Vivimos tiempos extraños.
No sé si ustedes, como yo, serán lo suficientemente mayores para recordar los tiempos de la transición. Si es así, es muy posible que recuerden esas primeras sesiones parlamentarias de los años setenta.
Yo era entonces demasiado joven para preocuparme por la política, muy al contrario que ahora, que soy demasiado viejo para preocuparme por la política y, sobre todo, por los políticos, pero entre los recuerdos que aun atesoro de aquella época, una de las cosas que me llamaban la atención era la elegancia de los parlamentarios. También la de las parlamentarias, sin duda, pero no quiero caer en el ridículo del lenguaje inclusivo.
Transmitían empaque, los señores diputados, con sus trajes y corbatas, con su elegancia. Recuerdo muy bien a Santiago Carrillo, secretario general del PC, maqueado como para una boda, o como para un entierro, pero maqueado. Entonces, no se les ocurría siquiera pensar que ir con corbata era exclusivo de la clase alta. Eran las formas adecuadas para un lugar tan insigne como el Congreso de los Diputados y punto. Eso no lo discutía nadie.
Ahora, resulta que los representantes de Podemos, herederos sin alcurnia de aquellos comunistas, no pueden llevar corbata. Eso queda para la “casta“.
Sin embargo, pueden vivir en mansiones en la zona noble de Madrid, o en el barrio de Salamanca, como Mónica García, representante en este caso de Mas Madrid, y tener a su servicio un retén de Guardias Civiles, a los cuales, por otro lado, denostan a la menor ocasión. O se pueden pagar la niñera con dinero público, a precio de alta funcionaria del estado. Eso debe ser de progres, pero la corbata o el protocolo, no.
Es verdad que hay precedentes. Recuerdo que, en campaña electoral, Felipe González solía cambiar los trajes sastre a medida por la chaqueta de pana, mucho más proletaria.
Razonable, en este caso. Lo que no es normal es ir, por ejemplo, a ver al Rey en vaqueros y con la camisa remangada, como hace Pablo Iglesias. No puedo comprender que para ir al casino de Madrid se exija chaqueta y corbata y para ir al palacio de la Zarzuela, a ver a Su Majestad, no exista un protocolo de obligado cumplimiento. Claro que, Pablo Iglesias es un gañan, se ponga lo que se ponga, así que, para cuando el momento lo exige, con las chaquetas de Zara dos tallas grandes que tiene en el armario, es más que suficiente.
No me malinterpreten. Yo tengo mucha ropa de Zara, excelente por cierto, pero yo no me dedico a criticar a Don Amancio Ortega por sus altruistas contribuciones, por ejemplo, a la sanidad, como si hace el ínclito Pablo.
Es cierto lo de la talla. Yo veo a Pablo Iglesias, impecablemente vestido de conductor de autobús con su chaqueta de Zara y pienso “el muerto era más grande“. Que ha heredado la chaqueta, vamos. Debe de ser que la talla mequetrefe aún no se comercializa. Dejo la idea en el aire, Don Amancio.
El problema de Iglesias no es ser un mequetrefe en lo referente a su condición física, que sin duda lo es. El Problema de Iglesias es que es también un mequetrefe ideológico, político y de principios. Una persona que puede presumir de estar en lo más bajo del bajísimo escalafón de nuestros políticos actuales.
Se viene a demostrar cada vez que nos obsequia con una declaración o comparecencia pública. Y esto, es extrapolable a su partido, el de las artimañas. El de las sedes atacadas en el momento idóneo y el de las amenazas de muerte en plena campaña electoral.
Conste, y esto que quede muy claro, que no estoy poniendo en duda en este foro la veracidad de las cartas de las famosas balas, pero habría que decirle a Pablo que a la política se viene llorado de casa y, en su caso, también cagado, por si acaso.
Va en el pack, cuando uno es un representante público, aguantar ciertas cosas, pero de todos modos, Don Pablo, por alusiones:
Una bala en un sobre no es un ladrillazo en la cabeza, como el que se llevó un joven simpatizante de Vox el otro día en Vallecas, acción que, por cierto, usted y su partido no condenaron.
Una bala en un sobre no es el puñetazo que Don Mariano Rajoy recibió en diciembre de 2015 mientras paseaba por Vigo.
Una bala en un sobre no es la bomba que ETA puso bajo el coche de Don José María Aznar en abril de 1995. Sí, ETA, precursora de aquellos con los que su coalición de gobierno pacta sin ambages.
Todos esos hechos fueron agresiones. Lo que usted ha recibido, en el caso de ser algo, son amenazas, no lo olvide.
Por lo tanto, abandone la actitud de chivato de la clase y, ya de paso, si es posible, abandone la política. Sobran personajes bajos en este país. No le echaremos de menos.
Serán las urnas, cuya primera referencia asoma ya por la puerta, las que le mostrarán el camino.
Cierre la puerta al salir.