China se encamina, pese a temporales percances como la pandemia y el colapso sufrido por la logística mundial de abastecimiento, a convertirse en la próxima década en la primera potencia económica mundial. Ya en la actualidad China es el primer exportador y segundo importador del mundo. Su crecimiento promedio entre los años 1970 y 2010 estuvo por encima del 10% interanual, con algunos picos de 15% y más. A partir de allí, y hasta el año 2019, el promedio del PIB se ubicó en 7%, salvo el año 2020, en que por la pandemia registró un 2,2%, sin decrecer, experimentando luego un rebote de 8,1% en 2021. El año 2022 no se vislumbra tan favorable para el país asiático, pues según el FMI, el PIB crecerá en 3,2%, muy por debajo de la aspiración del gobierno chino de retornar a tasas de crecimiento superiores al 6% anual. Todo ello estimulado por un entorno inflacionario y de desaceleración del PIB mundial, también estimado en 3,2% para 2022. La referencia comparativa es que Estados Unidos crecerá en solo 1,6%, en tanto que la Zona Euro 3,1%.
El protagonismo de China en el escenario geopolítico global es significativo. Así, el repliegue internacional de Estados Unidos durante la administración Trump, fue aprovechado por China para ocupar espacios cedidos gratuitamente por ese país, expandiendo su influencia en Asia, a través de las grandes inversiones en la Nueva Ruta de la Seda, o en África, continente en el cual las inversiones chinas abarcan a más de 10.000 empresas, sin que se perciba aún un mejoramiento importante en el nivel de vida de esos países. En América Latina son también apreciables las inversiones chinas, a la par del intercambio comercial y préstamos, principalmente a Venezuela, Brasil, Ecuador y Argentina. En actualidad, la mayoría de países de América Latina y el Caribe tienen como principal socio comercial a China, incluyendo a los países del Atlántico: Argentina, Brasil y Uruguay. Son contadas las excepciones de países que mantienen a Estados Unidos como principal aliado comercial, como es el caso de Colombia, aunque China es su principal proveedor. China impulsó además la creación de la zona de libre comercio mayor del mundo, el Regional Comprehensive Economic Partnership (RCEP), que incluye a los 10 países de la ASEAN (sudeste asiático), junto con China, Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda, iniciativa que se encuentra firmada y en proceso de ratificación. Contrariamente, es notoria la ausencia de una visión de Estados Unidos hacia América Latina, la cual ha seguido virando hacia la izquierda, sin que ese país conceda a la región la importancia que merece, y sin siquiera designar a una figura de peso al frente del manejo de los asuntos latinoamericanos.
China ha sido en apariencia más prudente que Rusia en el apoyo a las autocracias en Venezuela, Cuba, Nicaragua, Irán, Siria, Corea del Norte, Sudán o Bielorrusia, pero no puede ocultar su cercanía ideológica o estratégica. Es también claro que tras la invasión rusa a Ucrania se ha potenciado la dependencia de ese país respecto de China. En buena lógica, China debería apostar a la finalización del conflicto, pues el mismo está contribuyendo a un entorno mundial recesivo e inflacionario que no favorece a sus intereses, como se evidencia de las cifras antes expuestas de desaceleración de su propia economía y de afectación de las cadenas mundiales de suministro. Además, ante una Ucrania devastada, cuyos daños llegarán a finales de este año a 700.000 millones de dólares, no escapará de la visión china las enormes oportunidades que se le abren de participar en el esfuerzo que significará la reconstrucción de ese país, hacia el cual se orientará al término del conflicto otro “Plan Marshall”, con el protagonismo principal de Occidente.
Hace pocos días se celebró en Beijing el XX Congreso del Partido Comunista chino, en el cual Xi Jinping obtuvo un tercer mandato, tras modificaciones constitucionales previas, que limitaban la gestión a un máximo de dos períodos. Xi Jinping ha emergido así como el Mao Tse-tung de la China moderna, logrando consolidar su poder, como se puso de manifiesto con la desaparición de importantes figuras dentro del Comité Central del Partido, y la entrada al Comité Permanente del Politburó de seis hombres incondicionales a Xi. De otra parte, el mundo fue testigo del rudo trato dispensado al expresidente Hu Jintao, a quien se retiró por la fuerza de las sesiones del Congreso, ante una gélida mirada de Xi, mostrando ante la opinión pública nacional e internacional quién es el dueño ahora del poder absoluto en China, y lo que le esperaría a quien se interponga en sus designios. Sin entrar en pormenores sobre ese bochornoso acto, el hecho es que se desconoció que Hu Jintao lideró a China como secretario general del PCC del año 2002 al 2012, y como presidente de la República Popular China entre 2003 y 2013, sucediendo a Jiang Zemin como líder de la cuarta generación de dirigentes del Partido Comunista de China hasta noviembre de 2012. Adicionalmente, la era de Hu Jintao fue sin duda de gran desarrollo y esplendor para el país, y por ello su purga al mero estilo estalinista produjo perplejidad y desagrado en el mundo.
Xi llamó al partido en el último Congreso a “luchar y ser hábil en la lucha” y repitió decenas de veces en su discurso la palabra lucha o pelea (“douzengh”). Es llamativo que se haya incluido en los estatutos del Partido una resolución que consagra elementos como los siguientes:
“Atrévete a luchar y atrévete a ganar» es la fuerza espiritual invencible del partido popular. El partido y el pueblo obtuvieron todos los logros a través de la lucha y el combate. Por eso, el Congreso incluye en los estatutos del Partido «potenciar el espíritu de lucha y la capacidad de combate». Este contenido impulsará la confianza del Partido en la historia… comprender y apoderarse de las nuevas características en la gran lucha histórica, unir y dirigir al pueblo de todos los grupos étnicos para obtener el logro del socialismo con características chinas en la nueva era…”
Dicho texto, más allá de representar un mensaje de exaltación política, tiene otras connotaciones entre líneas, pues revela que Xi apuesta al total control social de China, alejando las posibilidades de una apertura política, amén de delinear las que podrían ser pautas en la política exterior en relación con intereses estratégicos exteriores sensibles para ese país, como son: Taiwán, Hong Kong y el mar Meridional de China, este en disputa con varios países del sudeste asiático, pues China continúa construyendo instalaciones militares en las islas Spratly, Paracel y en islotes en que ha ganado terreno al mar para convertirlos en bases estratégicas.
En suma, se consolida una nueva etapa de China en el concierto mundial, con el afianzamiento del poder de Xi, el fortalecimiento militar de ese país y la ampliación de sus intereses e influencias en el mundo, acompañada por un espectacular avance tecnológico y de infraestructura que sigue en marcha. Podría decirse que, tras la guerra comercial y tecnológica reciente con Estados Unidos y Occidente, China no permanece impasible, sino que seguirá inspirada en ese “douzheng”, es decir, en una lucha indeclinable por la defensa de sus intereses estratégicos nacionales y globales. En lo que respecta a América Latina, considero personalmente que China debería actuar bajo la filosofía de un país milenario, sin comprometer su prestigio y futuro apoyando las autocracias que imperan en la región. Más bien debería apostar al desarrollo de una estrategia de relaciones fructíferas y de largo plazo con la región, a sabiendas de que los gobiernos dictatoriales o populistas que hoy gobiernan en numerosos países llegarán en algún momento a su fin, por el desgaste asociado a sus notorios fracasos, y porque la democracia y la libertad en América Latina volverán más temprano que tarde.