El 5 de marzo se cumplieron 10 años de la fecha oficial del fallecimiento de Hugo Chávez. No podemos aludir a la tradicional frase de la desaparición física que se acuña cuando alguien muere, para significar que su alma sigue presente, porque a pesar de que ya no se encontraba en este mundo se hicieron muchos esfuerzos para mantenerlo presente, físicamente. No sólo con frases como «Chávez vive, la lucha sigue», su designación como el comandante eterno, retransmitiendo sus discursos en radios y televisoras oficialistas, que son casi todas. En forma de pajarito, como se le presentó a su sucesor Maduro, o colocando sus ojos vigilantes y fotos por doquier.
Esta presencia virtual ha ido declinando progresivamente. En los primeros años era indispensable hacer uso de su carismática figura para que no quedaran dudas de que Maduro, su desangelado heredero, era la continuación de su legado y si a esto le sumamos que las consecuencias de los desatinos iniciados por Chávez comenzaron a pasar factura poco tiempo después de su muerte debido a la caída estrepitosa de los precios del petróleo, los ojos, el discurso y el pajarito lucían indispensables para legitimar al sucesor.
Sin ángel y sin luces, Maduro fue haciéndose de su propio poder, al decir de las buenas y las malas lenguas, su elección como sucesor fue impuesta por los cubanos, quienes sin duda le brindaron todo su know how de cómo mantener el dominio a toda costa, sin importar el precio ni fallar en el intento, en lo cual ha sido alumno aventajado.
Poco a poco ha creado su propio entorno tanto civil como militar, despojándose cada vez más de la herencia chavista, hasta de la familia del comandante de la cual ya ni se escucha; y fortaleciendo sus propias mafias y cúpulas incondicionales, más militarista que el mismo Chávez, esas que lo han sostenido en el poder a pesar del hambre y la miseria que ha expulsado del país a más de 6 millones de venezolanos y que ha acabado con todos los servicios públicos, incluidas la educación y la salud, para lo cual resultó indispensable arreciar la represión y el autoritarismo, con una fórmula muy sencilla: si los números no nos favorecen, no hay que medirse. Si los medios de comunicación no nos favorecen, hay que callarlos. Si la gente protesta, hay que reprimirla.
Según un reciente estudio de Datanálisis, 10 años después de su muerte Chávez mantiene 56% de valoración positiva. Recordemos que durante su mandato, con un petróleo a 100 dólares el barril y sin que todavía la industria petrolera no hubiera acumulado los golpes de su desprofesionalización y el desvío de su misión, el hambre llegó en 2013 al 11,8%, dato que contrasta con el de 2022, cuando la pobreza tuvo uno de sus picos más altos y se ubicó en 81,5%.
A Chávez además de su carisma y dotes de comunicador lo acompañó la suerte, pero no debemos olvidar que fue el iniciador de la destrucción de la industria petrolera, el rey de las expropiaciones y el mentor del derroche del maná petrolero en comprar voluntades a través de instituciones paralelas de pésima calidad, que en una población acostumbrada al regalo proveniente del rentismo, ilusionaba. Se podía aprender a leer y escribir y graduarse de universitario en pocos años y sin saber nada, pero con un título en la mano. Se ofrecieron servicios de salud precaria y de mala calidad, otorgaron a todos la posibilidad de contar con un seguro privado y ser atendido en las mejores clínicas. Nada era sólido y todo colapsó cuando el dinero se acabó.
Preguntarse qué hubiera hecho Chávez si le hubiera tocado vivir lo que a Maduro no pasa de ser especulación, pero en términos generales, si tenemos en cuenta su demostrada vocación de mantenerse en el poder contra viento y marea, me atrevería a decir que hubiera hecho lo mismo que su sucesor, sólo que seguramente su voz se hubiera impuesto por encima de las diferencias, en lugar de ser el comodín al cual se echa mano cuando es necesario usar su figura para demostrar que se es el verdadero intérprete de su legado.
La conmemoración de este X aniversario de su muerte pasó más o menos desapercibida. Asistieron algunos de sus incondicionales aliados internacionales, muy poco significativos, solo 2 presidentes en ejercicio: El nicaragüense Daniel Ortega, adalid de la represión continental y Luis Arce de Bolivia. Sí. Muy llamativa la presencia de Raúl Castro, que ya supera los 90, no me queda claro si por fidelidad a la memoria de Chávez o para mostrar su irrestricto apoyo a Maduro; el ecuatoriano Rafael Correa con alto chance de volver a la presidencia de su país, -si resuelve sus problemas con la justicia-, el payasesco hondureño Manuel Zelaya y el infaltable Evo Morales que anda como alma en pena recorriendo la América Latina.