En vida de Hugo Chávez fue recurrente la manipulación del sentimiento nacionalista. La utilización de la figura del Libertador Simón Bolívar simbolizó un juego todavía persistente y muy presente en el ADN chavista (y venezolano). No en vano Chávez denominó “bolivariano” a su movimiento y a todo cuanto lo rodeaba. Ya Germán Carrera Damas había hablado del culto a Bolívar, un culto laico capaz de movilizar las mentes y los corazones venezolanos.
La movilización de la pulsión nacionalista no es nueva en América Latina, tampoco patrimonio venezolano. En 1982, en pleno declive de la última dictadura militar argentina, el presidente/general Galtieri intentó huir hacia delante para preservar al régimen gracias al respaldo popular que pensaba conseguir con la recuperación del territorio irredento de las islas Malvinas (Falkland para los británicos).
Sin embargo, el tiro salió por la culata. Y, los generales argentinos, en lugar de reforzar la dictadura vieron tras la derrota militar ésta saltaba por los aires. La llegada de Raúl Alfonsín a la Casa Rosada, hace ahora 40 años, marcó de forma irreversible la recuperación de la democracia en un país atribulado por la represión y la crisis económica. En Venezuela, salvando todas las distancias, el panorama es similar.
Las opciones de Nicolás Maduro de mantenerse en el poder son mínimas si en octubre próximo las elecciones se celebran con suficientes garantías democráticas. Especialmente si compite en igualdad de condiciones con María Corina Machado, la candidata opositora que goza del respaldo abrumador de la mayoría venezolana, tanto dentro como fuera del país.
Durante años Maduro jugó al gato y al ratón al negociar con la oposición, incluso mareando a buena parte de la comunidad internacional. Pero, su margen de maniobra se ha cerrado y su capacidad de condicionar las agendas, como en el pasado, es cada vez menor. Incluso, ante el panorama geopolítico internacional, con dos de sus principales aliados, Rusia e Irán, involucrados en conflictos bélicos (Ucrania y Medio Oriente), la ayuda económica, militar y política que podría recibir es decreciente.
Su aventura fue forzada por el meteórico ascenso de Machado. Su principal objetivo, eclipsar la movilización popular de unas primarias que encumbraron a la líder opositora, con una demostración de fuerza igual o mayor que la del antichavismo. El territorio del Esequibo, reclamado por Venezuela desde el siglo XIX, y muy vinculado al sueño bolivariano de la Gran Colombia, o de la Patria Grande, era el camino idóneo para perpetuarse en el poder.
Pero, las cosas no salieron según lo planeado. La apatía popular no pudo ser vencida, pese al esfuerzo en acarrear militantes y empleados públicos a las urnas. Una vez iniciado este camino no hubo más remedio que persistir en él con todos los medios disponibles. Por eso se falsearon las cifras de participación, apuntando a más de 10 millones de votantes, un número totalmente imposible.
También se incorporó al mapa político nacional el territorio del Esequibo, reclamado a Guyana, con un responsable político a su cargo. Incluso se dieron algunas señales de una probable intervención militar. Simultáneamente, se aprovechó la ocasión para presionar al entorno más próximo a Machado, con encarcelamientos y denuncias de traición a la patria, el mantra recurrente de un régimen autoritario carente de argumentos.
Ascanio Cavallo recordó recientemente que entre las Malvinas y el Esequibo hay una gran distancia. Guyana no es, ni remotamente, la potencia imperial y militar que fue el Reino Unido. Y la idea de que el presidente Mohamed Irfaan Ali convocó a la petrolera Exxon para instalar una base militar del Comando Sur de Estados Unidos no la cree nadie.
La crisis le muestra a Maduro que el discurso antiimperialista es insuficiente y que su debilidad interna e internacional no deja de aumentar. Sus aliados tradicionales o miran hacia otro lado, como Cuba, con sus compromisos caribeños, o se empeñan en resolver pacíficamente el diferendo. Un enfrentamiento militar en América del Sur sería catastrófico. De modo que en la última cumbre del Mercosur se instó al diálogo y a la búsqueda de una solución pacífica, mientras, en clara alusión a Venezuela, se pedía evitar “acciones unilaterales”.
Brasil, fronterizo con ambas partes, está preocupado por una escalada bélica, que podría complicar hasta lo impensable su liderazgo en una región fragmentada. De ahí el empeño de Lula en impulsar negociaciones entre Maduro e Irfaan Ali. Será complicado, dada la polvareda retórica levantada por “el hijo de Chávez”, aunque intente salir indemne del choque.
Artículo publicado en el Periódico de España
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