La democracia no es la misma desde ya algunas décadas. Y así ha de entenderse. No sabemos si puede actualizarse y cuál sistema será el sustituto. Ese es el escenario para el proceso constituyente de Chile.
Se afirma que “no hay países con regímenes constitucionales estables, más bien lo opuesto ha sido la regla. La ley a merced de caudillos, pero, también, de presuntos demócratas por la anuencia de parlamentarios y jueces. Asimismo, se hace referencia al origen político, esquema legal, naturaleza del Constituyente, carácter de la representación y la participación ciudadana. Heterogeneidad, la pauta en las latinoamericanas. Pareciera oportuno, entonces, indagar si lo que corresponde primero son “las convenciones constituyentes” para la conformación de los pueblos, o si sería más pragmático que estos asimilen aceptables niveles de igualdad social para un cierto grado de ciudadanía. A la Ley de Leyes se acude para resolver crisis tanto en dictaduras como en democracias incipientes. El marcaje diferenciador, los dictadores acceden al poder de manera arbitraria y las últimas induciendo a un pueblo a sufragar, el cual cada vez lo quiere menos. Esto último, característica peculiar de democracias, poco entusiastas. Más bien, en decaimiento.
Las constituyentes en sentido formal tienen como propósito la creación de “un orden social democrático, lo cual han alcanzado los países, “los prósperos”, lamentablemente,muy pocos. Se sabe que la Constitución es la “la ley fundamental de un Estado”, a fin de regular el ejercicio del poder público y los derechos y deberes de sus ciudadanos. Ambos anhelos, lamentablemente, prosiguen como tales, pudiéndose afirmar que la democracia, las constituyentes y las cartas magnas están seriamente endeudadas con respecto a sus promesas, específicamente, en el ejercicio del poder público y la generación de bienestar social. Elaborar una Constitución es una ardua labor, pero mucho mayor es ponerla en práctica.
La democracia parece un balón de fútbol que ha de traspasar el arco opuesto, para gloria del equipo triunfador. Los chilenos parecieran tener al presidente Boric como delantero para cobrar “el penalti”, tocándole al pueblo determinar si el gol es legítimo, válido y no cuestionable conforme a las pautas de las sociedades de avanzada. El “apruebo o rechazo” son las opciones para el pueblo de Chile, en septiembre de 2022. Ricardo Lagos, uno de los presidentes de “la ola democrática” después de la dictadura de Pinochet, ha expresado que “el proceso constituyente ha de proseguir después del plebiscito”.
En el siglo XX la vocación constitucional se ha desmoralizado, pues a ella han acudido quienes se enteraron en un día que existía y convenía aprovecharse para, como en el caso de Chávez en Venezuela, donde la propuesta constituyente la colectan académicos en bandejas de plata y que el último aprovecha para estatuir el camino más eficiente al desastre de las últimas décadas en el mundo. No nace en el gobierno, más bien fuera de él. Una Constitución pomposa y embustera fue el resultado. Y bastante alejada del nivel de ciudadanía de sus destinatarios.
En Chile una presunta desigualdad social y la sucesión de la jefatura del Estado entre el propio Augusto Pinochet, Patricio Aylwin, Eduardo Frei Ruiz, Ricardo Lagos, Michele Bachelet y Sebastián Pinera, algunos por dos veces en forma consecutiva, fueron causas para la erosión de las bases democráticas que trataron de rescatarse después del gobierno de apariencia comunista de Salvador Allende. El acuerdo de una “convención constituyente” no deja de plantear “el por qué y el para qué”, pues ello depende exclusivamente de quienes mandan y en el caso chileno del gobierno de Gabriel Boric y de su Congreso. Será óptimo si dinamiza la igualdad social que las democracias postulan y malo, en caso contrario.
Una lista exponencial de “derechos humanos” es lo más probable que llene las páginas de la nueva carta magna en el país sureño y Dios quiera que no, pues la metodología de los textos fundamentales en las Américas es apaciguar con una lista las expectativas populares para estimular el sufragio. Es actualmente la oferta escrita a favor de los excluidos, en la política y en el acceso a la participación, esto último en caso de que partidos practiquen una verdadera democracia interna. Y no el detestable “caciquismo”.
El presidente Boric y los asambleístas en la Convención Constituyente tienen el reto de hacer un buen gobierno, con participación equitativa en las oportunidades de trabajo, actividades comerciales, financieras y de otra índole en beneficio de la clase media y la más baja. “Podría hacerse con la actual Constitución de Chile”, por supuesto:
- ¿Entonces para que una constituyente?
- ¿Es tan obsoleta la carta magna de 2005?
- ¿Impedirá la Convención que Boric estatuya el comunismo en Chile?
- ¿Es un temor fundado debido a los regímenes atípicos en casi todo el continente?, y
- ¿Se hará en democracia?
Las preguntas, formuladas bajo la inequívoca convicción de que la Constitución no es una panacea ante las demandas de los chilenos. Las respuestas, por tanto, complicadas.
En definitiva, las constituyentes, no puede negarse, mantienen su vigencia. Demandan, sin embargo, de una ciudadanía real, capaz de entenderla, construirla, defenderla y vivirla. Son un camino para la consolidación de los pueblos.
Probarlas no es ninguna locura.
Ese es el reto.
@LuisBGuerra
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