OPINIÓN

¿Cien días o cien años?

por Luis González Del Castillo Luis González Del Castillo

Cuando se inicia una gestión se acostumbra a medir en los primeros cien días la proyección de la correcta direccionalidad de los esfuerzos que hacen los que dirigen dicha administración, y el mejor uso del tiempo a tales fines subsecuentemente. ¿Dónde fueron a parar entonces las promesas de campaña y los compromisos que se derivan del soporte que dieron los ciudadanos a tales dirigentes? Suele ocurrir que quienes se alejan de las bases que los eligieron, muchas veces premeditadamente, comienzan a andar el camino de conseguir sus propios y personales propósitos, no los de toda una ciudad, que es polis, y que es la política para el bien común.

El asunto está entonces en ser consistentes con lo que han sido los diagnósticos, y consecuentes con las soluciones que cada administración señalara sobre sus propuestas e intenciones de resultar electa. Sin embargo no todo es color de rosa cuando se compite por tomar el mando de la nave, y las turbulencias que luego se producen cuando se tiene ya el control del timón.

Utilicemos nuestro ejemplo en Venezuela, el cual, por cierto, solo sirve como eso, como un ejemplo. Nos referimos al proceso unitario que se prometió a los electores de la Asamblea Nacional de Venezuela para el periodo 2016-2021. Si realmente se trataba de obligar a Maduro y a su dictadura a volver al espacio democrático por vía de un diálogo o pacto con él, está claramente visto que esa no era la estrategia que un pueblo contestatario exigía.

Toda vez que el propósito de muchos de los actores que dominaban la escena politica, y aún ejercen importante dominio de las reglas internas de la llamada unidad opositora que es más de intereses de partidos que otra cosa, no lograron concebir la lucha por el rescate de la libertad y la democracia en Venezuela como un valor esencial con el cual ellos se comprometían en primer término, y luego en segundo plano colocar sus intereses grupales como partido, o fracción de partido, o incluso personales. Más se preocuparon por ser quien de ellos llegaría a asumir el control del Poder Ejecutivo de lograrse la salida de la dictadura.

Luego de alternarse en la presidencia de la Asamblea, podría aceptarse como un pacto políticamente razonable, no estuvieron a la altura de entender y asumir que había llegado el momento del nombramiento de un Poder Ejecutivo Encargado de dirigir la nave-nación, y que la superación de la usurpación como un hecho existencial se imponía ante cualesquiera otras alternativas, dudas o incluso intereses convergentes con el madurismo.

En próximos artículos insistiremos en este crucial tema del compromiso de quien obtiene el voto y respaldo inicial del ciudadano para propósitos específicos y para que se actúe en su beneficio colectivo y en libertad individual para progresar. Por ahora, y a partir de la realidad existente en Venezuela con la anticipada desaparición de una encargaduría de la presidencia, que más bien pareciera se esfumó del horizonte como un espejismo que prometió dar el agua de la libertad al sediento pueblo y lo dejó más que nunca frente a un desierto y desconcierto de desconfianza generalizada. Vamos pueblo venezolano, el 23 de enero vive en nuestras conciencias libertarias y democráticas.

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