En su acostumbrada retórica grotesca, Nicolás Maduro hizo hace algunos años una revelación divina: «¡Chávez ha sido bautizado como el Cristo redentor de los pobres de América! Nosotros somos sus apóstoles y nos vamos a convertir en los protectores y redentores de esos pobres, de los humildes“. Con la misma audacia con la que secuestra la institucionalidad de un país en la práctica, en la teoría declara a su mentor como el salvador de los latinoamericanos desposeídos. Un mesías bananero, ese Chávez.
Igualmente inusual es la cuadrilla apostólica que dejó como heredera: ¿cuántas veces se ha visto a una mafia con la osadía de declararse en contacto con la divinidad? Y sin embargo, a pesar de lo absurdo, esa declaración describe acertadamente el perfil psicológico de la revolución bolivariana. Desde la improbable bancada del marxismo-leninismo crearon un culto religioso a la personalidad.
Chávez era de a ratos mesías y monarca. Desde sus inicios se mercadeó como un redentor de las clases bajas, y en el contexto de tan bondadosas intenciones dinamitó la constitucionalidad venezolana. El éxito de su discurso mesiánico le permitió crear condiciones políticas que le otorgaban un poder más monárquico que presidencial.
Pero no era un mesías en son de paz. La redención de las clases trabajadoras estaba íntimamente ligada a la destrucción activa de los demonios que la mitología chavista malició: la empresa privada, la burguesía y la política «cuartorrepublicana“. De su discurso podemos deducir que Chávez no solo se veía a sí mismo como el redentor, sino también como el vengador de las clases históricamente oprimidas.
Ya que el Ejecutivo presentaba así sus intenciones, una parte importante de la población dejó de percibir al gobierno como un ente administrativo. Ya no se trataba de un cuerpo burocrático cuya tarea era encargarse del sano funcionamiento de la sociedad; su nuevo rol era el de la venganza redentora: quitar a los que tienen mucho para dar a los que tienen poco. El oficialismo tenía entonces un aura mítica que legitimaba acciones en contra de la libertad de expresión o el libre mercado, siempre y cuando fuese en contra de aquellos que eran los «malos» en la trama mitológica chavista. Casualmente la dualidad del pensamiento cristiano que separa a la humanidad en los «malos» y los «buenos», encaja excelentemente con la dicotomía populista del «Yo» y el «Otro».
A partir de la muerte de Chávez, el aparato propagandístico oficialista manipuló el ímpetu religioso de los venezolanos creando un culto post mortem a la figura del comandante eterno. «Chávez vive, la lucha sigue» se convirtió en el nuevo eslogan del movimiento y se instalaron pancartas con los ojos vigilantes del difunto a lo largo de todo el país. Era clara la intención de insertar a un Chávez omnipresente en el imaginario venezolano, tarea menos ardua cuanto mayor es la tendencia al pensamiento mágico en la población.
En 2013 se dio un fenómeno no sin precedentes pero sí inusual: una campaña electoral que no giraba alrededor del candidato en cuestión, Maduro, sino de ese líder carismático ya proyectado a la eternidad. El déficit oratorio e intelectual de aquel otro fue cubierto por el mito del mesías bolivariano. Mediante una inescrutable mezcla de la manipulación del sentimiento religioso y el visceralismo del revanchismo político se llevaron a cabo las elecciones, con los resultados que todos recordamos. La superstición del culto a la personalidad glorificada y la enemistad ficticia creada por la retórica populista convergieron armónicamente.
En Venezuela pueden observarse rosarios y cruces con la cara de Chávez, y el Comité de Comunicaciones y Propaganda del PSUV-Táchira presentó al público esta versión modificada del «Padre Nuestro»: «Chávez nuestro que estás en el cielo, en la tierra, en el mar y en nosotros, los y las delegadas, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu legado para llevarlo a los pueblos de aquí y de allá. Danos hoy tu luz para que nos guíe cada día, no nos dejes caer en la tentación del capitalismo, mas líbranos de la maldad de la oligarquía, del delito del contrabando porque de nosotros y nosotras es la patria, la paz y la vida. Por los siglos de los siglos, amén. Viva Chávez“. Este fantástico texto habla por sí mismo.
Lo que sucede en Venezuela parece ficción: el crimen organizado toma el poder y busca legitimar el abuso del mismo con estrategias propagandísticas que van desde la compra descarada de votos hasta el patetismo religioso, pasando por el chantaje y la opresión. Es la versión bananera de Goebbels.