Hace tres semanas, pocas horas antes de embarcarse en el viaje que llevaría a Italia al presidente Joe Biden para la reunión del G7, la Casa Blanca anunció una serie de nuevas sanciones financieras encaminadas a detener los crecientes vínculos tecnológicos entre Pekín y Moscú.
Estos eran considerados por el gobierno de Joe Biden factores claves para la modernización y la reconstrucción de las fuerzas armadas rusas durante la guerra de Ucrania. El propósito del presidente americano, al adelantarse así a la reunión de los poderosos 7, era marcar anticipadamente el rumbo que la Casa Blanca aspiraba para la reunión en cuestión. Y lo logró.
El comunicado final de la reunión cumbre de los 7 grandes del mundo occidental (G7) en la localidad italiana de Apulia el pasado mes de junio contiene 28 referencias a China.
Hubo un debate en particular, durante este encuentro, en el que en el que lo que se anticipaba para el futuro de la paz es que el rol de China sería cada vez más conflictivo. La gran potencia es vista hoy como el gran aliado de Rusia dentro de la lista de adversarios del G7. Una de las conclusiones de este encuentro es que para poder aislar a Rusia es necesario poder contar con el concurso activo de Pekín. Los esfuerzos tenderán a ser cada vez más estériles en la medida en que China continúe prestando soporte a Vladimir Putin.
Es que la participación de China en la guerra de Ucrania es mucho más sofisticada que proveer armas para la destrucción del territorio enemigo. China se ha estado centrando en dotar a los rusos de la capacidad de producir sofisticados elementos e instrumentos de guerra y de proveer la tecnología con la cual estos se fabrican. En ello consiste la “asociación sin límites” que ha cacareado con fuerza el líder Xi al hablar de su binomio con Rusia.
Es así como Washington se está empeñando, entonces, en conseguir que Europa unida, importante socio comercial de China, vaya adquiriendo conciencia de la gravedad de tal situación y que progresivamente vaya sumándose al esfuerzo occidental por neutralizar la avanzada de China. El mayo pasado Antony Blinken había informado, en una rueda de prensa en Praga, que 70% de los instrumentos bélicos de precisión que Rusia importa provienen de China, así como también 90% de las piezas de microelectrónica. El propio tiempo, el secretario de Estado puntualizaba que China mientras con una mano aspira a mejorar las relaciones comerciales con los países de Europa, con la otra mano alimentan la mayor amenaza a la seguridad europea desde el fin de la Guerra Fría.
En lo sucesivo veremos a los 27 ser más cautos en su relación con Pekín y no tardarán mucho antes de que los veamos sumarse a los esfuerzos estadounidenses por depender menos del gigante asiático, como es la tónica de hoy. Así lo estableció diáfanamente la Declaración final del G7 cuando suscribió, en torno a China, un texto que reza: “Vamos a invertirnos en construir nuestras propias capacidades industriales y en promover cadenas de suministros resilientes y diversificadas, mientras reducimos dependencias criticas y vulnerabilidades”.
La confrontación entre las superpotencias -China y Estados Unidos- va a ser la tónica de los próximos meses o años. El rol de China en la esfera global sobrepasa con creces ser protagonista de una guerra comercial. Su nuevo y aún más poderoso objetivo es el de ser un elemento clave en las relaciones de seguridad planetarias.
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