La proyección de China como potencia mundial no es solo económica y geopolítica. Empieza a serlo, también, en la dimensión política e ideológica, en los términos de lo que se da en llamar el “soft power” y las batallas por la hegemonía cultural: cómo influyen las ideas, imágenes y simbologías en el devenir político de los países y en los debates nacionales. La pandemia coloca además otro factor en esta pugna global: la pregunta por los “modelos” más efectivos o «exitosos» para salir de la crisis sanitaria que afecta a la humanidad.
Así lo mostró la reciente Cumbre del Partido Comunista Chino y los partidos políticos del mundo, un megaevento virtual organizado a propósito de la celebración del centenario del PCCh, del que participaron dirigentes de más de 160 países, encabezado por el presidente de la República Popular China y secretario general del Comité Central del PCCh, Xi Jinping.
Allí hubo de todo. Entre ellos, numerosos líderes y dirigentes latinoamericanos: el presidente de Argentina, Alberto Fernández, que es también actualmente el titular del Partido Justicialista, cabecera de la coalición gobernante, el Frente de Todos; el presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel, secretario general del Partido Comunista cubano; Evo Morales, expresidente de Bolivia acompañado por una delegación del MAS (Movimiento al Socialismo) actualmente gobernante en su país, representantes de partidos comunistas de varios países de América latina, africanos y asiáticos y referentes de movimientos de izquierda alternativa europeos.
Estuvieron también presentes desde el presidente de Suráfrica y titular del partido del gobierno, el Congreso Nacional Africano, Cyril Ramaphosa, y el expresidente de Rusia y viceministro del Consejo de Seguridad del país, Dmitri Medvedev, hasta líderes con dudosas credenciales democráticas como Nursultán Nazarbáyev, ex jefe de Estado de Kazajistán entre 1990 y 2019 y Rodrigo Duterte, el presidente de Filipinas, que gobierna con ley marcial y ejecuciones sumarias. Prácticamente no se vieron mujeres entre los participantes.
La novedad es que en esta etapa de su “ascenso pacífico”, la República Popular China, al tiempo que aboga por el principio de no injerencia en el escenario internacional, adopta un mayor activismo en cobijar, alentar y promover a fuerzas políticas desencantadas, críticas o manifiestamente adversas a la democracia liberal, tal como esta ha sido concebida, establecida y alcanzada en el mundo occidental y expandida en el mundo entero a lo largo del último siglo.
Tras la tercera ola de democratización, así definida por Samuel Huntington, que acompañó el fin de la Guerra Fría (1974-1990) y la cuarta ola democratizadora que impulsó otras tantas movilizaciones y avances en la conquista de derechos entrados en las primeras dos décadas de este siglo XXI, hace tiempo que se vienen observando indicadores que mostrarían la entrada en un ciclo de reversión, recesión o retroceso de la democracia, los que afectan tanto a países centrales con democracias maduras como del mundo emergente, con democracias más recientes.
Un desafío claro al liderazgo alicaído de Estados Unidos en la materia, que puede ser leído de dos maneras: como una reedición de la bipolaridad Este/Oeste, en la que Pekín ocupa el lugar que tuvo Moscú en tiempos de la Guerra Fría, o como un aliento de la multipolaridad y el multilateralismo, tendencias ambas que pueden ser concurrentes o divergentes y conflictivas. En esta cumbre, el anfitrión Xi Jinping señaló que “el juicio sobre si un país es democrático o no debe hacerlo su propio pueblo, no un puñado de otras personas”.
Xi destacó, además, el papel de “los partidos políticos como una fuerza importante para impulsar el progreso de la humanidad” para continuar afirmando que estos “deben trazar el camino correcto a seguir y asumir la responsabilidad histórica de garantizar el bienestar del pueblo”. Esa es la diferencia sustancial: hay quienes creen que “el camino correcto” ya está escrito y transitado en el pasado y solo cabe tomar esa senda fijada, reprimiendo o despreciando a quienes se aparten de ella, y quienes creen que tal camino es aquel que se define garantizando que los pueblos se puedan expresar, elegir y decidir libremente su destino.
Bienvenido entonces este reconocimiento desde la República Popular China a la importancia de “los partidos políticos”, así puesto: en plural. Aunque en China, partido hay uno solo, claro. Podría estar evidenciando un mayor acercamiento y comprensión de los líderes chinos a la experiencia histórica de la modernidad occidental, de la que forma parte, con sus particularidades, América Latina. Desde las primeras luchas por la emancipación en el siglo XIX, los pueblos latinoamericanos se agruparon en partidos políticos para alcanzar su autodeterminación, libraron cruentas guerras civiles, sufrieron dictaduras y encontraron en la democracia pluralista el menos malo de los sistemas políticos para resolver sus conflictos y convivir en paz.
Por eso, quienes rinden alabanzas al «modelo chino» o pretenden replicar la “democracia de partido único” como una supuesta alternativa a la democracia pluralista, están errando el camino. No creen que la verdadera democracia deba garantizar elecciones libres y competitivas. No les interesa mucho la importancia fundamental de la libertad de expresión y el derecho a la crítica y la protesta, cualquiera fuera el signo del gobierno o los contenidos de sus políticas. No creen que la alternancia en el poder entre distintas fuerzas políticas sea algo beneficioso para las sociedades. Justifican la licitud de censurar, prohibir, perseguir o reprimir a quienes cuestionan que un gobierno pueda controlar todos los resortes de la vida de un país.
Deberían reconocer que lo que en realidad están reivindicando es la alguna forma de dictadura. Por las razones y justificaciones que fueran. No lo hacen porque no pueden sostener de manera creíble los supuestos beneficios de una dictadura. Es más fácil, entonces, sembrar la prédica sobre los defectos de las democracias. China, mientras tanto, observa expectante. Y proyecta a escala planetaria su visión del mundo que viene.
*Este texto es una versión ampliada de un texto publicado originalmente en Clarín, Argentina.
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Fabián Bosoer es cientista político y periodista. Editor jefe de la sección Opinión de Clarín. Prof. de la Univ. Nac. de Tres de Febrero. Profesor de la Univ. Argentina de la Empresa (UADE) y FLACSO-Argentina. Autor de «Detrás de Perón» (2013) y «Braden o Perón. La historia oculta» (2011).
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