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“El pobre, el áporos, el que molesta, incluso el de la propia familia, porque se vive al pariente pobre como una vergüenza que no conviene airear, mientras que es un placer presumir del pariente triunfador, bien situado en el mundo académico, político, artístico o en el de los negocios. Es la fobia hacia el pobre la que lleva a rechazar a las personas, a las razas y a aquellas etnias que habitualmente no tienen recursos y, por lo tanto, no pueden ofrecer nada, o parece que no pueden hacerlo”.

Adela Cortina

El chavismo es un anatema ideológico, carente de principios e ideología, y justo allí es donde reside su capacidad de mutabilidad regresiva, que incluso los lleva a violar sus principios, que desde siempre fueron inexistentes, relativos a pulsiones crematísticas y absolutamente inconsistentes por inexistencia total, siendo una estafa para trepar y colonizar el poder. El chavismo cual cancrum en metástasis ha logrado perforar, infectar, corromper y macular todos los resquicios de la vida nacional, desde la vida del ciudadano común, pasando por la deformación de la élite militar en obsceno pretorio personal, en cuyas bayonetas se parapetea en corpachón del tirano a guisa de cómoda poltrona, corrompiendo  a la élite económica o trocándola en una suerte de instrumento para darle forma a su connatural propensión cleptócrata, depredadora y extractiva de las riquezas y el erario público nacional.

Fue muy fácil la metamorfosis chavista devenida sultanato abyecto, la facilidad de tal mutabilidad se incardina en su ausencia de preceptos y diques de la acción moral; connaturalmente criminales pudieron con maestría camaleónica mutar y aplicar lo que el filósofo Robert Michels denominase  la “ley de hierro de la oligarquía”, así pues, “toda organización compleja, independientemente de cuán democrática resulte, termina convirtiéndose en oligarquía” (Michels, 1995). Esta máxima de Michels no podría ser la excepción del chavismo, es más, toda “revolución termina apoltronándose en la burocracia” (Michels, 1995), el chavismo ávido de poder, sediento de subyugación y enfermo de prepotencia, terminó por trocarse en una élite despreciable, que instrumentalizó a los pobres, bajo inconfesables planes, para mantenerse en el poder y culminó despreciándoles, humillándolos, haciéndolos receptores de toda suerte de vejámenes y humillaciones. Puedo afirmar, desde la libertad de mi gnosis, único intersticio en el cual no se ha trepado el cancrum pútrido del chavismo, que son una élite aporofóbica, que desprecia a la pobreza, la desconoce y solo la utilizó para hacerse del poder y enviciar al Estado, volviendo los espacios públicos en una suerte de Sodoma y Gomorra tropical.

El chavismo no sufrió ningún dolor para mutar, no le costó salir del exoesqueleto de la mentira, el populismo y el clientelismo, este último el más grave de sus vicios, pues le permitió construir la urdimbre de relaciones espurias bajo la cual se sostiene una tela de araña elástica, moldeable y resistente a los intereses de perpetuidad, pivotada en la pobreza material y del espíritu de una sociedad absolutamente “dañada en el marco antropológico” (Aguilar, 2020). El miedo se convierte en la primera dimensión social que mide el daño antropológico de una sociedad, vapuleada, saqueada, minimizada y reducida a una existencia asociada con el expolio del alma, con la deshumanización a ultranza y con ella el continuo atropello.

Si nos paseamos por la obra de Wrigth Mills, se pueden identificar las tres élites a las cuales este autor hacía  referencia: “la élite política o la casta política, una élite económica atada a los intereses de la hegemonía gobernante y la élite militar” (Mills, 2000), esta última es quizás la que ha sufrido la mayor regresión en términos axiológicos, pues la élite militar “detenta el monopolio legítimo de la violencia” (Weber, 1997), esta motorización de la violencia convierte a la élite militar en una muy peligrosa élite que se puede coludir, con las otras dos élites advertidas por Mills, para devenir políticas extractivas y depredadoras del erario público, y abusivas con los recursos naturales de la localidad en la cual se enquistan.

En la lógica de Mills, las políticas aplicadas desde las élites son extractivas y depredadoras, absolutamente desiguales, justo en la iniquidad repta la amenaza en contra de las democracias, pues las desigualdades concurren en “fractura del contrato social, desesperanza, miedo y en ese ambiente cualquier cosa puede ocurrir” (Stiglitz, 2007).

Finalmente, hay que asumir que el elitismo propuesto por Wilfredo Pareto, Gaetano Mosca y perfeccionado por Michels y Mills, no se corresponden con la idea atávica de una marcada superioridad social, intelectual o moral, desde luego en el caso venezolano, el chavismo aplicó la ley de hierro  de la oligarquía, segmentando al país en trozos o fracciones, para depredar el erario público y extraer los recursos locales, abortando de golpe cualquier intento por lograr un atisbo  de desarrollo, siendo una hegemonía sin ideología, sus intereses están identificados con posturas crematísticas y desviaciones propias de la gansterilidad. Desde luego que una vez instalados en el poder, mostraron toda su propensión de desprecio por los pobres, a quienes instrumentalizaron y luego despreciaron, pudiendo concluir que esta heredad es connaturalmente aviesa, perversa y retorcida, “sus logos son los discursos del  mal, la obra de la más absoluta e impúdica maldad” (Baudillard, 1990). La única arma que nos queda es estudiar el comportamiento de esta perversa élite y sobre todo, mantener la mente y el alma, como los únicos intersticios estancos, en donde no se propague el cancrum de la infamia, la calumnia, la indecente cohabitación y la crueldad de quienes hoy nos tiranizan, siendo culpables de toda nuestra suma de dolor y desdicha.

Referencias

Aguilar, L. (2020). Reflexiones sobre Cuba y su futuro. Miami: Universal.

Baudillard, J. (1990). La transparencia del mal. Ensayo sou le phénomenes. Paris: Galilea.

Michels, R. (1995). Partidos Políticos. Londres: The New Press.

Mills, W. (2000). The power of Elite. Oxford: Oxford University.

Stiglitz, J. (2007). El precio de la desigualdad. Máxico: Taurus.

Weber, M. (1997). Economía y Sociedad. Santafé de Bogotá: FCE.


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