No hay otra manera de avizorar el devenir mundial que a través del lente de la política. La anticipación de los eventos que ocurrirán dentro de nuestro horizonte temporal depende de analizar la miríada de factores que intervienen en su desarrollo, pero es el político, sin duda, el que termina marcando la pauta. Los hechos económicos son apenas una consecuencia de las decisiones o de la falta de decisiones de orden político.
Por esa única razón, a la hora de intentar detectar el rumbo de nuestro planeta y de sus componentes – China como factor principalísimo-, lo acertado es aproximarse a los análisis de Eurasia Group, quien detenta el mejor acerbo de conocimiento sobre las tendencias políticas globales. Este es el ente internacional líder de consultoría e investigación de riesgos políticos en el mundo.
China enfrenta retos monumentales dentro de sus propias fronteras en el momento en que su destino se encuentra entre las manos de un hombre con un personalismo marcado. No es solo el retroceso económico de Occidente que está siendo reforzado por la pandemia del covid lo que provocará severas limitaciones en la fortaleza exhibida por China durante los últimos años, sino además, el agotamiento de su propio modelo de crecimiento lo que genera desbalances en la economía doméstica.
Reducir la dependencia del gigante asiático del exterior está siendo el primero de los objetivos de Xi Jinping. Ello es una tarea ardua, pero la inspira el gigantesco tamaño de su población. Para revitalizar la economía por este camino deben reducirse drásticamente las desigualdades sociales y mejorar la calidad de vida de 1.400 millones de chinos al tiempo que se refuerza la mano dura del Partido Comunista sobre una sociedad que deberá enfrentar nuevas regulaciones y limitaciones en la medida en que se ve a sí misma debilitada por el envejecimiento.
El timonel Xi ve peligros en todas partes y tiene frente a sí el mayúsculo reto del XX Congreso del Partido Comunista que le aseguraría permanencia hasta el año 2027. Para ser exitoso en alcanzar esa meta deberá manejar con destreza a los que son políticamente poderosos dentro de sus propias filas, a quienes representan riesgos para el sistema y a quienes pueden ser socialmente nocivos. Estos peligros se encuentran no solo al interior del PC sino además, en el empresariado y los inversionistas, en los sectores financieros, en quienes manejan al interior de China los temas de energía, salud, propiedad y ambiente y en los protagonistas de los cambios tecnológicos. La estabilidad política será su norte en los tres primeros trimestres de 2022, lo que deberá darse de la mano con el imperativo de Pekín de mantener la armonía social. Para ello está ya en marcha la política de Zero Covid que es, de todas, la más pesada carga dentro de la planificación gubernamental.
La agenda china está, pues, muy cargada en lo interno, por lo que no es posible asegurarse que la batalla por la preminencia mundial frente al adversario americano siga siendo el norte en todo este ajedrez estratégico que Xi baraja en la hora actual.
En definitiva, tal como lo ha planteado el analista geopolítico Ian Bremmer en su libro Every Nation for itself (Cada país a lo suyo) estamos atravesando una etapa en la que seguirá sin existir un líder mundial absoluto. “Nadie conduce el autobús”, es lo que el autor asegura y lo define como un ambiente G-Zero en el que las dos más grandes potencias están perdiendo parte de su fortaleza, pero siguen compitiendo entre sí.
Ninguna dicta todas las pautas como ocurrió con Estados Unidos durante décadas y, mientras esto ocurre, el resto del mundo debe poder determinar bien donde encajar, con quien aliarse o bajo cual paraguas guarecerse. Ese es el mundo que nos espera.