A propósito de unas elocuentes fotografías que muestran iglesias en Chile devoradas por las llamas en medio de violentas protestas callejeras, supuestamente conmemorativas del primer aniversario de la última gran insurrección política y social que sacudió a esa hermana república suramericana, un antiguo amigo de tiempos del liceo en el Delta de la década de 1970 me increpa por la red social Facebook y luego de en apariencia tomar “distancia” moral y política de la violencia, se lanza en una andanada de nostálgicos reconcomios y melancólicos resentimientos del tipo: que él no está de acuerdo con las quemas de las iglesias pero que Pinochet fue un dictador muy malo y que asesinó al querido presidente Salvador Allende y que la dictadura pinochetista desapareció al camarada Víctor Jara luego de cortarle las manos… y por ahí se “espepita” el viejo amigo en quejumbrosos rencores y remoción de viejas costras de antiguas heridas ciertamente ocasionadas a las sociedades latinoamericanas y especialmente a las gloriosas juventudes rebeldes, revolucionarias y no pocas veces socialistas y de izquierdas de las décadas de los sesenta, setenta y mitad de los ochenta de la pasada centuria.
Con toda la calma y paciencia que me otorga la experiencia de lector avezado –pues esa pretensión me ha animado en los últimos 30 años de vida intelectual– me pregunto para mí: ¿qué tiene que ver el culo con las termópilas? Es decir, se justifica acaso incinerar templos e iglesias en Chile o en cualquier lugar del continente porque tal o cual dictador hace décadas reprimió, desapareció o envió al exilio a legiones de jóvenes y no tan jóvenes de tal o cual país durante la larga y tenebrosa noche de las dictaduras que asolaron el Cono Sur?
Lo que quiere decir el viejo amigo, al menos eso se infiere de sus breves líneas, es que es lícito incendiar y quemar iglesias en Chile, ¿acaso en cualquier otro lugar también?, porque las muertes de “nuestros camaradas” aún no han sido vengadas por la justicia popular revolucionaria y que por eso el pueblo chileno está arrecho en la calle desempolvando “expedientes” de crímenes de lesa humanidad cometidos por la “dictadura pinochetista” y dispuesto a hacer justicia por su propia mano, no importa que para ello tengan que arder decenas de chilenos (tirios y troyanos) que, en mala hora, estuvieren congregados en un templo ese hipotético día tantas veces esperado de la venganza social…
De inmediato, a renglón siguiente, el “amigo de juventud” apela a la última casamata de los espíritus cobardes; el socorrido comodín semántico del “patriotismo” que en estricto rigor no es otra cosa que el chovinismo patriotero. Obviamente, el colonizado colonizador razona así las más de las veces: “los problemas de los venezolanos debemos resolverlos los venezolanos sin intervención extranjera alguna”. Pero he ahí donde está el busilis. Nuestro amigo, o debo ya dejarme de memeces y colocarlo donde él mismo se ha ubicado, se hace el loco o el “lomo de baba” ante la invasión de los más de 20.000 soldados cubanos que, cual ejército de ocupación han mantenido y aún mantienen el sagrado suelo patrio como una neocolonia o un enclave neocolonial de la isla castrista. Igual no dice ni pío, ni “esta boca es mía”, ante la presencia de asesores militares rusos portando prendas y uniformes militares de la Fuerza Armada Nacional Nacional, ni dice nada sobre los grupos paramilitares armados hasta los dientes conocidos por la sociedad entera con el nombre de “colectivos”.
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