniestro, cuyos daños colaterales se siguen contando y llorando, se siguen acumulando en el expediente, a la espera de una auténtica indemnización que no se quede en las promesas vacías de un comunicado o una declaración demagógica, con el fin de apagar las llamas de la indignación general.

Me temo que este relato simbólico se repetirá, como sucedió con Tacoa y la temporada de inundaciones que se pronostican con exactitud, pero de las cuales nadie se hace cargo, a la hora de compensar a sus víctimas.

Al respecto, recomiendo el documental Collective sobre un incendio en Rumania y sus trabas burocráticas que dilataron a la justicia, ganando tiempo para los culpables y su red de impunidad.

Revisen, por igual, lo acontecido en Argentina con la discoteca Cromañón.

Hasta la fecha, nadie le pone rostro, por parte de la empresa, a la crisis de Cine Cittá. Un asunto sospechoso y preocupante.

Solo sabemos de “un grupo de representantes legales” de la franquicia, a los que se les permite manejarse anónimamente, desde las sombras.

Un privilegio que no se pueden permitir quienes demandan por soluciones, respuestas y compensaciones, ante la quema y el saqueo de sus inmuebles, de sus apartamentos, de sus propiedades.

Ahí está la señora que enfrenta dignamente al alcalde, pidiéndole más que un traslado a un hotel, pidiéndole reflexión y toma de conciencia, por consentir que un bodegón expendiera aceite y acumulara gasolina en su stock, alrededor de una fuerza vecinal.

Lo mejor de la película de catástrofe, que sufrimos en la actualidad, es que los periodistas y los medios alternativos hacen el trabajo por informar, a pesar de las censuras y los bloqueos de páginas, refrendando el valor de la comunicación libre.

De la misma forma nos inspira la resiliencia de los afectados y su voluntad por no dejarse silenciar, reclamando por sus derechos.

Hoy debemos estar con los que padecen, con los que sufren, con empatía, evitando siempre caer en la trampa del sensacionalismo y el amarillismo.

Lo peor es una ilusión, una memoria compartida en cuatro paredes, que no puede solventarse de la noche a la mañana, con pañitos calientes.

Toma tiempo y requiere de acompañamiento, porque puede generar desde depresiones hasta otros traumas que nadie desea que culminen en suicidio.

De manera que velemos por la integridad de las víctimas, oremos por ellos, tendámosle una mano amiga y solidaria, que recuerde cómo los venezolanos nos unimos en las adversidades y echamos para adelante como con la vaguada de Vargas.

Seamos agentes del bien y comprometámonos en visibilizar el caso, apostando por un desenlace humano en positivo.