Se equivocan profundamente todos aquellos que creen, sinceramente, que en Chile se ha planteado, y está a la orden del día, una disputa legal en torno a la Constitución. Como parece creerlo sinceramente el jefe de gobierno Sebastián Piñera, que resolvió provisoriamente el problema político –no legal- en que se vio envuelto a partir del 19 de octubre de 2019 poniendo la Constitución vigente en el centro de la discusión pública. Lo que está en discusión es el régimen sociopolítico y legal vigente. En términos más concretos: el gobierno de Sebastián Piñera, última expresión del sistema capitalista dominante. O dicho en su más exacta expresión: el sistema capitalista mismo.
Tampoco están en juego aspiraciones y anhelos primermundistas, reivindicaciones estrictamente socioeconómicas y no políticas, como lo plantearan en la total ignorancia e inconsciencia de los verdaderos factores en pugna y una aterradora ingenuidad política, el expresidente Ricardo Lagos y el Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa. Pues el origen de las causas de las movilizaciones del pasado año, que algunos comunistas chilenos corrieran a bautizar como “Revolución de Octubre”, no es endógeno, es exógeno: el castro comunismo cubano y la mediación de sus satrapías: la Venezuela de Maduro y las fuerzas filocastristas que están en el mismo predicamento de asaltar sus gobiernos en Colombia, en Ecuador, en Perú, en Bolivia y naturalmente, en Chile.
“Estamos en guerra” -le alertamos hace unos meses en un artículo de prensa al expresidente Ricardo Lagos, quien, a pesar de tratarse de una carta abierta, no respondió con el más mínimo comentario. Cuestión que ahora le reafirmamos, pues contrariamente al parecer general de las viejas derechas que detentan el poder en Chile, sea a través de sus propios partidos, sea a través de sus aliados de una izquierda periclitada y carente de las ideas y las fuerzas como para terciar en la lucha por el poder-, pues de eso se trata, de lo que Hitler llamaba “Machtergreifung”.
Los Castro, hitlerianos del alma, juegan duro y al más alto nivel. Habiendo puesto todas sus fuerzas en la consolidación de Nicolás Maduro, y comprobando que la acción de la oposición venezolana obtenía el respaldo de sesenta democracias occidentales y sacudía la aparente apatía en que vegetaba la oposición cubana, decidieron responder en dos frentes: la Casa Blanca, manipulando sus relaciones con la dirigencia de Black Lives Matter, orientados políticamente y financiados por Maduro y el gobierno venezolano y los grupos afroamericanos, así como golpeando simultáneamente en el corazón del liberalismo latinoamericano: en el gobierno de Sebastián Piñera.
¿Puede alguien creer de buena fe en el legalismo de las izquierdas marxistas chilenas? ¿Puede alguien medianamente informado de la realidad política chilena y latinoamericana apostar al “primermundismo” alegado por Lagos y Vargas Llosa? A la izquierda en busca de asaltar el Poder no le interesa la Constitución, sino como pretexto de movilización de las fuerzas capaces de desplazar a Piñera del gobierno y a la derecha de las instituciones del Estado. Y ese pretexto perfecto si hasta ahora fue el plebiscito que el mismo Piñera corriera a ponerle en bandeja de plata, ya avanzó el paso necesario para el plebiscito constituyente, que obvia y masivamente aprobado abrirá los portones del poder. Tal y exactamente como los abriera en Venezuela. La Constitución que impulsó no impidió el asalto al poder: lo precipitó.
Estamos ante un doble juego: usar el plebiscito como instrumento de movilización de masas aparentemente inocente y manipular la Constituyente como Asamblea Popular para cocinar el menú socialista. Estamos ante la vieja consigna de Lenin: Todo el poder a los soviets, vale decir: Todo el poder a la Constituyente. Si Sebastián Piñera, a la cabeza de la vieja derecha chilena, no es capaz de comprenderlo, peor para esa derecha. Si bien los platos rotos no los pagarán sus camarillas: los pagará el pueblo.
Dos refranes me vienen a la mente en estas dramáticas circunstancias. El primero lo expresó el gran beisbolista y astro de las Grandes Ligas Yogi Berra: “El partido no termina hasta que se acaba”. El segundo es del acervo popular: “La pelea es peleando”. Llegó la hora de dar esa pelea. Hasta que el partido se acabe. Vale la pena.
@sangarccs