Gabriel Boric, un candidato de apenas 35 años de edad, que lucía sin ningún chance para optar por la presidencia de un país tan importante como Chile, logró hacerse con la victoria el 19 de diciembre.
Gabriel Boric representa a la izquierda radical y logra su objetivo gracias al apoyo, entre otros, del partido comunista y al coqueteo seductor con los expresidentes Ricardo Lagos y Michelle Bachelet, quienes cedieron ante sus encantos en la segunda vuelta de las elecciones; obviamente se le han sumado los miles de votantes que estuvieron involucrados en los disturbios y protestas de 2019, que dejaron más de 30 muertos y decenas de heridos y quienes, con el pretexto del aumento de la tarifa del metro, intentaron desestabilizar el gobierno del presidente Sebastián Piñera.
Boric se presenta como ecologista, feminista y regionalista y quiere “ampliar el papel del Estado hacia un modelo de bienestar parecido al de Europa”; es decir, ha introducido el conocido discurso utilizado por muchos dictadores quienes han llegado de esta manera al poder, para comportarse posteriormente de manera antidemocrática. En América Latina sobran los ejemplos.
El nuevo presidente de Chile ya ha sido criticado por su inclinación antisemita, habiendo despertado las alarmas en el mundo judío después de un mensaje enviado por Twitter, en el que reclamaba la devolución de «territorios robados por Israel”; este evento, unido a una población de más de 500.000 personas de origen palestino que hacen vida en Chile, quienes apoyaron su candidatura, no dan indicios del mejor de los presagios para una minoría, como lo es la judía, cuya presencia en Chile se remonta al siglo XVI.
El mejor de los escenarios para Chile es que este joven de poca experiencia, diagnosticado y bajo tratamiento por el trastorno obsesivo compulsivo, enfermedad que padece desde su niñez, haga un gobierno similar al de Michelle Bachelet. Sin embargo, el pronóstico que se vislumbra no es alentador; las amistades que le rodean, su discurso de revancha y algunas de sus actitudes predicen que a Chile se le avecinan momentos sumamente extraños.
Ojalá que me equivoque: más que encontrarse en una encrucijada, Chile da un paso hacia atrás.
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