Era conocido en los campos de las faldas occidentales de la Teta de Niquitao como “Don Chico Ferrer”, pero ni su apellido era Ferrer, ni su nombre era Francisco, ni era rico para que le dijeran Don, pero era un buen trabajador. Lo habían recogido a la vera de un camino unos campesinos que formaban parte de la tropa de un general, de esas montoneras de las cuales fue muy fecundo Trujillo luego de la Independencia, como si no hubieran sido suficientes las matazones de la Guerra a Muerte.
Guardaba su urna en una troja encima de la cama, la espada en el baúl y sus recuerdos nos los contaba alrededor del fogón. Donde sintió miedo de verdad fue en la batalla de Carvajal, cuando se enfrentaron las fuerzas del doctor y general Rafael González Pacheco al doctor y general Leopoldo Batista.
Era domingo 1º de octubre de 1899 y las fuerzas conservadoras o “godos” del general José Manuel (Tiste) Baptista, su hijo Leopoldo, el general Pedro Araujo, el general Pimentel y entre tantos un jovencito de nombre José Rafael Gabaldón, se encontraban en la plaza de Carvajal, en espera de los liberales o “lagartijos” del doctor y general Rafael González Pacheco, entre los cuales estaba el famoso general Rafael Montilla Petaquero conocido como “El Tigre de Guaitó”; y por allí el niño Chico Ferrer.
Ya en la batalla de la capital Trujillo 10 días antes habían muerto cerca de 100 personas al tumbar González Pacheco al gobernador Carrillo Guerra; en esta de Carvajal que duró 3 días murieron unos 200 con otros tantos heridos; y de allí partieron a Isnotú a librar la batalla más sangrienta que conoció la historia trujillana, con más de 300 muertos y 700 heridos. Las tropas que le quedaban a González Pacheco y demás lagartijos se dispersaron y Chico Ferrer paró la carrera en un hermoso y tranquilo lugar llamado Estapape, cerca de La Quebrada Grande.
Arregló unas tierras al lado del riachuelo, hizo su rancho, buscó pareja y crió a sus muchachos. Poco a poco fue conformando una haciendita de las que ahora los técnicos le dirían “ecoagroforestal”, es decir, tenía café, chirimoyas, duraznos, naranjas, limones y su cambural; una o dos vacas, el toro y los bueyes, los cochinos, las gallinas, palomas, pavos, unas truchas en el estanque y el conuco de maíz y caraota. La casa bonita, con una sala donde destacaba el altar, a veces con el retrato del político en cuyo nombre le habían dejado unas pacas de cemento y unas láminas de zinc. Dos aposentos, uno para la pareja y otro para los muchachos: dos varones y una hembra. Y la cocina anexa, amplia y negra de humo. Enfrente el corredor para conversar y el patio para secar café. El baño era el cambural y el río.
El tiempo pasó, llegó lo de las ventajas competitivas y comparativas, la especialización de las siembras por aquello de la productividad y de la eficiencia. Todo aquello se transformó en un monocultivo de hortalizas, menos mal que después de que Don Chico estrenara su urna. Hoy sus muchachos y nietos lidian con los insumos caros, las cosechas baratas y con las plagas que eran desconocidas entonces.
Toca ahora esperar el bono de la patria boba y miserable, la bolsa del CLAP y, fundamentalmente, optar por “el pan comer” más que con “el pan llevar”, que no es otra cosa que trabajar por el autoconsumo que es producir por aquí mismo lo que se come y se usa. La economía de cercanía se llama, que se extiende globalmente en una especie de tímida aún toma de conciencia, sobre que la economía tejida alrededor del lucro y la codicia no produce bienes y servicios para satisfacer las necesidades humanas, ni genera trabajo decente, sino el engorde de unos pocos, la debilidad de las clases medias y lo que empieza a llamarse la precarización de las mayorías.
“El trabajo humano es la única fuente legítima de riqueza”, sentenció Adam Smith (Escocia, 1723-1790), fundador de ciencia de la economía moderna, que hoy se alarmaría al ver que es la especulación financiera y una tecnología monopolista al servicio de la codicia. Son ciertos los avances en el bienestar alcanzado por la especie humana hasta esta hora, pero no es menos cierto que las consecuencias que se ven están encendiendo algo más que las alarmas.
“Asistimos a una valoración de la vida corriente, y es que también en ella está el misterio”, lo sintetizó admirablemente el poeta Rafael Cadenas en su discurso al recibir el premio Cervantes, que uno no se cansa de leer. “Ah rigor” Don Chico Ferrer.