OPINIÓN

Cien años de una gran dama venezolana

por Fernando Luis Egaña Fernando Luis Egaña

Este es el año centenario del nacimiento de Alicia Pietri de Caldera, esposa del presidente Rafael Caldera, y una venezolana que entregó su vida a servir al país y en especial a los niños de Venezuela.

El propósito fundamental de estas breves líneas no es hacer una cronología de su fructífera vida, ni una relación detallada de sus logros en favor de la nación.

Es compartir mi experiencia de amistad y admiración por ella a lo largo de muchos años. Los años en que tuve el privilegio y el honor de acompañar a Rafael Caldera, antes, durante y después de su segundo gobierno constitucional.

Como esposa y madre de sus seis hijos, la Sra. Caldera estuvo siempre presente en las luchas y avatares de Rafael Caldera. En especial en las épocas duras de la dictadura militar, cuando su marido estuvo preso y ella fue firme en la defensa de su familia. Su ascendencia Corsa se manifestó con fuerza y garra.

La señora Caldera, envuelta en la intensa actividad política de Rafael Caldera, supo encontrar un camino para mantener su independencia personal y para vivir su vida con sus propias preferencias.

La creación y el empuje por su «séptimo hijo», la Fundación privada y social del Museo de los Niños de Caracas, así lo demuestra, como tantas otras obras que salieron de sus manos.

Algunas personas decían que ella era «estirada», y ella misma respondía que no; que más bien era «encogida». Lo puedo aseverar. Tenía una timidez natural hacia las actividades propias de la política. Pero la sabía vencer, echar hacia adelante, y cumplir sus deberes con ánimo y perseverancia.

Era una dama muy distinguida, pero con la auténtica distinción de la sencillez y el jamás buscar llamar la atención. Siempre estaba de punta en blanco, y sin nada de lujos y extravagancias. Comía como un pajarito, pero no se negaba a un buen dulce. Le agradaba el ejercicio y era disciplinada al respecto.

Su casa, Tinajero, tenía mucho calor de hogar. Impecable en su cuidado. Y vaya cuidado, porque se esmeraba en el jardín; al igual que en La Casona. Esa gran casa presidencial fue cuidada y entregada en óptimas condiciones.

Le gustaban los pájaros. A la entrada de Tinajero tenía muchos periquitos, cuyo espacio atendía con alegría. También tenía guacamayas, cacatuas, loros y canarios; y así mismo morrocoyes, y sus perritos que no la dejaban sola. En mis tiempos, dos Yorquis: Tom y Jerry. Tengo la impresión de que el presidente Caldera no compartía tanto ese amor, pero no decía nada.

No he conocido a una persona más sociable que el presidente Caldera. Más por disfrutar que por cumplir. La señora Caldera no era así. Y el presidente la respetaba. Cumplía sí, y no por obligación. Pero mantener su privacidad era muy importante.

Los viajes al exterior no la ilusionaban. El excesivo protocolo y las agendas recargadas no eran lo suyo. No obstante, si se presentaba una exigencia de Estado, viajaba con el presidente y le daba brillo al compromiso internacional. Me consta.

Como también me consta su trato cariñoso conmigo. Tengo un recuerdo tan amable de ella, tan especial, tan de familia, que quisiera que todo el mundo conociera su ser profundo. Las pruebas, los contratiempos, los sufrimientos de la vida, no le cambiaron su manera de ser, a veces fuerte, pero siempre lleno de dulzura.

Ya enferma de Alzheimer, procuraba ir a Tinajero los sábados en la mañana. A conversar con el presidente Caldera y con ella. ¡Qué maravilla de dama venezolana! Me contaba cosas de su infancia y su adolescencia, lo que todavía recordaba bien. Esas cosas ya forman parte de mi vida. Y el amor por ella también.